A
propósito de Internet y las posibilidades que nos ofrece, la semana pasada estuve
ayudando a mi hija mayor con un dibujo para la clase de plástica. Las indicaciones de
la profesora no eran demasiado específicas, así que tuvo que poner bastante de
su parte. Se trataba, poco más o menos, de dar forma y color a una nebulosa, a
base de luces, sombras y objetos celestes superpuestos, utilizando distintos
elementos y tratando de ser original. Y lo primero que se me ocurrió fue buscar
en la red fotografías de nebulosas, galaxias y estrellas lejanas.
Al final, al tercer intento, después de
que la profesora rechazará una pintura al acrílico por haberla hecho en casa,
coincidiendo con el fin de semana, ha terminado presentando un dibujo con ceras
inspirado en la Noche Estrellada de Van Gong, cambiando las estrellas por
nebulosas y galaxias en formación en colores verdes, rosas, naranjas y
amarillos. Y, bueno, para ilustrar la idea también buscamos el cuadro en
Internet y, efectivamente, allí estaba, al alcance de un clic.
Todavía no sabemos que calificación ha
merecido su obra, pero el dibujo les gustó mucho a sus compañeros, y eso es
bastante; al margen de lo que opine su señorita, que, para consternación mía,
ya ha mostrado en clase su inclinación por la obra de Miró, de la que también
busqué algunos ejemplos en el ciberespacio, para explicarle a mi hija porque a
mí no me gusta en absoluto.
Yo también pienso que Internet es una
herramienta extraordinaria, y una ventana al mundo, al real y al de las ideas.
No obstante, creo que la única manera de sacarle partido, y de no perderse en
esa red de dimensiones estelares, es usarla con criterio. Por ejemplo, para
conocer las virtudes medicinales de una planta o su procedencia y la mejor
manera de cuidarla y hacer que crezca; o para oír la música que escucha el
protagonista de una novela que estamos leyendo para entenderlo mejor y
comprender sus motivaciones o su estado de ánimo; o, en mi caso, para buscar
imágenes que, de otra manera, solo podríamos observar utilizando un telescopio.
En cualquiera de los casos, son nuestras inquietudes las que nos impulsan a
buscar ese conocimiento y, muy probablemente, es la instrucción que hayamos
podido recibir previamente la que nos ayuda a utilizar esa herramienta que es
Internet de forma racional y constructiva.
En este sentido, el problema puede
surgir cuando gente que no ha recibido la instrucción adecuada o que carece de
instrucción en absoluto, se enfrenta a la red sin más guía, en el mejor de los
casos, que su prosaica forma de entender la vida; o, en el peor, sus más bajas
inclinaciones; o, finalmente, las más de las veces, arrastrado por el más puro
aburrimiento. Naturalmente, con esto no quiero decir que Internet debiera estar
reservado a una élite compuesta por gente con la ‘instrucción adecuada’ y, consiguientemente,
restringirse el acceso a la red a los jóvenes y, en general, a un vulgo ocioso
e ignorante y propenso al vicio y la barbarie; pero si me gustaría llamar la
atención sobre la importancia que, en este como en tantos aspectos de la vida,
tienen la educación que hayamos recibido y los educadores, empezando por
nuestros padres, en casa, y siguiendo por nuestros maestros, en el colegio, y
profesores, en el instituto o en la universidad.
A título de ejemplo, el año pasado
encontré en un periódico, de esos de difusión gratuita, una lista con los diez
videos más vistos en Internet en el año 2013. Y he de decir que más de la mitad
no valían absolutamente nada, ni siquiera eran sorprendentes, curiosos o
simpáticos; sin embargo, arrasaban en la red. Otro ejemplo: entre los más
jóvenes triunfan los denominados ‘youtubers’; gente que ha hecho de subir
videos a Internet una ocupación habitual y, a veces, también muy lucrativa.
Algunos son realmente graciosos, como los de la serie de ‘Hola, soy Germán’;
pero otros, son sencillamente imbebibles, y a pesar de ello tienen decenas de
miles de seguidores. Y es que (aunque este tema me daría para otro correo
electrónico) lo de subir videos, en particular, e imágenes, en general, a
Internet, hay gente que debería hacérselo mirar, y otra, sencillamente, debería
estar en la cárcel. Y aquí sí que pienso que restringir el uso de esa
tecnología a determinados individuos debería estar contemplado en el código
penal como pena accesoria o, al menos, como medida de seguridad. Y no me
refiero solo a pederastas y demás ciberdelincuentes; sino también a jovencitos
y jovencitas con dispositivos móviles y una tendencia enfermiza a publicitar
sus crueldades.