domingo, 11 de noviembre de 2018

Un retrato ignominioso


            Hace unos días, leía en la prensa el lío monumental en el que se había metido Emmanuel Macron, el presidente de la República Francesa, por defender públicamente la denostada figura del mariscal Pétain, en cuanto soldado ejemplar durante la Primera Guerra Mundial y héroe de Verdún. Las reacciones a estas declaraciones no se han hecho esperar, y es que la figura del militar está indisolublemente ligada al gobierno de Vichy y al colaboracionismo con los nazis.
            Es como si su modo de proceder durante la ocupación alemana hubiera borrado de un plumazo su prestigio como militar y su comportamiento durante la primera gran guerra europea. De forma que ya nadie quiere homenajear al soldado, cuya hoja de servicios habría quedado irremediablemente manchada; y esa ignominia obligaría a olvidar cualquier otro episodio de su vida, por muy relevante o digno de reconocimiento que pudiera haber sido.
            Que conste que, con esta reflexión no pretendo condenar ni absolver a nadie. Cada vez que veo una fotografía de Pétain vestido de uniforme, se me vienen a la mente las escenas de la película Senderos de Gloria, y el retrato abyecto que hace su director de los mandos franceses involucrados en la trama cinematográfica. Así que no simpatizo mucho con los generales y creo que, más bien, habría que homenajear a los soldados que en Verdún, o en Somme, murieron por centenares de miles, y que, en el mejor de los casos, solo tienen una cruz de madera en un prado de amapolas para recordar su paso por el campo de batalla.
            Otro tanto ocurre, últimamente, con otros personajes de la vida pública. Woody Allen se enfrenta en la actualidad al rechazo, entre otros, de sus compañeros de profesión; de forma que muchos de los actores que, hasta hace poco, se peleaban por salir en sus películas, ahora abominan del cineasta, o declaran que no volverían a trabajar con él; tiene problemas para financiar sus proyectos y no le ha quedado más remedio que tomarse unas vacaciones. No obstante, en este caso, la cuestión es algo más peliaguda porque no hay una sentencia que le haya condenado por la conducta de la que se le acusa y por la que muchos ya le han sentenciado. Al menos, a Pétain le conmutaron la pena de muerte.
             En el mundo en que vivimos, defender a alguien que ha sido acusado públicamente o condenado por un tribunal o un jurado popular (lo mismo da) dispara la suspicacia hacia el defensor y le convierte automáticamente en sospechoso de colaboracionismo, de transigir con un comportamiento inmoral, de amigo de maleantes y delincuentes, colaborador necesario de crímenes y delitos, reales o imaginarios. Y, consiguientemente, le hace correr el riesgo de ser discriminado, apartado, señalado, expulsado de la comunidad de individuos honestos. Y es precisamente el miedo a que esto pueda llegar a suceder lo que hace que casi todo el mundo tome distancia, mida sus palabras y procure no salir en las fotografías con el que ha quedado desacreditado públicamente.
            Pero sucede que siempre hay otras fotografías y películas que se hicieron cuando todavía no había cundido la desconfianza. Y en ellas, junto al general o al director de cine, cuando colaboraban con el invasor o ya su comportamiento pudiera ser moralmente cuestionable, pueden aparecer retratados actores, periodistas, políticos o una nación entera. Y también sucede que, a veces, sentimos la necesidad de borrar cualquier recuerdo que pueda hacernos cómplices de una ignominia que conocíamos de primera mano o que podríamos haber conocido si hubiésemos querido hacerlo.