No
es una cuestión de confianza. No se trata de fiarse más o menos del algoritmo,
o de que la inteligencia artificial se vuelva fiable al 50, al 80 o al 95 por
ciento. Se trata del vago redomado que todos llevamos dentro y, a veces,
también de la imposibilidad material de dar una respuesta rauda a los
requerimientos de quienes ya están usando la inteligencia artificial para
interpelar a las administraciones públicas o para elaborar trabajos de
investigación, trabajos de fin de grado o de máster, artículos, tesis
doctorales, diagnósticos, recursos, denuncias, reclamaciones a la comunidad de
propietarios, discursos, canciones, declaraciones de amor, cartas de ruptura y
hasta felicitaciones navideñas.
Pero
si hasta el primer ministro sueco admite que usa ChatGPT para una “segunda
opinión” en sus labores de gobierno.
No
importa lo que digas, lo que escribas o lo que se te pueda ocurrir después de
pensar un buen rato, o incluso tras una noche de insomnio, ChatGPT siempre lo
va a hacer mejor y, sobre todo, más rápido.
Ya
no merece la pena discutir estérilmente sobre las cuestiones más elevadas,
siempre habrá alguien que recurra a Grok, o cualquier otro asistente de
inteligencia artificial, para zanjar el debate más enconado. Y la mayoría agachará
la cabeza o, por lo menos, tomará en consideración lo que ha dicho el
sabelotodo virtual que está llamado a gobernar nuestras vidas.
Además,
el oráculo está disponible veinticuatro horas al día y siete días a la semana,
y para consultarlo no es necesario pagar ninguna tasa ni siquiera sacrificar
una miserable cabra. Lo importante no es quien pregunta, el oráculo es
intrínsecamente democrático y está abierto a ricos y pobres por igual. Solo hay
que creer, tener fe, y también pocas ganas de trabajar o de calentarse la
sesera.
Y
sabe de todo, nunca te dirá que no tiene la respuesta que estás buscando y
además se mostrará complaciente contigo. No eres un imbécil, ni un paranoico,
tus preguntas no son capciosas y, en el peor de los casos, siempre puedes
delegar la responsabilidad en el algoritmo.
¿Te
duele la cabeza? Pregúntale a tu asistente de inteligencia artificial. El
conoce los síntomas, puede hacer un diagnóstico en milésimas de segundo y
sugerirte un paliativo o recetarte cualquier fármaco, y sin listas de espera ni
necesidad de acudir a un matasanos de carne y hueso. El oráculo es infalible y
tolerará tus intentos de trolearlo. Ha aprendido mucho y, si le das la
oportunidad, también puede aprender de ti, copiarte y mejorar tus respuestas,
pero sin que dejen de gustarte ni de satisfacer tus ganas de dar con la que
andabas buscando, eso sí, sin esforzarte demasiado.
Pero
volvamos al perezoso congénito que es el ser humano y a lo cansado que resulta
estar pensando todo el día, cuando hay alguien ahí que lo tiene todo muy bien
pensado, así que no necesita ponerse a pensar.
Existe
un problema, es verdad, puede ser que quienes han adiestrado a esa inteligencia
artificial no sean los tipos más recomendables, incluso que sean unos
indeseables. Incluso podría suceder que, aunque no fuera así, la inteligencia
artificial se esté alimentando de fuentes poco fiables, que haya por ahí un
ejército de bots creando bulos y contaminando esas fuentes con datos falsos o
información sesgada, y la "inteligencia" artificial se los esté
tragando como si fueran gominolas. Pero el problema, siendo grave, no es este,
sino más bien que haya una turba de vagos e ignorantes dispuestos a tragarse
las gominolas que, después de un breve tránsito por su tracto digestivo, están
vomitando ChatGPT, Grok o cualquier otra IA entrenada a base de embustes y teorías
conspiranoicas.
No
sabes nada Jon Nieve, pero tampoco ese es el problema. El verdadero problema es
que no eres consciente de tu nivel de ignorancia y vas por ahí jactándote de
tener todas las respuestas. Y las tienes, bueno tú no, sino tu asistente de IA,
aunque a lo peor son las respuestas equivocadas. Pero, ¿a quién vas a creer? ¿A
ChatGPT o a la comunidad científica? Pero, si no sabes lo que dice los
científicos, ni los historiadores, ni los filósofos. Pero, ¿sabes una cosa? Ni
falta que te hace. Llevábamos años soportando a nuestro cuñado opinando sobre
lo divino y lo humano, hasta que hemos descubierto a nuestro otro cuñado
virtual, que además de hablar sólo cuando se le pregunta, tiene una idea
formada sobre cada dilema moral, y también sobre cada pequeña minucia que se
nos pueda ocurrir. Era la herramienta que necesitaba nuestro cuñado para
volverse del todo insoportable, pero la hemos descubierto nosotros primero y ya
todos somos cuñados con un móvil en la mano susurrándonos al oído todo lo que
siempre quisimos saber sobre cualquier cosa y nunca nos atrevimos a preguntar.
Hasta que llegó ChatGPT.
Se
ha publicado un estudio que dice que la gente hace muchas más trampas si usa la
IA y que delegar en una máquina complaciente con las peticiones humanas
multiplica las decisiones poco éticas, funcionando como un colchón psicológico
que reduce la sensación de responsabilidad moral, dada la enorme disposición de
los agentes de IA a obedecer órdenes abiertamente poco éticas.
Así
que ya no hace falta ser un escrupuloso funcionario para que los totalitarismos
puedan hacer realidad sus desvaríos supremacistas o aplicar soluciones finales
a los problemas de la nación. Basta con que la mayoría sea capaz de delegar en
una conciencia virtual sus propias decisiones. La banalidad del mal ya no es lo
que era. Ya no necesitamos haber quedado atrapados en un engranaje burocrático
para ser cómplices de crímenes de estado, basta con que depositemos en manos de
la máquina la toma de decisiones que conciernen a la supervivencia y la
dignidad humana, a nuestra propia supervivencia y a nuestra dignidad como seres
humanos.
Hemos
renunciado al deseo de aprender, a la sed de conocimiento, a la curiosidad, a
la capacidad de escuchar y contrastar puntos de vista, visiones encontradas, a
los duelos dialécticos y la pulsión del debate público. Porque ya lo sabemos
todo, aunque, en realidad, no sepamos absolutamente nada.
Y,
ya está, por esta senda repleta de atajos, salvando obstáculos a base de
orillarlos, hemos llegado al final del camino. Pero no será la IA la que
termine gobernándonos a todos, es ya la hiaa la que nos gobierna.