El parque al que voy a correr
habitualmente es un frondoso vergel que, cuando ha estado lloviendo varios días
seguidos y el sol se asoma de nuevo entre las nubes, luce en todo su esplendor,
invitando a pasear por sus veredas y a detenerse junto a las zonas inundadas,
en las que es fácil ver alguna garza de plumaje blanco explorando el fondo
limoso con su pico en busca de alimento.
También, junto al estanque, he visto
últimamente una pareja de gallinetas escurriéndose entre la vegetación de la
orilla. Y, en alguna ocasión, he podido fotografiar una abubilla revoloteando
entre los troncos delos árboles.
Además, ha proliferado una colonia de
conejos que, cuando me acerco corriendo, se quedan inmóviles, mirándome con
ojos inexpresivos, para salir disparados en el último momento y refugiarse en
sus madrigueras ocultas entre la maleza.
Lo que no sabía es que en el parque
también abundan los erizos y que incluso es posible tener un encuentro con
culebras de buen tamaño, aunque alguna vez se me ha cruzado una pequeña en el
camino.
Esto último lo he sabido por un colega de
profesión que, el otro día, me dijo que suele verme corriendo por ese parque,
que queda cerca de su casa, aunque yo no recordaba haberme cruzado con él fuera
de los juzgados ni de otra guisa que no fuera vistiendo la toga.
Y todo esto me ha hecho pensar en la
posibilidad de que, sin ser consciente de ello, otras personas y también otras
criaturas pertenecientes al reino animal me hayan estado observando, mientras
yo me afanaba en completar mi rutina de entrenamiento, ajeno al mundo
circundante y a lo que se mueve en la espesura cuando avanzo entre los árboles
batiendo la tierra al ritmo de mi zancada, sin ser consciente de que esa
cadencia, reproducida por un golpeador, tiene la virtud, en otros planetas, de
atraer gigantescos gusanos de arena.
Y tampoco he podido dejar de acordarme del
'Comegente', un vagabundo con antecedentes de esquizofrenia, que solía cazar a
sus víctimas en un parque de la ciudad venezolana de Táriba, a 750 kilómetros
de Caracas.
Este sujeto acechaba a sus presas,
con frecuencia amantes del running que se aventuraban inconscientemente en el
parque, oculto en la espesura, arrojándoles una lanza de fabricación casera
hecha a partir de un tubo metálico y, después de arrastrarlos hasta su cabaña, los descuartizaba y los cocinaba a fuego lento y se los comía, salvo los pies
y la cabeza, que las enterraba en el jardín.
Afortunadamente, las personas que me
encuentro en mi parque es poco probable que tengan antecedentes de canibalismo.
Aunque no descarto que entre esa gente que tiene por costumbre hablar por el
móvil usando auriculares pueda haber algún esquizofrénico. Y, por si acaso,
antes de rebasarlos, procuro asegurarme de que no lleven ninguna jabalina
oculta entre la ropa y, cuando paso por su lado, también les miro las orejas
por si son de esos que no necesitan el móvil para hablar con otras personas a
las que no puedo ver.
Lo de los animales ya es otra cuestión, porque
la fauna que merodea por el parque suele ser inofensiva y, salvo la belicosa
familia de ocas que vive en el estanque y algún perrazo con ganas de echarme
una carrera, no he tenido ningún encuentro reseñable.
Claro que, si no he sido capaz de ver
ningún erizo en todo este tiempo, también podría haber ignorado la presencia de
un jabalí, cuya población ha aumentado mucho últimamente en la península. Y,
por otra parte, ya se sabe que los confinamientos hacen proliferar la aparición
de todo tipo de animales en las ciudades. Con lo cual, no digo yo que mi barrio
se vaya a convertir en Anchorage, y que vaya a encontrarme con un oso Kodiak
hurgando en el contenedor cuando baje a tirar la basura, pero igual un día de
estos me tropiezo con un elefante.
Y esto lo digo porque el Primer Ministro
de Botsuana, cansado de que los alemanes los aleccionen en cuanto a la
protección de los 130.000 elefantes que viven en su territorio, y teniendo en
cuenta además que a los germanos les encanta practicar la caza mayor en ese
mismo territorio, ha decidido regalar a Alemania 20.000 ejemplares de este
paquidermo.
Así que, considerando la afición de
nuestro Jefe del Estado emérito a tropezarse por Botsuana persiguiendo paquidermos,
y, por otro lado, el marcado signo animalista de algunas de las normas
incorporadas recientemente a nuestro ordenamiento jurídico, lo mismo al Primer
Ministro de ese país le da por regalarle a España unos cuantos miles de
elefantes y seguro que, siendo Andalucía la comunidad en la que más inmigrantes
extranjeros aloja el Gobierno central, la cuota de proboscidios susceptible de
ser asignada a la comunidad autónoma, incrementa exponencialmente la
probabilidad de que yo mismo termine tropezándome, a mí vez, con algún
espécimen descarriado.
Así que, como no tengo licencia de armas,
para prevenir males mayores, y después de varias semanas tomando apuntes viendo
'forjado a fuego', he optado por fabricarme un 'spetum', que es una especia de
espada-lanza utilizada en el norte de Italia en el siglo XVI de acreditada
utilidad contra las cargas de la caballería. Y, en cuanto haya conseguido que
sea completamente funcional, voy a llevármela conmigo la próxima vez que salga
a correr. Y lo mismo la pruebo si alguna oca se pone brava cuando pase
corriendo por los alrededores del estanque. O, mejor, se la arrojo a alguno de
esos ciclistas que se creen que el parque es una especie de velódromo al aire
libre y van por esos senderos como jinetes enloquecidos. Así, cómo diciendo,
eh, que la próxima vez le apunto al cuerpo, en vez de a la bicicleta. A ver si
aprenden a respetar un poco y se van a hacer puñetas con sus maillots de
colorines. Qué ya tenemos una edad. Qué, con la chichonera ridícula esa que
llevas no te puedo acertar en la cabeza, que si no... Si, en la cabeza hueca
esa que tienes sobre los hombros. Que yo si que la enterraba por ahí.
Y, luego, pues así voy adiestrándome como
cazador, por si me tropiezo con un elefante en el futuro. Y, ya, si eso,
cuando desextingan al mamut, pues lo mismo me hago un arco y, si la ley de bienestar animal no me lo impide, más de uno termina mordiendo el polvo.
Y, ya puestos, a ver si alguien consigue
clonar al hombre de Flores, y ya tenemos media compañía del anillo dando tumbos
por ahí. Qué a mí me gustaría ver un olifante tanto o más que al mismísimo
Samsagaz Gamyi, pero abatir a uno de un flechazo te tiene que dar un subidón,
que ríete tú de la caza furtiva en Botsuana, y, además, seguro que te hace
subir tres niveles de golpe en cualquier juego de rol.
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