domingo, 13 de marzo de 2022

Una guerra demasiado lejana

 

            Después de concentrar durante semanas un enorme contingente de tropas en la frontera con su vecino, hace dos semanas que Rusia lanzó una ofensiva sobre Ucrania, apresurándose a calificar como ‘operación militar especial’ lo que, vulnerando todas las normas de derecho internacional que regulan el uso de la fuerza, constituye una invasión en toda regla de un estado soberano, a pesar de los esfuerzos diplomáticos por encontrarle amparo en algún artículo de la Carta de Naciones Unidas.

             Se llame como se llame, la acción armada ha sido condenada por la comunidad internacional, y tan solo ha obtenido el apoyo de Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea.

            No obstante, esta falta de adhesiones a la causa rusa no ha disuadido a Putin de culminar sus planes so pretexto del riesgo que supone para su país un eventual ingreso de Ucrania en la OTAN. Lo cierto es que cuesta trabajo entender que Ucrania no cejase en su empeño por integrarse en esta organización, aun a riesgo de sufrir la invasión de su territorio. Aunque, vistas las cosas desde la perspectiva actual, tal vez la ratificación del Tratado del Atlántico Norte podría verse como la estrategia más útil para disuadir a su vecino ruso de traspasar sus fronteras.

            Después de especular mucho sobre la posibilidad de que Rusia se atreviese a dar el paso, durante algunos días el mundo ha contenido el aliento, temiendo que el ejército ruso pasase como un rodillo sobre Ucrania. Pero la ofensiva no se ha desarrollado conforme se preveía inicialmente, con una secuencia de bombardeos de gran intensidad y corta duración seguida de una invasión de fuerzas acorazadas; sino con un despliegue terrestre de tropas que ha puesto cerco a las principales ciudades y avanza a una velocidad mucho menor de la esperada hacia la capital. Lo que probablemente tiene mucho que ver con el aspecto mediático del conflicto y la necesidad de salvaguardar una imagen de contención.

            Y, mientras se multiplican las sanciones y medidas de carácter económico, también se suceden en una cascada creciente las amenazas del Kermlin dirigidas incluso a países como Suecia o Finlandia por si se les ocurriera a ellos también solicitar su ingreso en la OTAN y, al propio tiempo, Europa tiembla de miedo ante la posibilidad de que la interrupción del suministro de gas la haga tiritar también de frío.

            Con todo, lo que más llama la atención son algunas de las reacciones al conflicto, desde la política de apertura de fronteras, ahora que los refugiados son de piel blanca, pelo rubio y ojos azules, a las manifestaciones multitudinarias frente a la tradicional indiferencia ante las consecuencias de otros conflictos que no hace mucho tiempo desgarraron países y produjeron un éxodo masivo de su población, que a día de hoy permanece confinada en vergonzosos campamentos de refugiados o ha sido abandonada a su suerte en algún lugar sin nombre al otro lado de nuestras fronteras.

            Pero, transcurridos unos días, los efectos de aislar a la economía rusa empiezan a pasar factura también a los países occidentales. Así, entre otros daños colaterales al conflicto, la flota pesquera tiene que quedarse amarrada en puerto por la subida del coste del gasoil, el precio de los cereales se dispara y la caída de las exportaciones golpea a los diversos sectores productivos. Además se anuncia una subida generalizada de los precios y los más precavidos empiezan a almacenar aceite de girasol y otros productos ante un eventual desabastecimiento de bienes de primera necesidad, todo lo cual empieza a hacernos conscientes del precio de la solidaridad, cuando no basta con desprenderse de la ropa usada o los juguetes viejos.

            Y en mitad de la refriega, el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad incendia twitter al tener la ocurrencia de pedir a la ciudadanía que reduzca el uso de la calefacción en sus casas, dada la dependencia que tiene Europa occidental del gas ruso. Ahora bien, frente a esta petición, los ciudadanos se han manifestado con rotundidad en el sentido de que no están dispuestos a ducharse con agua templada ni a reducir un solo grado la temperatura de sus confortables hogares. Hasta ahí podíamos llegar y hasta ahí llega la solidaridad de occidente con el pueblo ucraniano, al que ahora que el viento frío que viene del este empieza a colarse por las rendijas de las ventanas de nuestras casas, tal vez empecemos a ver con menos simpatía y a esta guerra desgraciada tal vez como una guerra demasiado lejana.