jueves, 6 de octubre de 2016

Golpes en la cabeza

            Hoy he leído en la prensa el caso de un hombre (Derek Amato) que, tras sufrir una fuerte contusión en la cabeza, se convirtió en un virtuoso de la música, a pesar de que no sabía leer una partitura y jamás había tocado un instrumento musical. Ahora toca ocho instrumentos diferentes y, en 2007, la Asociación de Artistas Independientes de Estados Unidos le concedió el premio al ‘Artista Revelación del Año’.

            Este fenómeno se denomina ‘Síndrome de Savant’ o ‘Síndrome del Sabio’, y consiste en la adquisición de una serie de habilidades relacionadas con el arte, el cálculo matemático, los idiomas y, en algunos casos, la agudización de los sentidos, que se desencadena a partir de una lesión cerebral previa.

            También, hace tiempo, leí en la prensa una entrevista a Gerard Piqué, el defensa central del Barcelona, en la que este contaba que su familia siempre había dicho que, después de caerse por un balcón, siendo un niño, se volvió más listo.

Y todos hemos visto alguna película, normalmente en tono de comedia, en la que el protagonista, tras recibir un fuerte golpe en la cabeza, cambia radicalmente sus pautas de conducta. Por ejemplo, deja de ser un marido aburrido y se convierte en un tipo divertido e ingenioso, capaz de enamorar de nuevo a su esposa y recuperar su vida, después de una trayectoria anodina, en la que casi sucumbe a su propio estado de ánimo.

            A propósito de esto, me resulta curioso que un traumatismo, a veces grave, pueda tener una incidencia relevante en el desarrollo intelectual o en la creatividad de un individuo, aunque en la mayor parte de los casos no sea así o, también en estos casos, pueda tener otras contrapartidas, como frecuentes dolores de cabeza, o pérdidas de audición o de memoria.

            Por otra parte, la antropología ha explicado que nuestro desarrollo evolutivo, hasta convertirnos en la especie dominante, tiene su origen en un entorno hostil, que obliga a nuestros antepasados homínidos a desarrollar nuevas pautas de comportamiento y explorar otras posibilidades para tratar de sobrevivir; de forma que la necesidad de superar esas dificultades extraordinarias, que amenazaban la supervivencia de la propia especie, hizo posible un salto cualitativo que nos ha llevado mucho más lejos de lo que cabía esperar de unas criaturas amilanadas por formidables depredadores y sometidas a unas condiciones climatológicas y medioambientales sin compasión.

            Naturalmente, la historia de la evolución está llena de supuestos en los que muchas otras especies no sobrevivieron, sino que terminaron sucumbiendo ante fenómenos naturales que desbordaban ampliamente su capacidad de adaptación al medio; pero, aun así, no deja de ser fascinante que, aunque sea en una secuencia temporal cósmica o en supuestos excepcionales, especies o individuos aislados, consigan no solo superar las dificultades o traumas que amenazan su existencia, sino conquistar un planeta o elevarse por encima de sus congéneres y llevar a cabo acciones u obras, como mínimo, dignas de consideración.


            Por mi parte, pienso que, sin necesidad de abrirse la cabeza, batallar día a día para no claudicar ante el desánimo o el aburrimiento, explorar alternativas donde otros solo ven agujeros negros o empresas sin futuro ni posibilidades de éxito, incluso asumir algún riesgo aunque todo nos invite a guardarnos de la intemperie y esperar que amaine la tormenta, nos ofrece la oportunidad de sobrevivir a los reveses de la fortuna y, además de tener éxito en esta empresa esencial que es la vida, triunfar sobre nuestras limitaciones y, tal vez, conquistar un espacio único que nos estaría vedado, de no haber tenido que asomarnos, a veces a pesar nuestro, al abismo de la propia existencia.