domingo, 4 de octubre de 2015

Una carrera a la luz de la luna


            El viernes de la semana pasada, tomamos parte en la vigesimoséptima edición de la Carrera Nocturna del Guadalquivir. Era la tercera vez que yo disputaba la prueba y la segunda carrera popular de mi mujer, después de su estreno, esta primavera, en el circuito universitario de la Pablo de Olavide, y ha supuesto el debut de las niñas en una competición, después de tres fines de semana de carreras por el parque, en nuestro empeño de inculcarles el hábito de correr.

            La ‘Nocturna’ es una prueba ideal para estrenarse en competición, primero porque es una carrera realmente popular, en la que la mayoría no intenta hacer una buena marca y de lo que se trata es, tan solo, de completar el recorrido; en segundo lugar, por su ambiente festivo, al que contribuye el hecho de que familias y grupos de amigos se reúnan y, en ocasiones, se disfracen de cavernícolas, pitufos o botellines de cerveza; porque el recorrido es muy agradecido y transcurre por lugares emblemáticos de la ciudad, como la Torre del Oro, la Maestranza o las murallas y el arco de la Macarena, que se pueden contemplar iluminados, desde una perspectiva diferente y sin los inconvenientes del tráfico rodado;  y, además, porque el hecho de que se dispute por la noche ayuda a soportar mejor el paso de los kilómetros a los debutantes.

            En nuestro caso, habíamos quedado con otras dos familias, con las que solemos coincidir en la playa durante las vacaciones; con lo que mis hijas pudieron compartir la experiencia con sus amigos y meterse en el bolsillo al público que se agolpaba en las avenidas al paso de los corredores, jaleando a los niños en los lugares más concurridos, lo que provocaba que incrementasen inconscientemente el ritmo de carrera cada vez que los vítores y los aplausos de los espectadores les animaban a seguir adelante.

            La verdad es que no contábamos con que completasen el circuito, de más de ocho kilómetros (una distancia respetable incluso para un adulto que no tenga experiencia en el medio fondo), pero todos los niños terminaron la carrera, cruzando la línea de meta al sprint, con los brazos en alto y saludando a las cámaras ubicadas en la línea de llegada, mientras el speaker ensalzaba su espíritu competitivo.

            Durante la prueba, fuimos alternando, a intervalos regulares, series de carrera continua, a un ritmo suave, con tramos de recuperación, caminando durante un par de minutos, según el programa de entrenamiento que venimos siguiendo los fines de semana. La diferencia es que, hasta ahora, los domingos hacíamos algo más de tres kilómetros, mientras que, el día de la prueba, casi triplicamos esa distancia, completando el recorrido en una hora y veinte minutos aproximadamente.

            Así que la carrera del fin de semana pasado superó, de largo, todas nuestras expectativas. Ha sido, sin duda, la más bonita, hasta ahora, de todas mis participaciones en la ‘Nocturna’, y ha despertado, por igual, el entusiasmo de niños y mayores, que ya se apuntan a participar en el circuito universitario la próxima primavera por el campus de la Pablo de Olavide.

Es verdad que para eso todavía falta mucho y que no podemos estar seguros de que la experiencia se repita en el futuro; pero, pase lo que pase de aquí en adelante, siempre me quedará el recuerdo de esos cinco niños corriendo en línea flanqueados por mi mujer y por mí, ocupando el centro de la calzada, cantando y bromeando mientras dejaban atrás a algunos de sus padres (que, a diferencia de ellos, al día siguiente andaban renqueando víctimas de las agujetas), despertando la admiración a su paso y también desafiando las previsiones, en lo que al comportamiento que de ellos podía esperarse se refiere. Y su ejemplo me ha hecho pensar que, probablemente, son mucho más fuertes de lo que creemos y de lo que ellos mismos se piensan, y, con el estímulo adecuado, capaces de lograr lo que para muchos de nosotros solo son sueños, quimeras o, en el mejor de los casos, metas al alcance de unos pocos.