domingo, 16 de junio de 2024

Elogio de la alopecia

 

Soy calvo. No es que tenga entradas o haya empezado a clarear por la coronilla. Es que no tengo pelo en la cabeza, salvo una franja que va desde la nuca hasta las sienes, que es la zona que los jóvenes se afeitan cuando optan por el mullet a la hora de elegir corte de pelo, pero que a los calvos nos hace parecer señores mayores y que si se acompaña de un espeso bigote te convierte en una réplica de José Luis López Vázquez.

Empecé a perder pelo bastante joven, con lo cual, he tenido tiempo de acostumbrarme a mí fisonomía actual. Pero la verdad es que a nadie le hace gracia ver cada mañana en el espejo como se le ilumina la frente y se le aclaran las ideas. Es una broma cruel que no compensa el más elegante de los sombreros. Aunque es una buena excusa para usarlos sin temor a que se te chafe el peinado. El problema es que, en algún momento hay que descubrirse y mostrar tus credenciales.

Y la verdad es que a todo el mundo le gustan más los melenudos. Y el que diga lo contrario, miente. Pero, aunque puedas probar a peinarte hacia adelante o con raya al lado, disimulando así la desnudez de tu cuero cabelludo, lo normal es que no consigas engañar a nadie y, a lo mejor, hacer el ridículo, si al viento le da por chivarse de lo tuyo, que, probablemente, ya era un secreto a voces, del que sólo tú no habías querido enterarte.

Luego está lo de no llamar a las cosas por su nombre, o emplear diminutivos. Del estilo de estás calvito. Lo cual tendría un pase si tuvieras cinco años. Pero lo de personas fácilmente incompletas es  ya inasumible y me ha hecho pensar siempre en alguien a quien le faltara la nariz o alguna de las dos orejas. Aunque, a mí, que tengo una gran imaginación, me resulta fácil imaginar también todo tipo de deformidades. Y, en lugar de un ejército de inmaculados, cuando alguien habla de gente facialmente incompleta, se me aparece una cohorte de orcos de rostros deformados por la crueldad de Sauron.

Subterfugios aparte, el cine está lleno de ejemplos de la predilección de los guionistas de Hollywood por la gente greñuda a la hora de encarnar a un héroe. Mientras las filas de los villanos están repletas de gente fácilmente incompleta, empezando por Lord Voldemort (en este caso literalmente), pasando por Lex Luthor y terminando con Azog el Profanador.

Y frente a ellos invariablemente aparecen chicos de hirsuta cabellera como Clark Kent, Harry Potter o Thorin Escudo de Roble.

No obstante, si un calvo tratara de emular a alguno de ellos, como Supermán, metiéndose en una cabina telefónica para cambiarse de ropa, con toda probabilidad, terminaría atrapado en su interior y abandonado en un almacén subterráneo

Y después están los renegados. Toda esos hombres que están dispuestos a contratar los servicios de Turkish Airlines para hacerse un implante capilar o, ponerse en manos de Svenson para poner remedio a una de las lacras de nuestro tiempo. Pero, sin ser del todo conscienteade que, excepto si, por el mismo precio, se te incluya en un programa de protección de testigos y alguien te proporcione una nueva identidad, tus allegados y conocidos siempre sabrán de tu impostura y, cuando te miren, seguirán viendo al calvo que llevas dentro. Y es que de la calvicie no se recupera uno nunca y esa mata de pelo se siente como una prótesis con la que resulta difícil convivir, aunque cumpla perfectamente con su funcionalidad. Además, los sombreros ya no te sientan igual de bien y retomar tu relación con el acondicionador, el secador o la gomina se vuelve a ratos engorroso y te hace echar de menos la liberadora falta de pelo.

Porque, si amigos, los calvos somos hombres libres, que un día nos sacudimos el yugo de la esclavitud de las modas y peinados y de llevar el pelo perfecto. Pero no todo el mundo es capaz de mostrarse al mundo tal como es, sin flequillos ni greñas ocultando las fracciones, con la frente bien alta y las orejas ofreciendo resistencia al viento. Y es que, seamos honestos, el pelo tapa mucho y puede hacerte creer que te pareces más a Jason Momoa que a Antonio Resines.

Pero la verdad es que Sven el Terrible era un respetado jefe vikingo y su prole ha degenerado hasta convertirse en una tribu de calvorotas a los que un injerto de pelo no devolverá su reputación de antaño.

Los calvos de verdad no somos así. No renegamos de la herencia genética de nuestros antepasados y gracias a ello nos hemos convertido, por ejemplo , en formidables nadadores.

No obstante, seguimos siendo víctimas de nuestro estigma y se nos relega al escalafón de los malhechores y al papel de supervillanos, en este universo y en cualquier otro que se pueda imaginar. Y, si no, ahí están Grand Moff Tarkin, Darth Maul, y la Casa Harkonnen al completo, por poner solo un par de ejemplos.

Tal vez algún día se cuente nuestra verdadera historia y es que, aunque no todo el mundo lo sepa, Lex Luthor, cuando era un adolescente, salvó al joven Superman de la Kryptonita y, en agradecimiento, este destruyó su proyecto científico más prometedor, derramando 'accidentalmente' unos productos químicos cuyas emanaciones hicieron que Lex perdiera todo el pelo. Irónico, ¿verdad?

Y qué decir de Gollum, mi calvo favorito y el peor tratado por la historia, a pesar de ser el verdadero héroe de la trilogía de El Señor de los Anillos. Mató a Deagol accidentalmente, que además era un egoísta que no quiso regalarle a Smeagol el anillo, a pesar de que era su cumpleaños. Fue repudiado por los suyos y tuvo que refugiarse en las entrañas de la tierra hasta quedarse completamente calvo y olvidar su propio nombre. Y todo ese tiempo mantuvo a salvo el anillo, que Sauron no habría encontrado jamás sin la desafortunada intromisión de los Bolsón. Fue engañado y robado por Bilbo, un verdadero saqueador sin escrúpulos, y traicionado por Frodo, al que había sido leal hasta ese momento.  El hobbit seboso lo trataba como a un perro. Y, aún así, al final, salvo la vida de los dos y, de paso, a toda la Tierra Media, incluidos los melenudos jinetes de Rohan y el desgreñado rey de Gondor. Porque, vamos a ver, todos sabemos que Frodo era incapaz de destruir el anillo. Y, por eso, Gollum tuvo que sacrificarse, cortarle un dedo y arrojarse a los fuegos del Monte del Destino. Pero, claro, era calvo. Y eso, queridos hobbits, no se perdona.

Pues yo digo: larga vida a los calvos. Vivan Kojak, Shreck y el coronel Kutz y todos aquellos que fueron bendecidos con el don de la clarividencia y también fueron capaces de deslizarse sobre el filo de una navaja y sobrevivir al horror.