martes, 10 de junio de 2014

La cosa pública


            Llevo dos semanas sin escribir una línea y, en ese breve espacio de tiempo, han sucedido más cosas de las que me podía imaginar y que bien merecerían una reflexión o, al menos, un comentario. Se han celebrado unas elecciones europeas que, sobre el papel (o, mejor dicho, sobre las papeletas escrutadas), han dinamitado formalmente la hegemonía de los dos partidos mayoritarios y encumbrado desde la nada a una formación desconocida para la mayoría, o por lo menos para mí, hasta el momento de anunciarse el resultado del recuento de votos. Esas mismas elecciones, además del desinterés de la ciudadanía por este tipo de procesos electorales, han puesto de manifiesto a nivel europeo un ascenso vertiginoso de la extrema derecha. Por último, también en nuestro país, la abdicación del Rey ha encendido un debate inédito hasta la fecha entre los partidarios de la monarquía parlamentaria y los de un régimen republicano.
            Yendo por partes, en primer lugar creo que es interesante que la falta de identificación de los ciudadanos con las formaciones políticas tradicionales salga a relucir y ponga en jaque al actual sistema de partidos. Lo contrario nos colocaría al borde de la parálisis institucional y nos abocaría, en el plano económico, al menos, y probablemente en el ideológico también, a una alternancia estéril que deja sin resolver cuestiones tan cruciales para el futuro de una sociedad como la educación, el medio ambiente o la corrupción, por poner solo algunos ejemplos.
            En segundo lugar, si el resultado de las elecciones a nivel europeo pone algo de manifiesto es que la abstención, o el descontento que no se plasma en una acción positiva y se queda en mera pasividad, se traduce en un ascenso del radicalismo y, a medio plazo, puede conducir a la consolidación de formaciones totalitarias que, desde la intolerancia, preconizan la exclusión como alternativa al sistema establecido y respuesta única al descontento generalizado.
            Por último, el falso debate sobre la monarquía se plantea, desde mi punto de vista y como tantas otras veces, sin una mínima reflexión sobre la alternativa que se propone bajo la denominación genérica de ‘República’. Porque, como decía un analista hace poco en una emisora de radio, no es lo mismo, por ejemplo, una república de corte presidencialista que un mero cambio en la forma de designación o elección de la persona que ha de ocupar la Jefatura del Estado. Pero, en cualquier caso, no faltan quienes tratan de sacar partido al debate, ya sea desde la izquierda, a la que, mientras se entretiene con estas cuestiones, otras formaciones le adelantan, precisamente por la izquierda, o desde el nacionalismo menos ilustrado que se recuerda. Con todo, lo peor es que siempre hay alguien dispuesto a unirse a la causa sin pedir más explicaciones ni hacerse, mucho menos hacer, ninguna pregunta, lo cual me lleva a la conclusión de que no solo la abstención sino también el seguidismo catatónico puede conducir a resultados imprevistos y, a menudo, no deseados por quienes contribuyen inconscientemente a su consecución.