Hoy
he leído en la prensa el caso de un hombre (Derek Amato) que, tras sufrir una
fuerte contusión en la cabeza, se convirtió en un virtuoso de la música, a
pesar de que no sabía leer una partitura y jamás había tocado un instrumento
musical. Ahora toca ocho instrumentos diferentes y, en 2007, la Asociación de
Artistas Independientes de Estados Unidos le concedió el premio al ‘Artista
Revelación del Año’.
Este
fenómeno se denomina ‘Síndrome de Savant’ o ‘Síndrome del Sabio’, y consiste en
la adquisición de una serie de habilidades relacionadas con el arte, el cálculo
matemático, los idiomas y, en algunos casos, la agudización de los sentidos,
que se desencadena a partir de una lesión cerebral previa.
También,
hace tiempo, leí en la prensa una entrevista a Gerard Piqué, el defensa central
del Barcelona, en la que este contaba que su familia siempre había dicho que,
después de caerse por un balcón, siendo un niño, se volvió más listo.
Y todos hemos visto
alguna película, normalmente en tono de comedia, en la que el protagonista,
tras recibir un fuerte golpe en la cabeza, cambia radicalmente sus pautas de
conducta. Por ejemplo, deja de ser un marido aburrido y se convierte en un tipo
divertido e ingenioso, capaz de enamorar de nuevo a su esposa y recuperar su
vida, después de una trayectoria anodina, en la que casi sucumbe a su propio
estado de ánimo.
A
propósito de esto, me resulta curioso que un traumatismo, a veces grave, pueda
tener una incidencia relevante en el desarrollo intelectual o en la creatividad
de un individuo, aunque en la mayor parte de los casos no sea así o, también en
estos casos, pueda tener otras contrapartidas, como frecuentes dolores de
cabeza, o pérdidas de audición o de memoria.
Por
otra parte, la antropología ha explicado que nuestro desarrollo evolutivo,
hasta convertirnos en la especie dominante, tiene su origen en un entorno
hostil, que obliga a nuestros antepasados homínidos a desarrollar nuevas pautas
de comportamiento y explorar otras posibilidades para tratar de sobrevivir; de
forma que la necesidad de superar esas dificultades extraordinarias, que
amenazaban la supervivencia de la propia especie, hizo posible un salto
cualitativo que nos ha llevado mucho más lejos de lo que cabía esperar de unas
criaturas amilanadas por formidables depredadores y sometidas a unas condiciones
climatológicas y medioambientales sin compasión.
Naturalmente,
la historia de la evolución está llena de supuestos en los que muchas otras
especies no sobrevivieron, sino que terminaron sucumbiendo ante fenómenos
naturales que desbordaban ampliamente su capacidad de adaptación al medio;
pero, aun así, no deja de ser fascinante que, aunque sea en una secuencia
temporal cósmica o en supuestos excepcionales, especies o individuos aislados,
consigan no solo superar las dificultades o traumas que amenazan su existencia,
sino conquistar un planeta o elevarse por encima de sus congéneres y llevar a
cabo acciones u obras, como mínimo, dignas de consideración.
Por
mi parte, pienso que, sin necesidad de abrirse la cabeza, batallar día a día
para no claudicar ante el desánimo o el aburrimiento, explorar alternativas
donde otros solo ven agujeros negros o empresas sin futuro ni posibilidades de
éxito, incluso asumir algún riesgo aunque todo nos invite a guardarnos de la
intemperie y esperar que amaine la tormenta, nos ofrece la oportunidad de
sobrevivir a los reveses de la fortuna y, además de tener éxito en esta empresa
esencial que es la vida, triunfar sobre nuestras limitaciones y, tal vez,
conquistar un espacio único que nos estaría vedado, de no haber tenido que
asomarnos, a veces a pesar nuestro, al abismo de la propia existencia.
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