Últimamente, en materia
de robótica e inteligencia artificial, no dejan de aparecer noticias que
anuncian un futuro inminente plagado de máquinas inteligentes que, no sólo van
a hacer de nuestro mundo un lugar próspero, explotando recursos minerales en planetas
hostiles y asaltando naves en llamas más allá de Orión, sino que también van a
hacer nuestra vida más fácil.
Nos van a liberar de
las tareas domésticas, aprendiendo rutinas para las que ni siquiera habían sido
programadas (es como si a la rumba o a tu aspiradora le fueran a salir brazos y
se pusiera a fregar los cacharros o a preparar un bacalao al pil pil, pura
magia), y también nos van a hacer compañía, van a recordarnos los medicamentos
que tenemos que tomar, la posología y los potenciales efectos secundarios, van
a llamar a urgencias o al loquero, si sufrimos un brote de esquizofrenia, y, en
cuanto lo hayan visto hacer un par de veces, van a ser capaces de ponernos sin
ayuda una camisa de fuerza, o administrarnos un antidepresivo, o mandarnos al otro
mundo, cuando, en el peor de los casos, los cuidados paliativos hayan dejado de
producir efecto.
Y todo eso, además, con un aspecto
adorable, como un conejito que he visto hace poco, en un vídeo de YouTube, que
parece de verdad sino fuera porque es un poco lento y cualquier perro poco
adiestrado podría sacarle las tripas cibernéticas sin esforzarse demasiado.
Pero, de todas las cosas que he visto y
que vosotros no creeríais, nada supera la última creación de Kawasaki Heavy
Industries. Se trata de un vehículo llamado a revolucionar el concepto de
movilidad. Y seguro que todos estáis pensando en una moto voladora o un
patinete de despegue vertical. Pero no, todo eso es una cutrez si lo comparas
con CORLEO.
Se trata de un robot cuadrúpedo,
propulsado por una batería de hidrógeno y que sólo emite vapor de agua. Su
diseño está inspirado en la biomecánica de un lobo o de una pantera y es capaz
de transitar por terrenos de lo más accidentado, gracias a sus pezuñas de
caucho, que le proporcionan un agarre excepcional y sus potentes extremidades
traseras que le hacen capaz de saltar por encima de cualquier obstáculo.
Además, según los expertos, el carenado le permitiría soportar vientos de hasta
80 kilómetros por hora. Flipante.
Y, por si fuera poco, cuenta con un
asiento flotante, en el que podrían viajar cómodamente dos pasajeros, aunque
convendría familiarizarse con la mecánica del vehículo, porque no tiene
manillar ni cabeza (el vapor de agua lo expulsará por detrás, supongo) y solo
dispone de unos estribos ajustables al tamaño del jinete y responde a los
movimientos corporales del piloto. O sea, que se conduce cómo un caballo, lo
cual hace aconsejable realizar un curso de equitación antes de empezar a
utilizarlo, para prevenir accidentes. Aunque este caballo mecánico es capaz de
analizar el entorno, detectar obstáculos, evaluar la estabilidad del terreno,
elegir la ruta más segura y eficiente, ajustar sus movimientos al centro de
gravedad del jinete, cuando este se mueve o cambia de postura (o pierde el
equilibrio y amaga con irse al suelo), y todo ello en milisegundos, gracias al
sistema de IA que lleva incorporado.
Todo ello alucinante, pero, si no lo has
visto galopar, no has visto nada todavía. Eso sí que mola y no ir tirado por
ahí, quemando goma, en una Kawasaki de dos ruedas.
Lástima que se trate solo de un
prototipo y que no está previsto que se comercialice antes de 2050. Pues vaya
mierda. Yo que estaba pensando que con un plan Renove, lo mismo, entregando mi
bicicleta eléctrica, me daban una subvención o algo así e ir al trabajo en mi
CORLEO nuevo y llegar al juzgado piafando, o tunearlo para darle el aspecto de
un huargo.
Pero, a este paso, cuando los caballos
mecánicos hayan colonizado las ciudades en ruinas que nos van a dejar la guerra
comercial, la guerra fría, el fuego amigo y los misiles intercontinentales y
esa horda de bolcheviques que vienen cabalgando desde la frontera de Ucrania
con la Unión Europea, y haya que ir a la compra saltando entre los escombros,
el único robot que voy a poder permitirme con lo que me quede de pensión va a
ser un conejo dispensador de pastillas y, además, con más de ochenta años,
mejor no intento volver a montar a caballo, que una mala caída podría resultar
fatal y no está el sistema sanitario para reparar accidentes que, con un poco
de sentido común, podrían haberse evitado.
Así que, en vez de un explorador de
Isengard capaz de aterrorizar a las mujeres y los niños desplazados por la
guerra, si consigo ahorrar lo suficiente, prescindiendo de gastos superfluos,
después de mucho esfuerzo, tal vez me pueda compar media docena de gazapos
domésticos, y voy a parecer un anciano al que el abuso de los fármacos ha
nublado el entendimiento y que anda por ahí cubierto de andrajos desplazándose
penosamente en un carro de Mercadona sin ruedas, en el que transportar mis
escasos efectos personales, tirado por esos mismos conejos.