domingo, 20 de junio de 2021

Ryuk

 

            El miércoles pasado el Ministerio sufrió un ciberataque que ha dejado inoperativos todos los sistemas. Como consecuencia de ello, llevamos diez días sin acceso a las aplicaciones corporativas ni posibilidad de conectarnos a internet y con los equipos apagados. No obstante, pasada una semana, desde los servicios centrales de mi organismo, para evitar males mayores, se ha tomado la decisión de prohibir el teletrabajo, sin perjuicio de la obligación de todo el personal de permanecer en sus puestos de trabajo hasta nueva orden. Todo lo cual nos ha dejado aislados en una especie de trinchera, a la espera de que se restablezcan las comunicaciones, ya que hasta los teléfonos han dejado de funcionar. Además, los expertos informáticos del Ministerio y del Centro Criptológico Nacional han calificado la situación como ‘incidente crítico’, lo cual significa, poco más o menos, que pueden pasar varias semanas antes de que se restablezca la normalidad.

            Parece ser que el virus en cuestión podría ser el mismo que colapsó hace tres meses el sistema informático del Servicio Público de Empleo, un ransomware (secuestrador de datos) que, después de traspasar nuestras líneas, se habría instalado en algún escondrijo a la espera de instrucciones, permaneciendo desde entonces en estado latente, activándose exactamente a los tres meses de producirse el primer ataque informático.

            Aunque nada se sabe en relación a su autoría, en su momento, alguien puso nombre al secuestrador responsable de este desaguisado, que se llama Ryuk, lo cual, analizando el asunto con cierta perspectiva, no deja de resultar revelador. Y es que, en la serie de manga Death Note, Ryuk es un Shinigami, una especie de ser sobrenatural o dios de la muerte que un día, por puro aburrimiento, decide arrojar al mundo de los humanos un cuaderno en el que se contienen unas instrucciones con arreglo a las cuales, escribiendo en sus páginas el nombre completo de una persona mientras se visualiza su rostro, es posible provocarle la muerte de manera instantánea.

Naturalmente, no pasa mucho tiempo antes de que un humano encuentre el cuaderno, lea las instrucciones y se plantee la posibilidad de seguirlas con los efectos consiguientes. No obstante, Ryuk no interfiere en las decisiones del portador del cuaderno, pero lo acompaña permanentemente y se muestra proclive a colaborar con él solo en el caso de que las consecuencias de sus actos le parezcan divertidas. Así pues, Ryuk no mata a nadie, solo deja que la naturaleza humana determine las decisiones del poseedor del cuaderno que es quien decide sobre la vida y la muerte de sus semejantes.

            Visto así, el ransomware tampoco ha matado el sistema informático del Ministerio, sino que han sido los funcionarios que decidieron abrir algún enlace sospechoso los que, por puro aburrimiento, sin saberlo, arrojaron al mundo de los vivos un cuaderno de instrucciones capaz de colapsar ese sistema informático que servía de soporte a la actividad que su administración tiene encomendada.

            En la serie del Death Note, hay un sagaz detective, llamado ‘L’, cuya inteligencia le lleva a intuir la existencia de un asesino en serie que puede eliminar a cualquier persona sin ni siquiera ponerle un dedo encima y que, con su tesón, conseguirá averiguar la identidad del autor de un rosario de muertes sin conexión aparente pero igualmente inexplicables.

            Por desgracia, parece que por ahora no disponemos de nadie con semejantes cualidades, lo cual nos deja a expensas de la iniciativa, o falta de ella, de unos responsables de la administración miopes en su percepción y lentos de reflejos, torpes custodios de los intereses de la ciudadanía, a los que Ryuk debe estar observando divertido desde su escondrijo, esperando el momento en que alguien escriba otro nombre en el cuaderno de tapas negras al tiempo que imagina su rostro contraído bajo los efectos de un súbito ataque al corazón.

            Mientras tanto, en la trinchera, la moral de la tropa sigue alta, aunque empiezan a escasear las mascarillas y algunos miran de soslayo a los que acuden con demasiada frecuencia a la máquina de agua para saciar su sed. La provisión de folios parece suficiente por ahora, pero hace días que le cambiamos el tóner a la impresora y no quedan más cartuchos. Esperemos que no vuelva a atascarse el wáter de las chicas, aunque la última vez fue por arrojar demasiado papel higiénico a la taza y de este último tampoco queda demasiado.