Soy calvo. No es que tenga entradas o haya empezado a
clarear por la coronilla. Es que no tengo pelo en la cabeza, salvo una franja
que va desde la nuca hasta las sienes, que es la zona que los jóvenes se
afeitan cuando optan por el mullet a la hora de elegir corte de pelo, pero que
a los calvos nos hace parecer señores mayores y que si se acompaña de un espeso
bigote te convierte en una réplica de José Luis López Vázquez.
Empecé a perder pelo bastante joven, con lo cual, he tenido
tiempo de acostumbrarme a mí fisonomía actual. Pero la verdad es que a nadie le
hace gracia ver cada mañana en el espejo como se le ilumina la frente y se le
aclaran las ideas. Es una broma cruel que no compensa el más elegante de los
sombreros. Aunque es una buena excusa para usarlos sin temor a que se te chafe
el peinado. El problema es que, en algún momento hay que descubrirse y mostrar
tus credenciales.
Y la verdad es que a todo el mundo le gustan más los
melenudos. Y el que diga lo contrario, miente. Pero, aunque puedas probar a
peinarte hacia adelante o con raya al lado, disimulando así la desnudez de tu
cuero cabelludo, lo normal es que no consigas engañar a nadie y, a lo mejor,
hacer el ridículo, si al viento le da por chivarse de lo tuyo, que,
probablemente, ya era un secreto a voces, del que sólo tú no habías querido
enterarte.
Luego está lo de no llamar a las cosas por su nombre, o
emplear diminutivos. Del estilo de estás calvito. Lo cual tendría un pase si
tuvieras cinco años. Pero lo de personas fácilmente incompletas es ya
inasumible y me ha hecho pensar siempre en alguien a quien le faltara la nariz
o alguna de las dos orejas. Aunque, a mí, que tengo una gran imaginación, me
resulta fácil imaginar también todo tipo de deformidades. Y, en lugar de un
ejército de inmaculados, cuando alguien habla de gente facialmente incompleta,
se me aparece una cohorte de orcos de rostros deformados por la crueldad de
Sauron.
Subterfugios aparte, el cine está lleno de ejemplos de la
predilección de los guionistas de Hollywood por la gente greñuda a la hora de
encarnar a un héroe. Mientras las filas de los villanos están repletas de gente
fácilmente incompleta, empezando por Lord Voldemort (en este caso literalmente),
pasando por Lex Luthor y terminando con Azog el Profanador.
Y frente a ellos invariablemente aparecen chicos de hirsuta
cabellera como Clark Kent, Harry Potter o Thorin Escudo de Roble.
No obstante, si un calvo tratara de emular a alguno de ellos,
como Supermán, metiéndose en una cabina telefónica para cambiarse de ropa, con
toda probabilidad, terminaría atrapado en su interior y abandonado en un
almacén subterráneo
Y después están los renegados. Toda esos hombres que están
dispuestos a contratar los servicios de Turkish Airlines para hacerse un
implante capilar o, ponerse en manos de Svenson para poner remedio a una de las
lacras de nuestro tiempo. Pero, sin ser del todo conscienteade que, excepto
si, por el mismo precio, se te incluya en un programa de protección de testigos
y alguien te proporcione una nueva identidad, tus allegados y conocidos siempre
sabrán de tu impostura y, cuando te miren, seguirán viendo al calvo que llevas
dentro. Y es que de la calvicie no se recupera uno nunca y esa mata de pelo se
siente como una prótesis con la que resulta difícil convivir, aunque cumpla
perfectamente con su funcionalidad. Además, los sombreros ya no te sientan
igual de bien y retomar tu relación con el acondicionador, el secador o la
gomina se vuelve a ratos engorroso y te hace echar de menos la liberadora falta
de pelo.
Porque, si amigos, los calvos somos hombres libres, que un
día nos sacudimos el yugo de la esclavitud de las modas y peinados y de llevar
el pelo perfecto. Pero no todo el mundo es capaz de mostrarse al mundo tal como
es, sin flequillos ni greñas ocultando las fracciones, con la frente bien alta
y las orejas ofreciendo resistencia al viento. Y es que, seamos honestos, el
pelo tapa mucho y puede hacerte creer que te pareces más a Jason Momoa que a
Antonio Resines.
Pero la verdad es que Sven el Terrible era un respetado jefe
vikingo y su prole ha degenerado hasta convertirse en una tribu de calvorotas a
los que un injerto de pelo no devolverá su reputación de antaño.
Los calvos de verdad no somos así. No renegamos de la
herencia genética de nuestros antepasados y gracias a ello nos hemos
convertido, por ejemplo , en formidables nadadores.
No obstante, seguimos siendo víctimas de nuestro estigma y
se nos relega al escalafón de los malhechores y al papel de supervillanos, en
este universo y en cualquier otro que se pueda imaginar. Y, si no, ahí están
Grand Moff Tarkin, Darth Maul, y la Casa Harkonnen al completo, por poner solo
un par de ejemplos.
Tal vez algún día se cuente nuestra verdadera historia y es
que, aunque no todo el mundo lo sepa, Lex Luthor, cuando era un adolescente,
salvó al joven Superman de la Kryptonita y, en agradecimiento, este destruyó su
proyecto científico más prometedor, derramando 'accidentalmente' unos productos
químicos cuyas emanaciones hicieron que Lex perdiera todo el pelo. Irónico,
¿verdad?
Y qué decir de Gollum, mi calvo favorito y el peor tratado
por la historia, a pesar de ser el verdadero héroe de la trilogía de El Señor
de los Anillos. Mató a Deagol accidentalmente, que además era un egoísta que no
quiso regalarle a Smeagol el anillo, a pesar de que era su cumpleaños. Fue
repudiado por los suyos y tuvo que refugiarse en las entrañas de la tierra
hasta quedarse completamente calvo y olvidar su propio nombre. Y todo ese
tiempo mantuvo a salvo el anillo, que Sauron no habría encontrado jamás sin la
desafortunada intromisión de los Bolsón. Fue engañado y robado por Bilbo, un
verdadero saqueador sin escrúpulos, y traicionado por Frodo, al que había sido
leal hasta ese momento. El hobbit seboso lo trataba como a un perro. Y,
aún así, al final, salvo la vida de los dos y, de paso, a toda la Tierra Media,
incluidos los melenudos jinetes de Rohan y el desgreñado rey de Gondor. Porque,
vamos a ver, todos sabemos que Frodo era incapaz de destruir el anillo. Y, por
eso, Gollum tuvo que sacrificarse, cortarle un dedo y arrojarse a los fuegos
del Monte del Destino. Pero, claro, era calvo. Y eso, queridos hobbits, no se
perdona.
Pues yo digo: larga vida a los calvos. Vivan Kojak, Shreck y
el coronel Kutz y todos aquellos que fueron bendecidos con el don de la
clarividencia y también fueron capaces de deslizarse sobre el filo de una
navaja y sobrevivir al horror.
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