jueves, 29 de mayo de 2025

Axolot

 

La semana pasada me hice el chequeo anual patrocinado por el servicio de prevención de mi organismo. Y los resultados dicen que mi estado de salud me sigue haciendo apto para el trabajo. Y ello a pesar de que veo mal de lejos y cada vez peor de cerca, estoy perdiendo audición por mi oído izquierdo, parece ser que tengo sobrepeso y la analítica revela que sufro de hipercolesterolemia. Lo que también dice, para quien sepa leer entre líneas, el resultado del chequeo es que esta pérdida de facultades denota que me estoy haciendo viejo, aunque no lo suficiente para no poder desarrollar mi trabajo (al menos de momento) ni tampoco para poder jubilarme en pleno uso de las facultades que todavía conservo.

Hace tiempo que se está investigando sobre el proceso de envejecimiento y las posibilidades de ralentizarlo o, incluso, revertirlo, dado que aunque el envejecimiento no puede considerarse una enfermedad en sentido estricto, si te hace propenso a contraer enfermedades asociadas a ese proceso. Al menos a la mayoría.

Claro que también hay gente con una genética privilegiada que, a pesar de sus malos hábitos, puede vivir más de cien años. Es el caso de una anciana centenaria a la que hasta tres médicos distintos le habían recomendado encarecidamente que dejara de fumar, aunque los tres habrían fallecido antes de ver cumplidas sus recomendaciones, mientras su paciente sigue viva y coleando sin dejar de encenderse un cigarrillo cada vez que se acuerda de los buenos doctores que ahora se encuentran criando malvas.

A mí me parece que en realidad no hemos calibrado adecuadamente las consecuencias de revertir el envejecimiento, porque si, en un país que puede presumir de la longevidad de su población, el sistema de pensiones amenaza con reventar por cualquiera de sus costuras, no hace falta ser un lince para imaginarse dónde podría situarse la edad de jubilación con una tropa de ancianos en pleno uso de sus facultades, inmunes a los procesos inflamatorios y con una experiencia más que acreditada para seguir desempeñando las profesiones y oficios que la inteligencia artificial general no tendría ningún inconveniente en asignarnos a los pobrecitos humanos a los que nos iba a hacer la vida más fácil.

Personalmente creo que estamos avanzando en la dirección equivocada. No hay que revertir el proceso de envejecimiento sino acelerarlo, prodigarse en los malos hábitos y fiarlo todo a nuestra herencia genética. De esta forma, cuando el sistema de seguridad social nos vea aparecer por la puerta, orondos pero arrugados como pasas, tosiendo compulsivamente y empujando un andador a trompicones, no le va a quedar más remedio que concedernos una pensión y mandarnos al especialista para que nos convenza de que dejemos de fumar, de beber y de vivir.

Aunque, mientras tanto, también sería necesario financiar, aunque sea de manera irregular y desde luego al margen del sistema sanitario, la investigación de métodos que eviten que nos muramos de un patatús todos aquellos a los que la genética no nos ha favorecido en el reparto de boletos para la longevidad.

Y puede ser que la madre naturaleza tenga la respuesta a todos nuestros problemas. Porque me he enterado de que existe una criatura, al borde de la extinción, que podría albergar el secreto de la eterna juventud. Se trata del ambystoma mexicanum, más conocido como ajolote o axolot. Es una salamanquesa con una capacidad de regeneración asombrosa, que le permite regenerar completamente extremidades amputadas hasta cinco veces consecutivas sin formar cicatrices, restaurando su estructura original con funcionalidad completa. Pero la cosa no queda ahí, sino que también es capaz de regenerar su corazón, la médula espinal o incluso su propio cerebro. Además, su capacidad regenerativa no disminuye con la edad.

Pues bueno, imaginaos las posibilidades de un sistema de regeneración similar en seres humanos. Puedes cortarte un brazo o una pierna o seccionarte parte del lóbulo frontal de tu cerebro, conseguir una pensión suculenta de la Seguridad Social, ingresar en una residencia y, en unas semanas, salir por la puerta saltando a la pata coja sobre tu nueva pierna, haciendo cortes de mangas con tu tierno brazo adolescente y, con la parte de tu cerebro regenerado, reservar un billete de avión para las Bahamas u optar por seguir defraudando al sistema desde las Antillas. Y a ver qué iban a hacer Elon Musk y compañía, si son incapaces de encontrar a las decenas de miles de muertos que andan por ahí cobrando pensiones. Imagínate para dar con unos tullidos regenerados por obra y gracia de una variante de la proteína mTOR, responsable del proceso de regeneración.

Así que yo lo tengo claro, quiero ser un axolot. Y me da igual que me salgan branquias externas y una aleta dorsal, que además facilitaría mi nueva vida acuática. Así que, a partir de mañana, voy a ir todos los días a ver al guardián de los secretos del agua en el acuario de mi ciudad, pegaré mi cara al cristal del tanque de agua dulce en el que se pasa las horas regenerándose sin parar y me miraré en sus ojos hasta que yo también sea capaz de regenerar mi propio corazón.

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