martes, 11 de marzo de 2014

Vencedores y vencidos.


            El sábado pasado había programado un concurso en la escuela de hípica, aunque, al final, nosotros no hemos participado, y la verdad es que a las niñas les ha venido bien porque estos días las dos tienen exámenes y se han pasado estudiando buena parte del fin de semana.
No obstante, el verdadero motivo para no competir no era ese sino más bien que no les apetecía, aunque se excusaran en el hecho de no haber preparado suficientemente bien la prueba y en que no les había dado tiempo de aprenderse el recorrido.
El viernes, después de la clase y en el camino de vuelta a casa, estuvimos hablando en el coche de las razones de esa falta de interés, y llegamos a la conclusión de que les preocupaba no hacerlo bien, quedar mal clasificadas e, incluso, no ganar. Y, reflexionando en voz alta sobre ello, me embarque sin darme cuenta en una diatriba sobre el deporte y la competición, con la que trataba de hacerles comprender que practicar un deporte no es solo ejercitarse físicamente y que, precisamente, la competición es, muchas veces, la que lo hace más atractivo.
Al respecto, estuvimos recordando su participación, con distinta suerte el primer y el segundo año, en las competiciones de gimnasia rítmica, y cómo la implicación y el trabajo en equipo tuvo su recompensa en ambas ocasiones, aunque no siempre se pueda quedar el primero. Luego hablamos de la motivación extra que supone medirse con alguien que te puede ganar, pero al que también tú puedes superar si te lo propones, y de que el desafío de competir nos hace crecer y mejorar más que cualquier entrenamiento sin un objetivo determinado, y también del juego limpio, del respeto al rival y de la necesidad de saber reconocer la derrota y administrar la euforia que acompaña al éxito y a la victoria, tanto en el deporte como en la vida.
También les hable de Eddy Merckx y de su pundonor, que le impulsaba a seguir compitiendo cuando sabía que ya no podía ganar, y de que Mario Cipollini nunca ganó en los Campos Elíseos porque siempre se retiraba del Tour de Francia después de la primera semana; y ayer, a propósito de un trabajo sobre el baloncesto que tiene que entregar mi hija mayor el jueves, le contaba como un extraordinario jugador como Drazen Petrovic, con un espíritu de sacrificio y un afán de superación admirable desde que era un niño, sería recordado, al mismo tiempo, por ser un provocador y por su comportamiento irrespetuoso en la pista.
También ayer, veía en la tele una película que hablaba de la lucha de un grupo de trabajadoras de Ford que, a finales de los 60, protagonizaron una huelga por la equiparación salarial con sus compañeros varones; y de cómo consiguieron, con su reivindicación, no solo esa equiparación, sino que en el Reino Unido y, posteriormente, en otros muchos países, se aprobaran leyes consagrando dicho principio, en un momento en el que nadie, ni siquiera los sindicatos, se habían planteado reivindicar la igualdad de derechos en un aspecto tan básico de las relaciones de trabajo.
No sé en qué mundo tendrán que desenvolverse mis hijas cuando sean mayores, pero sé que tendrán que encontrar su sitio en un entorno no siempre favorable y quizá, a veces, abiertamente hostil, y me gustaría que fueran capaces de abrirse paso y no desfallecer ante las adversidades ni por temor al fracaso.