domingo, 2 de junio de 2024

Confinamiento climático

He leído en el periódico que, ante la subida sin precedentes de las temperaturas, algunos países del sudeste asiático han recomendado a sus ciudadanos que no salgan de casa. Además, hay estados que han suspendido las clases presenciales, han cerrado los colegios, y hasta han establecido días festivos o no laborables fuera del calendario oficial. Lo que, por otro lado, refuerza la idea de que lo del calentamiento global es un bulo propagado por una legión de vagos perro flautas que lo que no quieren es trabajar ni morir dignamente de un golpe de calor.

Pero gobiernos, tan poco sospechosos de favorecer el escaqueo climático de las clases trabajadoras como los de Irán o Filipinas, parece que han adoptado estas medidas con la finalidad de evitar que la población se exponga a los riesgos del calor extremo y también para reducir el consumo de agua y de electricidad. Aunque, paradójicamente, en Tailandia se ha registrado un incremento de la demanda de electricidad asociado al encierro masivo de la población, que es precisamente lo contrario de lo que se pretendía.

Sin embargo, en algunos países del Norte de Europa, la subida de temperatura les ha pillado tan de sorpresa que la gente no disponía en sus casas de sistemas de refrigeración eficaces. Y, prueba de ello es que, en 2018, un centenar de personas acudieron a un supermercado de Helsinki para pasar la noche, aprovechando que los propietarios ponían a disposición de la clientela sus instalaciones, que si disponían de aire acondicionado.

Así que cabe preguntarse si, para evitar recurrir a medidas de confinamiento, que podrían disparar el consumo energético, los gobiernos no deberían recurrir a medidas alternativas, como mantener abiertos centros comerciales, museos o bibliotecas.

Qué duda cabe de que este tipo de medida sería beneficiosa para la economía, en cuanto incrementaría el consumo, esperemos que de forma responsable. Por ejemplo, la gente, en lugar de comprar ventiladores y tumbarse en el sofá de sus casas a ver series de Netflix con el aire acondicionado funcionando a todo trapo, podría optar por irse al cine y contribuir de esta forma a aliviar la situación de la industria cinematográfica, siempre dependiente de las subvenciones públicas.

Y, en vez de una noche en blanco al año, podríamos disfrutar de un verano en blanco, pero no provocado por el insomnio. Y, de paso, sustituir las siempre tediosas clases on line por una enseñanza presencial en museos refrigerados, poniendo al alumnado en contacto directo con el arte, la historia y las ciencias naturales.

Por otra parte, las bibliotecas se convertirían en lugares de encuentro en los que los jóvenes entrarían en contacto con la literatura de una forma espontánea y estoy convencido de que, con el tiempo y también de manera espontánea, surgirían clubes de lectura y los autores acudirían a dar charlas y a firmar ejemplares de sus obras.

Eso si, es importante que tales espacios no dispongan de red wifi y establecer algún tipo de inhibidor que impida hacer uso de cualquier dispositivo, puesto que, de lo contrario, todo el mundo terminaría viendo tik tok y compartiendo selfies poniendo morritos delante del cuadro de las lanzas o del de la familia de Carlos V.

Por último, creo que es un error manifiesto prohibir el llenado de piscinas indiscriminadamente. Por el contrario, habría que financiar la construcción de piscinas públicas de dimensiones olímpicas, en las que los ciudadanos puedan ponerse en remojo, en lugar de tener el aire acondicionado trabajando veinticuatro siete y darse cinco duchas diarias. 

Además, ello fomentaría el ejercicio físico, al menos entre la chavalería, ayudaría a socializar, fomentaría los cuidados a las personas mayores, aunque solo sea para que no se ahoguen, y permitiría recuperar el Ágora como espacio para tratar asuntos de la comunidad.

Claro, que también cabe la alternativa de olvidarse de los museos y las bibliotecas, mandar a los empleados a teletrabajar a sus casas y subvencionar la instalación de aparatos de aire acondicionado, si, pero en tabernas y bares de copas (que siempre nos olvidamos de la hostelería y con el sol cayendo de pleno sobre las terrazas, los veladores ya no son una opción viable) y, de paso, eliminar el impuesto al consumo de bebidas alcohólicas. Y con eso y unos cuantos días festivos más al año pues ya tenemos encarrilado el consumo y la hostelería, a cambio de un repunte asumible de los casos de cirrosis hepática (total si nos vamos a morir igual, en el peor de los casos confinados en una residencia de mayores). Eso y construir muchos más hoteles, con piscinas, privadas. Y cuando los guiris salten de balcón en balcón, procurar que estén siempre llenas (de agua o de otros guiris igualmente empapados, en alcohol).

En cuanto a la población autóctona, que se refresque en las fuentes públicas, que están muy poco aprovechadas, salvo la de Cibeles y, antes, la de Canaletas.  Y qué vean los turistas que aquí sabemos gestionar cualquier crisis, incluso la climática, de forma imaginativa.

Y, además, como todos esos turistas no se van a atrever a salir a la calle y se van a quedar en su suit, salvo que decidan visitar la de al lado saltando hasta el balcón contiguo, ayudamos a combatir la turismofobia. Y los oriundos del lugar, pues a disfrutar de la jungla de asfalto recalentado, pasear a los perros y bañarse en las fuentes públicas. Pero, cuidado, a beber, a los bares, que si se les ocurre hacerlo de las fuentes, lo mismo se van de la barriga y tenemos una cohorte de pobres colapsando las urgencias, y a las redes sociales propagando bulos sobre un brote de disentería.