domingo, 24 de noviembre de 2024

Antes de que la corriente nos arrastre

 

Una tormenta de formidables proporciones ha llegado de improviso para sepultar bajo el lodo el mundo que habíamos conocido y eso que estábamos avisados, lo sabíamos y hemos seguido ignorando las señales que nos estaba mandando un clima enloquecido que está convirtiendo los patrones meteorológicos en meras predicciones de dudosa credibilidad.

Y, en medio de la catástrofe, algunos todavía piden credenciales a las víctimas antes de acudir en su auxilio. Sólo compatriotas dicen, como pensando que si la naturaleza fuese justa habría sabido discernir entre ellos y los otros, a los que se puede tragar el agua desbordada de un río, igual que se los traga el mar.

Al menos, son coherentes en sus consignas. Si cerramos a cal y canto las fronteras, si se persigue a quienes se dedican al salvamento marítimo, si levantamos campos de refugiados allende nuestras fronteras, si estamos dispuestos a condenar a legiones famélicas a quedar expuestas a los efectos de la catástrofe climática que se nos viene encima, porqué íbamos a hacer excepciones con los infiltrados, los que consiguieron saltar la valla, trepar el muro, sortear la muerte en una travesía angustiosa hacia el primer mundo.

Nada detendrá los efectos devastadores de una naturaleza desbocada, pero paliar esos efectos todavía podría estar en nuestra mano.

Aunque, a veces, creo que todo está perdido. Si, ante la evidencia de la desolación, la reacción consiste en echar balones fuera, si no somos capaces de la menor autocrítica, ¿qué podemos esperar en un futuro inmediato, salvo que se recrudezcan los efectos de esta deriva suicida?

Pero luego pienso que nadie puede estar tan ciego y que la cordura, tal vez más tarde que pronto, terminará imponiéndose. La cuestión es saber cuál será el precio a pagar por haber despertado demasiado tarde, cuántas víctimas sufrirán las consecuencias de nuestros errores, a cuántas generaciones habremos condenado ya.

No existe un muro capaz de contener la ola que se avecina. Nos sepultará a todos. Pero antes o después de que la tierra quede completamente anegada, una marea humana llamará a nuestras puertas. En nuestra mano está abrirla o dejar que los goznes oxidados terminen cediendo por si solos.

En un pasaje de la Ilíada, que he recuperado gracias a una entrevista con el clasicista inglés Robin Lane Fox, el Escamandro se desborda “fluyendo con gran estruendo” y “la hinchada ola del río, acrecido por las aguas del cielo,” persigue a Aquiles. Y el río mismo dice en el poema: “Pronto en lo más hondo de la marisma yacerán sus bellas armas enterradas bajo el limo. Y a él lo revolcaré y lo cubriré con las arenas, le echaré encima escombros a millares, y los aqueos no serán capaces ni de recoger sus huesos: tanto será el fango con que lo cubriré”.

Aquiles y otros muchos de aquellos aqueos de doradas grebas podrían haber muerto ahogados en las aguas del Escamandro durante el sitio de Troya, como tantos otros han muerto y siguen muriendo antes de arribar a la orilla en las aguas del vinoso Ponto o de cualquier otro mar de alma profunda y oscura.

Los dioses cómo Escamandro y Apolo deciden la suerte de los héroes, pero nuestra indiferencia nos hace también a nosotros culpables de esas muertes cómo Héctor lo era de la muerte de Patroclo en un combate desigual, y algún día tendremos que responder ante los dioses y ante los hombres.

No conseguiremos quemar las naves de los dánaos. Y, si lo hacemos, vendrán muchos más barcos, hasta que el mar se cubra de velas y nadie pueda contenerlos. Y, algún día, nuestras orgullosas ciudades arderán tras los muros erigidos para protegerlas. No quedará piedra sobre piedra ni habrá consuelo para los desheredados y los cuerpos de los héroes serán arrastrados por un carro tirado por caballos furiosos ante nuestros ojos anegados de lágrimas.

Ojalá entonces la compasión ablande el corazón del río, como las Lágrimas de Príamo consiguieron ablandar el de Aquiles. Pero mejor sería que la compasión inspirase ahora nuestros actos antes de que el Escamandro se desborde de nuevo y nos sepulte a todos bajo el fango, también a nosotros que no quisimos escuchar a Casandra y nos burlamos de ella y sus funestos augurios.

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