El Departamento de
Eficiencia Gubernamental ha enviado un correo electrónico a todos los empleados
federales de Estados Unidos apremiándoles para que, en un plazo de cuarenta y
ocho horas, explicasen cinco logros alcanzados durante la semana anterior en sus
trabajos. Y todo bajo la amenaza explícita de que no contestar a la misiva
antes de las cero horas del lunes siguiente (el correo se envió un sábado), se
interpretaría como una renuncia tácita a seguir ocupando sus puestos de
trabajo.
Si me hubiera pasado a mí, creo que, a
estas alturas, estaría recogiendo mis objetos personales de la mesa del
despacho. Primero porque no suelo leer a diario mi correo electrónico, y nunca
el fin de semana. Luego, porque, cuanto más perentorio es el plazo que me dan
para cumplimentar un requerimiento cuya urgencia sólo justifica la prisa que
tiene el requirente en que le conteste, más suelo hacerme el remolón y tanta
premura me induce a ponerlo al final de mi lista de tareas, que ya es lo
suficientemente apremiante como para dar prioridad a las prisas de quienes
piensan que lo prioritario es siempre y únicamente lo que les concierne,
normalmente jefes desocupados con demasiado tiempo para pensar en cosas
irrelevantes y encontrar la manera de hacerlas parecer importantes. En tercer
lugar, porque me cuesta mucho más trabajo explicar lo que he hecho que seguir
haciéndolo y porque si quien me pregunta se hubiera tomado la molestia de
conocer mínimamente mi cometido y averiguar mi grado de desempeño, no tendría
que explicarle nada de lo que hago. Y, por último, porque la mayor parte de mi
trabajo no consiste en alcanzar logros y metas (no soy un científico buscando
una vacuna contra el cáncer) sino en cumplir con una rutina de trabajo que
cumple una función.
Pero, aún así, si vamos a hablar de
logros, puedo enumerar unos cuantos que alcanzo diariamente. Por de pronto, hoy
he logrado levantarme de la cama cuando ha sonado el despertador sin caerme al
suelo a pesar del sueño atrasado que arrastro toda la semana; no he perdido el
autobús que me permite llegar a la oficina a tiempo de cumplir con mi jornada
laboral, en lugar de utilizar mi coche, contribuyendo de esta manera a reducir
mi huella de carbono; no me he tirado el café encima a pesar de las prisas; no
me he olvidado de registrar mi hora de llegada y la de salida para facilitar el
rastreo de mis andanzas como servidor de lo público con tendencia al escaqueo y
no le he faltado el respeto a ningún juez, letrado de la administración de
justicia, ni abogado en ejercicio, aunque haya tenido ganas de hacerlo. Creo
que son cinco.
Naturalmente, reconozco que esto puede
parecer muy poco comparado con los logros de otras personas, que, en apenas un
mes, han desmantelado la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional,
una agencia para la ayuda al desarrollo de EE UU, que desde 1961 cubre el 47%
de la ayuda humanitaria mundial (además de un "nido de víboras
marxistas"); están llevando a cabo una deportación masiva, la “mayor de la
historia”, con redadas de extranjeros (esos "sacos de basura"), en
colegios y hospitales e incluso iglesias (sólo faltaba que ahora los sacos de
mierda se pudieran acoger a sagrado); restringido el acceso a los servicios
sanitarios a los 24 millones de ciudadanos acogidos a la Ley de Protección al
Paciente y Cuidado Asequible, con aumento de los precios de medicamentos,
tratamientos y diagnósticos, reducción de la cobertura de servicios y
endurecimiento de los requisitos para disfrutar del sistema; y van a reformar
la Seguridad Social, ese "esquema Ponzi", en forma de estafa
piramidal, que alberga desde hace décadas fraudes masivos, con “decenas de
millones” de estadounidenses fallecidos recibiendo pagos indebidos, y “niveles
impactantes de incompetencia y fraude probable” y, por el camino han despedido
a decenas de miles de funcionarios, incapaces de justificar sus logros y muy
probablemente cómplices, por acción (en el caso de las víboras marxistas) o por
omisión (se tiene la sospecha de que algunos también están utilizando personas inexistentes
o identidades de personas fallecidas para cobrar sus nóminas), de los abusos,
fraudes, despilfarros, fallecimientos de pensionistas (aunque estos también son
unos estafadores, que siguen cobrando sus pensiones desde la ultratumba), y
acumulación en las calles de ingentes cantidades de bolsas de basura (esto se
va a arreglar despidiendo a los basureros y encomendando la tarea de tirar la
basura a los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas).
Pues, si señor, ante tamaña muestra de
eficacia, sólo puedo quitarme el sombrero y reconocer, (aunque sea con la boca
pequeña y en este foro en el que todavía me siento a salvo de que alguien me
descubra) que, aunque no sea una víbora marxista, visto desde esa óptica, mi
desempeño durante los casi cuarenta años que llevo trabajando en la
administración deja bastante que desear.
Por ejemplo, el tiempo que estuve
prestando servicios en la Oficina de Extranjeros, creía conocer la diferencia
entre un inmigrante irregular y un saco de desperdicios, y nunca se me ocurrió
que denegar un permiso de residencia fuera una tarea equivalente a sacar la
basura (además de incompetente, he sido un basurero muy presuntuoso). Y,
durante mi dilatada estancia en el servicio público de empleo, nunca se me
ocurrió pensar que los trabajadores eventuales que trataban de cobrar el
subsidio agrario falsificando peonadas, en realidad, estaban muertos. De hecho,
ahora que lo pienso, seguramente, los empleados públicos que trabajaban conmigo
en aquella época estaban muertos también y fingían estar vivos, mandando a
algún familiar a las comidas de Navidad o cuando, ya siendo Director
Provincial, les llamaba a mí despacho. Recuerdo además que en aquellos días
algunos, supuestamente, se murieron y tuve que asistir a su sepelio, pero
seguramente no les quedó más remedio que confesar que estaban muertos porque
llegó un momento en el que ya no podían justificar su falta de rendimiento y
sus prolongadas ausencias de la oficina. Pero, también es probable, que antes
solicitaran alguna prestación de la Seguridad Social que luego habrán seguido
cobrando sus allegados, completando el círculo de un fraude más que probable.
Claro, que si yo lo hubiera sabido, les
habría enviado un email pidiéndoles amablemente que me relataran de forma sucinta
cinco logros recientes, además de cobrar un sueldo y una pensión con cargo al
erario público estando muertos, que también es un logro (hay que reconocerlo)
pero no vale a estos efectos. Y a los que no me hubieran contestado los habría
podido poner de patitas en la calle o en el cementerio. Pero mi impactante
nivel de incompetencia, como el de tantos otros, ha contribuido a la
proliferación de un ejército de zombies parásitos del sistema que vienen
drenando el presupuesto desde hace décadas.
No obstante, ahora que he abierto los
ojos, en ocasiones, yo también veo muertos y, muy a mí pesar, estoy empezando a
sospechar que incluso yo podría estar muerto, pero todavía no lo sé. Y por eso
no he contestado al amable email que me pide que haga examen de conciencia y
enumere cinco pequeños hitos en mi dilatada carrera funcionarial. Así que creo
que estaría bien que consideraran mi falta de respuesta como un tácito
reconocimiento de que ya no existo. Así, cuando acuda a la oficina y vea a un
funcionario de carne y hueso sentado en mi mesa, podré asumir lo irreversible y
descansar en paz de una vez. Eso sí, antes haré lo posible por obtener alguna
prestación de la Seguridad Social que poder percibir indefinidamente desde el
más allá.
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