domingo, 31 de octubre de 2021

Fundido a negro

 

Me he enterado hace poco de que el suministro de materias primas, componentes electrónicos y de productos elaborados de la más diversa índole se está viendo seriamente comprometido como consecuencia del colapso logístico de los puertos de China y de la costa oeste de Estados Unidos. También he oído en las noticias que hasta 21 de las 31 provincias de la China continental se han visto obligadas a imponer medidas de racionamiento del consumo de electricidad para evitar que se produzca una oleada de apagones como consecuencia del incremento de la demanda que han experimentado el sector industrial y el manufacturero derivada de la recuperación de la pandemia y la escasez y subida de precios del carbón, así como el intento desesperado de algunas provincias de alcanzar los objetivos anuales de recorte de consumo energético, con las consabidas consecuencias para los países que necesitamos que la producción externalizada no decaiga para poder abastecernos de toda clase de bienes.

Además, tras la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos, el primero de estos países y proveedor clave en el suministro de gas natural a España ha anunciado que dejará de exportar gas a nuestro país a través del gaseoducto Magreb-Europa. 

Por otra parte, el gobierno austriaco insta a sus ciudadanos a prepararse para un apagón eléctrico por tiempo indefinido y para concienciar a la población ha desplegado una abundante cartelería que incluye consejos prácticos que van desde el acopio de reservas de combustible, velas, conservas y agua potable equivalente a dos semanas de camping, hasta pactar puntos de encuentro con amigos y familiares y crear redes de cooperación vecinal. 

Pero es que, hoy sin ir más lejos, he leído una entrevista con un científico y analista político checo que pronostica que en un plazo de cinco años habrá escasez de agua y alimentos. Claro que los ingleses, que siempre han sido unos adelantados, tienen problemas de desabastecimiento ahora mismo y han decidido colocar en los expositores de los supermercados fotografías de los productos que no están a disposición de sus clientes. 

Por si fuera poco, en 2020 la concentración de CO2 en la atmósfera ha marcado un nuevo record, a pesar de la ralentización económica ocasionada por la pandemia. Angustiado por esta deriva, he leído las recomendaciones de Bill Gates para combatir individualmente el cambio climático y me he dado cuenta de que no cumplo ninguna. 

Así que he pensado que, mientras me decido a postularme para un cargo público o lanzarme a escribir misivas a los mandatarios a mi alcance para concienciarles sobre la necesidad de tomar medidas urgentemente para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, tal vez podría empezar por comprar unas cuantas velas y, de paso, hacerme con un buen número de latas de sardinas, antes de que la falta de materia primas impida meterlas en conserva. También he pensado que debería confraternizar más con mis vecinos, por si se me acaba el agua potable, así que le voy a decir a mi hija que deje de tocar el piano a la hora de la siesta por lo menos hasta que pase el apagón. 

Por otro lado, estoy considerando que estas Navidades deberíamos decorar el árbol con velas (ya que vamos a comprar por lo del apagón) y además así contribuimos a reducir el consumo de electricidad, a lo mejor evitamos el fundido a negro y seguro que reducimos la factura de la luz. Ahora bien, lo que no sé cómo vamos a solucionar es el desabastecimiento de bebidas alcohólicas, especialmente de ginebra y whisky escocés. Yo, de momento, les he hecho fotografías a las botellas medio vacías que todavía tengo en casa, las he recortado y las he colocado estratégicamente detrás del cristal del mueble botellero, para que no cunda el pánico cuando venga alguna visita. 

Y lo peor va a ser lo de los Reyes Magos, porque el stock de productos tecnológicos puede agotarse en cuestión de semanas y he leído que la escasez de materias primas también está provocando retrasos en el lanzamiento de títulos y un encarecimiento del coste de impresión que podría repercutir sobre el precio de venta al público de los libros en papel, con lo cual también se desvanece la esperanza de que la gente, ante la imposibilidad de renovar sus dispositivos móviles o sus consolas, se refugiase en la lectura. Claro que, con lo del apagón, a lo peor tampoco iba a servir de mucho eso de tener lectura pendiente en casa, salvo que uno utilice las velas para alumbrarse, lo que a corto plazo le obligaría a cenar a oscuras y ya bastante difícil resulta abrir algunas latas de conserva viendo uno lo que se hace como para arriesgarse a ponerlo todo perdido de aceite y a un resbalón que puede dejarte encamado y sin posibilidad de acudir por tu propio pie a los puntos de encuentro con vecinos y familiares.