jueves, 30 de junio de 2022

Nacidos bajo una estrella errante

 

Según un estudio publicado en la revista Nature, podría haber un número incalculable de planetas errantes viajando a la deriva por nuestra galaxia.

Estos planetas no orbitan alrededor de una estrella y, desde que se separaron de sus sistemas solares, vagan en la oscuridad del universo siguiendo una trayectoria en forma de arco por el centro de la Vía Láctea.

Cuando pienso en un planeta errante me lo imagino como una isla desierta que flotara en la inmensidad del océano a merced de las corrientes marinas. Pero parece ser que en estos planetas solitarios no hay amaneceres ni atardeceres y, a pesar de que su núcleo está fundido, las gélidas temperaturas hacen de su superficie un erial congelado incapaz de albergar vida.

No obstante, en la comunidad científica también hay quien cree que los planetas vagabundos no son más que estrellas fallidas, incapaces de mantener reacciones nucleares continuas de fusión en su núcleo, que siguen brillando por un tiempo debido al calor residual de las reacciones y a la lenta contracción de la materia que las forma.

Por otra parte, he leído que podría haber hasta cuatro civilizaciones alienígenas hostiles en nuestra galaxia potencialmente interesadas en colonizar nuestro planeta, lo cual no deja de ser una estimación aventurada pero que se basa en el comportamiento de la raza humana a lo largo de la historia.

Lo malo es que a esta estimación se une la posibilidad, que ya han apuntado algunos, de que los planetas vagabundos sean utilizados como plataformas interestelares que permitirían viajar por el espacio sin necesidad de desarrollar una tecnología enormemente costosa. A lo que se suma la dificultad de detectar un planeta errante que no tenga un tamaño suficientemente grande (al menos como Júpiter) hasta que se encuentre peligrosamente cerca de la Tierra.

En suma, que si una civilización hostil se ha encalomado a uno de estos mundos errantes y se está aproximando sigilosamente a la Tierra, tenemos muchas posibilidades de que nos pille desprevenidos, con los ejércitos del aire y del espacio enzarzados en luchas estériles, sobreexplotando nuestros limitados recursos, deforestando el entorno natural, provocando una elevación acelerada de la temperatura del planeta, alterando el clima y desatando pandemias capaces de diezmar poco a poco la población autóctona.

En todo caso, ahora puedo entender lo que debieron sentir los pacíficos habitantes de Alderaan cuando vieron aparecer en el cielo vespertino un siniestro planeta aparentemente desprovisto de vida pero dispuesto a amargarles la existencia durante unos breves instantes antes de borrarlos definitivamente de la faz del universo.

Claro que cuando pienso en una civilización alienígena, por muy hostil que me la pueda imaginar, veo unos seres de aspecto humanoide movidos por nuestras mismas pasiones, y por lo tanto deseando abandonar la estéril superficie de su mundo errante para quitarse la escafandra y ponerse el traje de baño. También creo que les resultaría molesto que los mejores alojamientos a pie de playa estuvieran reservados desde hace meses o en manos de otros colonizadores, como algún matrimonio jubilado británico, tener que hacer cola en el supermercado o buscar aparcamiento durante horas para estacionar sus naves espaciales utilitarias.

Así que, en su lugar, yo también haría un uso moderado de mi potencial poder destructor para convencer a los terrícolas de la conveniencia de colaborar. Previamente, les daría una sesión informativa a propósito de los efectos devastadores del cambio climático sobre mi planeta de procedencia con abundante material fotográfico y los obligaría a ir andando a todas partes para reducir el consumo de combustibles fósiles, y también a ducharse con agua fría, a llevar mascarilla en presencia de sus visitantes del más allá y a consumir más verduras y menos carne.

A los más remisos los confiaría durante una docena de semanas en una macro granja y a los reincidentes les pondría a la firma un tratado que les permitiría abandonar el protectorado alien conservando todas sus normas y tradiciones, incluido el derecho a portar armas por la calle ocultas en los sobacos sin dar explicaciones y a levantar un muro para evitar el trasiego de otras formas de vida indeseables, y por último pondría a su disposición una flota estelar con un itinerario preestablecido en el navegador que les permitiera colonizar su propio planeta.