Es difícil mantenerse
firme cuando se pierden las referencias y el mar se alza furioso en olas
temibles que amenazan con hundir el barco en el que navegábamos plácidamente
antes de la tormenta.
En tiempos de
incertidumbre, mantener la cabeza fría y sostener el timón sin dejar que un
escalofrío nos prive de la voluntad y la determinación de resistir y buscar una
salida en medio del temporal es una tarea reservada a los héroes. Y es
admirable que en cualquier tiempo y lugar del mundo haya personas que sean
capaces de hacerlo, muchas veces desde el anonimato y sin reclamar ningún
reconocimiento por ello.
Cada mañana, en
cualquier ciudad o aldea del planeta, personas de carne y hueso se levantan
para buscar con ahínco la manera de sobrevivir al temporal, a ese que azota sus
vidas, que les ha privado del trabajo, o les ha dejado sin casa, o ha matado a
su rebaño, o les ha arrebatado para siempre a un ser querido. Lo hacen por sus
hijos, por sus maridos, sus compañeras o sus padres y también por ellos mismos,
porque se niegan a claudicar, por muy fuerte que soplen los vientos. Son fieles
a sí mismos y a su compromiso con la vida y con los demás. No esperan nada a
cambio y quizá no obtengan nada como recompensa.
Nelson Mandela, Sugar
Man o Patrick, el niño que quería una bicicleta, son solo algunos ejemplos de
lo que quiero decir. Al conocer su existencia y tomar contacto con la realidad
que les ha tocado vivir, muchas de las circunstancias vividas en primera
persona se nos antojan pueriles y pierden buena parte de la importancia que,
con frecuencia, les concedemos. Incluso aunque en alguna ocasión nosotros hayamos
pasado por experiencias difíciles de asimilar, la memoria es frágil y tendemos
a magnificar lo que, pasada la tormenta, ocupa nuestra mente y atormenta
nuestro espíritu. El resultado pueden ser horas de inquietud y días de
remordimientos, como si no hubiera nada más de que preocuparse y nos negáramos
a ver el sol que alumbra nuestros días.
Con todo, lo peor es
que ese ensimismamiento lastra nuestro potencial como individuos, nos vuelve
taciturnos e impide que podamos desplegar nuestro talento e inspirar a otros. Es
por eso que quiero sujetar con fuerza el timón, ahora que luce el sol, y no
dejar que cualquier nubecilla me nuble el entendimiento, porque, como dice el
poema victoriano que inspiró a Mandela, yo soy el dueño de mi destino, el
capitán de mi alma.