viernes, 24 de febrero de 2023

Desnudez, lenguaje malsonante y autolesiones.

 

Desde que me di de alta en Netflix, viene sucediendo que, cada vez que empiezo a ver una serie nueva, en la parte superior de la pantalla del televisor aparece un mensaje advirtiéndome de forma escueta de contenidos que tienen que ver con el lenguaje florido que usan sus personajes, el vestuario, o mejor dicho, la ausencia de él en algunos pasajes del metraje o la posibilidad de que, así, sin venir a cuento, los protagonistas decidan pimplarse unas birras o cualquier otra clase de bebidas alcohólicas en mitad de la trama y, a la salida del bar, zurrarse de lo lindo causándose unos a otros hematomas, magulladuras y contusiones varias. 

Y si la serie no es apta para todos los públicos, entonces, a las anteriores, se añaden otras advertencias que tienen que ver con asuntos mucho más turbios, como la práctica de actividades sexuales, el consumo de drogas, sustancias toxicas o estupefacientes y, en casos extremos, la inclinación de chicos y chicas no sólo a causar dolor a su prójimo, sino también a autolesionarse, saltar al vacío desde lo alto de los rascacielos o arrojarse a las vías del tren para poner poner colofón a una trayectoria personal jalonada por todas las actividades anteriores. 

Por desgracia, muchas veces, luego los contenidos no se adecúan a las expectativas que me generan todos estos avisos y, más de una vez, me he quedado esperando que alguien se autolesionase de forma deliberada y no por haberse cortado abriendo una lata de sardinas, o ha terminado la temporada sin que ninguno de los personajes que han transitado por la pantalla fumando, bañándose en pelotas y diciendo palabrotas, haya tenido la ocurrencia de poner fin a su anodina existencia colgándose de una viga, como cabría esperar de alguien que, además de vivir en la precariedad, cómo revela el hecho de no tener algo de ropa con la que ocultar su desnudez y carecer de instrucción, corre el riesgo de desarrollar todo tipo de patologías y morir, tras una larga agonía, por una insuficiencia respiratoria severa. 

Naturalmente, para advertir al inocente espectador de este torrente de contenidos que potencialmente pudieran herir su sensibilidad, el texto tiene que ser conciso a la fuerza pero suficientemente ilustrativo, y se sintetiza con un rosario de palabras encadenadas, tal que así: 'desnudez, sexo, violencia, violencia sexual, consumo de alcohol, consumo de drogas, lenguaje malsonante, autolesiones, suicidio'. Pero, claro, aun así, muchas veces, no cabe en una sola línea, salvo que uno tenga una pantalla panorámica, y el problema es que, si no estás atento, no te da tiempo de leerlo entero y, después de haber transigido con el consumo de alcohol o con la desnudez, puedes encontrarte con una riña tumultuaria entre borrachos que no te esperabas, o con que a la gente, después de desnudarse, le dé por practicar sexo y luego ponerse a fumar o, qué sé yo, autolesionarse o ponerse una bolsa de plástico en la cabeza y esperar a ver qué pasa, que este mundo está muy loco y la gente más loca todavía. 

De todas formas, a mí personalmente, estas advertencias me parece que son manifiestamente insuficientes. Porque, vamos a ver, acaso el sedentarismo, los alimentos ultraprocesados y las bebidas azucaradas no entrañan un severo riesgo para la salud. Pues nada, a ver quién encuentra una serie juvenil en la que no salgan adolescentes atiborrándose de pizza, o un policíaco en el que la caja de donuts no circule por la comisaría a primera hora de la mañana o los agentes se paren en el puesto de perritos calientes antes de empezar su ronda para zurrarse con los narcotraficantes del barrio. Y, claro, si uno no está avisado, y estaba esperando un poco de violencia policial combinada con el consumo habitual de estupefacientes, pues se encuentra expuesto a los riesgos de una alimentación poco equilibrada y con que a sus hijos, a lo mejor no les da por consumir drogas o meterse a maderos o narcotraficantes, pero a ver quién les dice que se levanten del sofá o que no pueden tomar tanta Cocacola ni patatas fritas. 

Y, por otra parte, para cuando una advertencia seria sobre otro tipo de comportamientos tan poco edificantes como la evasión fiscal, el blanqueo de capitales, la exploración laboral, la corrupción, la prevaricación, el fraude, la malversación de caudales públicos o los delitos contra el medio ambiente, tan frecuentes en las series más populares. 

Yo creo que, para ser consecuentes, la cabecera de cualquier serie debiera ir precedida de un texto que incluya, al menos, las siguientes menciones en relación a su contenido: 'consumo de ultraprocesados, consumo de bebidas azucaradas, sedentarismo, dispositivos móviles, uso de combustibles fósiles, comercio injusto, fracaso escolar, precariedad laboral, y, por supuesto, lenguaje no inclusivo'. 

Claro que, el otro día me puse a ver un documental de la 2, a la hora de la siesta, y, sin previo aviso, aparecieron en pantalla unas leonas practicando sexo en mitad de la sábana a la vista de ñus, cebras y antílopes. Así que, asqueado ante tal impúdico comportamiento, cambié de canal rápidamente, pero entonces me encontré con un partido de rugby del Cuatro Naciones en el que unos bigardos grandes como titanes se dedicaban a zarandearse unos a otros sin contemplaciones. Entonces, y sobrecogido por tamaña exhibición de violencia gratuita, volví a la 2, a tiempo de ver a unos insectos repugnantes siendo devorados por otros insectos más repugnantes todavía, mientras una voz en off describía la secuencia aportando detalles completamente innecesarios sobre los jugos gástricos que intervienen en el lento pero eficaz proceso digestivo ulterior. Finalmente, viendo la expresión de horror congelada en la cara de mis hijas, me resigne a poner las noticias, esperando encontrar algo de cordura, y me di de bruces con una versión condensada y profusamente ilustrada del código penal, en la que no faltaban la prevaricación, el cohecho, la malversación de caudales públicos y el tráfico de influencias y, cuando ya solo me cabía la esperanza de que al día siguiente no lloviera, una meteoróloga con la falda demasiado corta y unos tacones excesivos, si estás presentando el pronóstico del tiempo, pero sin la menor sensibilidad hacia el espectador, anuncio sin perder la sonrisa que una ola de frío polar inusual en esta época del año y provocada por el cambio climático iba a congelar hasta el agua de la cisterna del váter. Así que, devastado por la expectativa, me derrumbé en el sofá, abrí una bolsa de patatas fritas y una lata de Coca-Cola y me predispuse a sufrir un aneurisma cerebral, sin dejar de preguntarme si, siendo yo el personaje de una serie de Netflix, mi comportamiento debería calificarse de autolesivo o de suicida.