Está demostrado, irse de vacaciones es
una fuente de infelicidad. Básicamente porque, más pronto o más tarde, las
vacaciones se terminan y hay que volver al trabajo, a la escuela, a las tareas
domésticas, a las plataformas de streaming y a levantarse a una hora razonable
para ir a trabajar y, de esa manera, evitar que el estado del bienestar y la
sociedad de consumo se desintegren ante nuestros ojos, mientras apuramos con
indolencia una piña colada tumbados en una hamaca en una playa de las Antillas.
Y, entonces, si que se iban a acabar las vacaciones pagadas, las escapadas de
fin de semana, la piña colada y todo lo demás.
Pero, como si levantarse de la hamaca y
abandonar la playa sin que a uno le dé tiempo ni de quitarse la arena de los
pies no fuera lo bastante duro, además, es que ahora la vuelta a la normalidad
se ha convertido en una sucesión de sobresaltos, de forma que no hay día en el
que no se despierte uno con la sensación de que los glaciares, la selva
amazónica, la biodiversidad, la democracia, la separación de poderes, el estado
de derecho y el sistema de seguridad social, por este orden, están a punto de
ser engullidos por un sumidero en el que nadie había reparado hasta la fecha.
Aunque, bueno, que se derritan los polos
o se quemen los bosques del planeta no es tan grave, que siempre ha hecho calor
y ya se sabe que esto son ciclos, y en cuanto colapse la Corriente del Golfo y
haga un poco de fresco vamos a tener hielo para aburrir; y luego empieza a
llover y, cuando quieres darte cuenta, te ha crecido una selva al lado de casa
y empiezan a proliferar los jabalíes en los parques públicos repletos de
secuoyas; y, con la subida de la temperatura del mar, pues terminas nadando
entre tiburones blancos en la Playa del Sardinero y no va a hacer falta irse al
Caribe para hacerte un selfie. Que queremos salvaguardar la biodiversidad pero
ahora siempre nos estamos quejando de que todo son especies invasoras.
Invasoras si, pero también biodiversas (alguien debería pensar un poco en eso y
poner las cosas en contexto).
Bueno, especies invasoras y ratones
lanudos o lobos colosales traídos de vuelta de la extinción. Y es que todo
tiene arreglo, menos la muerte. Y ahora incluso la muerte, porque, aunque tu
especie se haya extinguido, en el futuro, cualquier científico un poco avispado
te puede traer del más allá, siempre que disponga de una secuencia genómica
medio decente, o hacer que tus orejas le crezcan en la chepa a un ratón de
laboratorio, lo que, para empezar, está bastante bien, si lo piensas un poco.
Pero si dicen por ahí que tal vez dentro
de poco se va a poder resucitar a los neardentales. Pues, no sé porque, llegado
el caso, no se va a poder resucitar a los sapiens sapiens. Y una vez resucitados,
pues ya es cosa de resucitar también la democracia, la separación de poderes y
el estado del bienestar.
A propósito de esto, siempre había
pensado que el Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria y su llamamiento a
abstenerse de la reproducción para causar la extinción gradual y voluntaria de
la humanidad y así poner fin a la degradación ambiental, era una ocurrencia de
una panda de chalados, pero, a la vista de los últimos hallazgos de la ciencia,
estoy empezando a considerar que lo de extinguirse puede ser una opción viable.
Y no sólo porque puedas renunciar a
tener hijos y, en vez de eso, dedicarte a la jardinería o comprarte un perro,
al que dejarle tus bienes terrenales y un jardín bien cuidado para que él y sus
cachorros y los cachorros de sus cachorros puedan corretear entre las flores
por toda la eternidad, y para hacer del bienestar animal una realidad palpable
y visible para cualquiera, sino porque, ahora mismo, todo lo que se extingue se
va a poder desextinguir dentro de poco, así que no hay necesidad de alarmarse
tanto con lo de extinguir las cosas, como los incendios, o los linces o la
ballena franca del Atlántico Norte y la ballena jorobada del Mar de Arabia.
Yo digo, dejemos que se quemen o se
extingan ellos solos. Y luego dejemos de tener hijos, cuidemos nuestros
jardines, compremos mascotas y extingámonos nosotros mismos, quedémonos
tumbados en nuestra hamaca mirando la puesta de sol hasta que la muerte nos
separe de este mundo en vías de extinción y descansemos en paz de una bendita
vez, que la resurrección está a la vuelta de la esquina.
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