La semana pasada me hice el chequeo
anual patrocinado por el servicio de prevención de mi organismo. Y los
resultados dicen que mi estado de salud me sigue haciendo apto para el trabajo.
Y ello a pesar de que veo mal de lejos y cada vez peor de cerca, estoy
perdiendo audición por mi oído izquierdo, parece ser que tengo sobrepeso y la
analítica revela que sufro de hipercolesterolemia. Lo que también dice, para
quien sepa leer entre líneas, el resultado del chequeo es que esta pérdida de
facultades denota que me estoy haciendo viejo, aunque no lo suficiente para no
poder desarrollar mi trabajo (al menos de momento) ni tampoco para poder
jubilarme en pleno uso de las facultades que todavía conservo.
Hace tiempo que se está investigando
sobre el proceso de envejecimiento y las posibilidades de ralentizarlo o,
incluso, revertirlo, dado que aunque el envejecimiento no puede considerarse
una enfermedad en sentido estricto, si te hace propenso a contraer enfermedades
asociadas a ese proceso. Al menos a la mayoría.
Claro que también hay gente con una genética
privilegiada que, a pesar de sus malos hábitos, puede vivir más de cien años.
Es el caso de una anciana centenaria a la que hasta tres médicos distintos le
habían recomendado encarecidamente que dejara de fumar, aunque los tres habrían
fallecido antes de ver cumplidas sus recomendaciones, mientras su paciente
sigue viva y coleando sin dejar de encenderse un cigarrillo cada vez que se
acuerda de los buenos doctores que ahora se encuentran criando malvas.
A mí me parece que en realidad no hemos
calibrado adecuadamente las consecuencias de revertir el envejecimiento, porque
si, en un país que puede presumir de la longevidad de su población, el sistema
de pensiones amenaza con reventar por cualquiera de sus costuras, no hace falta
ser un lince para imaginarse dónde podría situarse la edad de jubilación con
una tropa de ancianos en pleno uso de sus facultades, inmunes a los procesos
inflamatorios y con una experiencia más que acreditada para seguir desempeñando
las profesiones y oficios que la inteligencia artificial general no tendría
ningún inconveniente en asignarnos a los pobrecitos humanos a los que nos iba a
hacer la vida más fácil.
Personalmente creo que estamos avanzando
en la dirección equivocada. No hay que revertir el proceso de envejecimiento
sino acelerarlo, prodigarse en los malos hábitos y fiarlo todo a nuestra
herencia genética. De esta forma, cuando el sistema de seguridad social nos vea
aparecer por la puerta, orondos pero arrugados como pasas, tosiendo
compulsivamente y empujando un andador a trompicones, no le va a quedar más
remedio que concedernos una pensión y mandarnos al especialista para que nos
convenza de que dejemos de fumar, de beber y de vivir.
Aunque, mientras tanto, también sería
necesario financiar, aunque sea de manera irregular y desde luego al margen del
sistema sanitario, la investigación de métodos que eviten que nos muramos de un
patatús todos aquellos a los que la genética no nos ha favorecido en el reparto
de boletos para la longevidad.
Y puede ser que la madre naturaleza
tenga la respuesta a todos nuestros problemas. Porque me he enterado de que existe
una criatura, al borde de la extinción, que podría albergar el secreto de la
eterna juventud. Se trata del ambystoma
mexicanum, más conocido como ajolote o axolot. Es una salamanquesa con una
capacidad de regeneración asombrosa, que le permite regenerar completamente
extremidades amputadas hasta cinco veces consecutivas sin formar cicatrices,
restaurando su estructura original con funcionalidad completa. Pero la cosa no
queda ahí, sino que también es capaz de regenerar su corazón, la médula espinal
o incluso su propio cerebro. Además, su capacidad regenerativa no disminuye con
la edad.
Pues bueno, imaginaos las posibilidades
de un sistema de regeneración similar en seres humanos. Puedes cortarte un
brazo o una pierna o seccionarte parte del lóbulo frontal de tu cerebro,
conseguir una pensión suculenta de la Seguridad Social, ingresar en una
residencia y, en unas semanas, salir por la puerta saltando a la pata coja
sobre tu nueva pierna, haciendo cortes de mangas con tu tierno brazo
adolescente y, con la parte de tu cerebro regenerado, reservar un billete de
avión para las Bahamas u optar por seguir defraudando al sistema desde las
Antillas. Y a ver qué iban a hacer Elon Musk y compañía, si son incapaces de
encontrar a las decenas de miles de muertos que andan por ahí cobrando
pensiones. Imagínate para dar con unos tullidos regenerados por obra y gracia
de una variante de la proteína mTOR, responsable del proceso de regeneración.
Así que yo lo tengo claro, quiero ser un
axolot. Y me da igual que me salgan branquias externas y una aleta dorsal, que
además facilitaría mi nueva vida acuática. Así que, a partir de mañana, voy a
ir todos los días a ver al guardián de los secretos del agua en el acuario de
mi ciudad, pegaré mi cara al cristal del tanque de agua dulce en el que se pasa
las horas regenerándose sin parar y me miraré en sus ojos hasta que yo también
sea capaz de regenerar mi propio corazón.
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