sábado, 22 de febrero de 2025

Hic sunt dracones

 

El otro día, andaban tres biólogos marinos buscando tiburones en aguas de las Canarias, cuando, de las profundidades del océano, emergió una criatura espeluznante, negra como la noche, con unas mandíbulas pobladas con dos filas de dientes larguísimos y afilados como cuchillas de afeitar y una antena luminiscente coronando una cabeza de descomunales proporciones, que ascendía lentamente hacia la superficie, después de un viaje de cuatro mil kilómetros desde el fondo del mar.

El vídeo se viralizó inmediatamente y, a los cinco días, contaba con 102 millones de visualizaciones en TikTok. Para que después digan que a la gente no le interesan las ciencias naturales. Pero el fenómeno perdió interés rápidamente cuando se supo que el monstruo marino, siendo una hembra adulta, solo medía seis centímetros. ¡Pero si da más miedo el gato de mi abuela! debieron de pensar muchos. Conclusión: el tamaño si importa, al menos tratándose de monstruos marinos.

He escuchado después varias teorías sobre el motivo por el que un pez de estas características podría haber ascendido desde la sima profunda y oscura que constituye su hábitat natural hasta la superficie.

La primera sostiene que podría haberlo hecho intentando escapar de un depredador. Cosa que ha sembrado el pánico entre los usuarios de TikTok. Aunque de forma totalmente injustificada, porque, si la presa mide seis centímetros, ¿cuánto podría medir su depredador? ¿doce?, ¿catorce? Sigue dando más miedo el gato de mi abuela.

La segunda posibilidad es que sufriera alguna enfermedad, que hubiese alterado su sistema sensorial, provocando su desorientación, y que podría poner de manifiesto alteraciones de las cadenas tróficas y las corrientes que podrían explicarlo.

Puede ser, pero si ese bicho, estando enfermo, es capaz de recorrer 4.000 kilómetros, cuesta arriba, vamos a tener que empezar a tomárnoslo más en serio, a pesar de su tamaño. Y lo mismo, después de tomarse un respiro, le hace un agujero a la zodiac y se merienda a los tres biólogos marinos, tras espantar a los escualos que se hayan acercado en busca de carnaza.

Pero, para mí, la tesis más inquietante es la tercera, según la cual el Melanocetus johnsonii (más conocido por Josie) habría viajado hasta las Islas Afortunadas en ascensor. Me explico, por lo visto la diferencia de temperatura entre la de las aguas superficiales y las aguas profundas puede provocar afloramientos hacia la superficie que actúan como chimeneas y podrían arrastrar toda clase de animales desde las  profundidades.

De hecho, en el siglo XIX, un naturalista alemán, llamado Ernst Haeckel, aprovechando la existencia de estos cañones submarinos, (entre 1866 y 1867 realizó un largo viaje a las Islas Canarias) se dedicó a recoger criaturas abisales, que metía en un acuario y dibujaba con todo lujo de detalles. El resultado debió ser de lo más llamativo porque, por lo visto, sus contemporáneos, que debían conocer su inclinación por el arte, lo consideraron un farsante que había tirado de su imaginación para retratar aquellos seres abominables.

Pero la cuestión es que, de ser cierta esta teoría y, sobre todo, si la combinamos con lo de las alteraciones de las cadenas tróficas y las corrientes marinas, igual dentro de poco empiezan a arribar a nuestras playas especímenes de lo más variado, con el sistema sensorial averiado y una sola característica en común, su aspecto horripilante. Y menos risas, que a este fenómeno por el que algunos organismos abisales llegan hasta la superficie, se le llama beaching.

Y si a uno sólo, estando enfermo y desorientado, le ha dado por recorrer 4.000 kilómetros y después posar para un vídeo de TikTok, como cunda el ejemplo, los ataques de Gladis y compañía nos van a parecer un juego de niños comparados con la invasión de los ultracuerpos de las profundidades.

Pero yo tengo otra teoría y es que he estado mirando unos mapas antiguos y, cuando todo el mundo estaba de acuerdo en que la Tierra era plana, los límites del mundo conocido aparecían poblados de monstruos que eran clavaditos al pez abisal ese que se han encontrado en Canarias. Así que, a lo mejor, resulta que el Melanocetus johnsonii no ha venido de ningún cañón submarino ni ha remontado la corriente durante veinte mil leguas de viaje submarino, sino que estaba ahí al ladito, chapoteando en los confines de la Tierra conocida, justo donde se termina el mapa. Y esos tres científicos listillos se han inventado una historia de simas profundísimas, líneas de deriva, ascensores submarinos, colapsos de corrientes marinas y no sé cuantas cosas más. Y para que la gente no se asuste han dicho que cabía en la palma de la mano. Y que, ha sido sacarlo del agua, y se ha muerto, que lo han metido en formol y se lo han llevado al Museo de Naturaleza y Arqueología y que no se han planteado exponerlo al público. Y voy yo y me lo creo. Llamadme conspiranoico si queréis.

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