domingo, 20 de diciembre de 2020

Triunfo de etapa

 

            Esta semana he tenido que ir al juzgado todos los días. El tiempo ha estado brumoso y el carril bici amanecía mojado y cubierto de hojas amarillas. Una mañana había tanta niebla que las gafas se me empañaban constantemente, obligándome a avanzar con lentitud, adentrándome en la madrugada nebulosa distinguiendo apenas los contornos de árboles y farolas y vislumbrando las luces difuminadas de las bicicletas que venían a mi encuentro en sentido contrario, de los coches y de los semáforos.

            La mitad de las veces que me he caído de la bicicleta ha sido en días de lluvia, afortunadamente sin graves consecuencias. Las veces que me ha ocurrido, estaba más cerca del trabajo que de casa, y eso me ha hecho optar por acudir a la oficina con los pantalones manchados de barro, eso sí, con la actitud de quien se ha derramado el café encima mientras desayunaba en una cafetería cercana. Siempre que me pasa, me levanto a toda prisa, compruebo rápidamente si a la bicicleta le ha pasado algo, miro de reojo a mi alrededor con la esperanza de que nadie me haya visto derrapar sobre la pista, me subo al sillín y empiezo a dar pedales como si me estuviera jugando el triunfo de etapa.

            A partir del lunes estoy de vacaciones, aunque me he llevado a casa unas cuantas carpetas. Debe ser un hábito adquirido durante el confinamiento y propiciado por el teletrabajo. Pero hasta el año que viene no volveré a coger la bici para ir al juzgado, y cuando llega esta época del año me esfuerzo en pensar que el trabajo ya está hecho. Eso era lo que me decía mi preparador cuando estaba estudiando las oposiciones para juez y me quedaban unos pocos días para examinarme, o me repetían los programas de entrenamiento para el maratón cuando abordaba la semana previa a disputar la carrera. Lo importante era no sufrir ningún percance. No ponerse enfermo ni lesionarse.

            Así que, ahora que la lluvia se ha vuelto pertinaz y los días lluviosos se han venido sucediendo unos a otros, al salir de casa ajustándome la chichonera, me repito que el objetivo fundamental es volver a casa de una pieza, aunque para ello tenga que detenerme en cada semáforo para secar los cristales de las gafas y eso me haga llegar más tarde al despacho. Luego, la verdad es que durante el trayecto, si no hay niebla, se me va la cabeza y empiezo a pensar en luces parpadeantes y árboles de Navidad, en regalos y cartas a los Reyes Magos.

            Para mucha gente que conozco, esta época del año no tiene un significado especial. Y no me refiero al aspecto religioso. Es habitual escuchar a jóvenes y mayores, en tertulias y programas radiofónicos que no se trata más que de una convención, una excusa para consumir, comer y beber sin tasa. Puede que para muchos sea así, pero todos necesitamos acotar el tiempo, dividirlo en etapas, fragmentarlo para poder aprehenderlo mejor.

            Yo mismo, cuando corro, suelo hacerlo marcándome una meta, ya sea una distancia, un tiempo o una marca. Y cuando estoy cerca del final, cuando entro en el último kilómetro o diviso la salida del parque, suelo mejorar mis prestaciones, abro la zancada, aumento la cadencia. Entonces, al cruzar esa línea imaginaria que marca el final del recorrido, me dejo ir, levanto la cabeza y miro a lo lejos. Sé que, dentro de un par de días, volveré a calzarme las zapatillas, pondré el cronómetro a cero y me adentraré en la niebla, expuesto a la lluvia y el frío. Pero también sé que hoy culminé la etapa, cruce la línea de llegada, me esforcé y logré el objetivo que me había propuesto. Y eso me reconforta y me hace sentir bien conmigo mismo y decirme que, pase lo que pase mañana, esta carrera me ensanchó los pulmones y me despejó la mente, me hizo sufrir pero también me proporcionó un gozo sereno.

Haber llegado hasta aquí me hace sentir enormemente agradecido, por estar vivo, por haber amado y sentirme querido, por saber que, pase lo que pase mañana, y aunque todavía nos esperan días dorados, el objetivo, en parte, está cumplido, parte del trabajo ya está hecho y sus frutos perdurarán porque hemos puesto en ello nuestro empeño más sincero.