domingo, 10 de noviembre de 2019

Idiotas


            Una vez, escuché una entrevista en la que le preguntaban a un escritor o periodista de cierto prestigio qué era lo que, después de tantos años de profesión, le seguía produciendo asombro. Y el entrevistado, después de pensarlo un instante, terminó contestando que la estupidez.
            En su momento, yo era por entonces poco más que un jovenzuelo al que había otras muchas cosas que le producían curiosidad y asombro, aquella respuesta expresada sin titubeos me llamó la atención y me hizo pensar cómo era posible que a alguien con una experiencia acreditada y un amplio conocimiento de la realidad, a esas alturas de su vida, lo que le siguiera produciendo asombro fuese, precisamente, la estupidez de sus congéneres.
            Pero, pasado el tiempo, cuando el número de cosas capaces de sorprenderme se ha ido reduciendo sin que me diera cuenta, y aunque todavía no he perdido el interés y la curiosidad por muchas otras, lo cierto es que esa en particular me sigue produciendo, sino asombro, al menos cierta perplejidad.
            Todos somos capaces de hacer tonterías, solo hay que darnos la oportunidad o colocarnos en la tesitura adecuada. Pero algunos de nuestros semejantes han demostrado ser capaces de hacer y decir cosas que revelan que la estupidez humana sigue siendo, a veces, verdaderamente asombrosa.
            Todos los días es posible desayunarse con alguna noticia absurda que corrobora lo anterior, cómo la muerte de un joven que trataba de hacerse un selfie extremo para petarlo en redes sociales y que se cayó por un barranco o fue arrollado por una locomotora; o enterarse de que alguna estrella de la NBA ha suscrito la tesis, nuevamente en boga después de tanto tiempo, de que la tierra es plana; o que hay un numeroso grupo de individuos que estaban dispuestos a responder a un llamamiento para tomar al asalto una base militar norteamericana, ubicada en el desierto de Nevada, en la que se encontrarían confinados alienígenas y custodiadas otras evidencias de la vida extraterrestre.
            Con todo, estos ejemplos, aunque reveladores, no entrañan mayores consecuencias, salvo para sus protagonistas y los crédulos dispuestos a tragarse las ocurrencias de gente famosa o desocupada. El problema radica en que, en otros ámbitos de la vida, la credulidad  y la estulticia de los individuos de una sociedad puede tener consecuencias devastadoras, no solo para ellos, sino también para el resto de sus conciudadanos; sobre todo cuando esa sociedad se encuentra expuesta a la manipulación de magnates, políticos, periodistas y otras personas influyentes y, en ocasiones, sin escrúpulos.
            Hace algunas semanas, un político madrileño era interpelado por unos niños en un programa de televisión que le preguntaron que, teniendo que hacer una donación, sí preferiría destinarla a reconstruir la catedral de Notre Dame o a salvar la selva amazónica; y el político, sin titubeos, se decantó por la catedral francesa so pretexto de que ‘nos representa’, o, dicho de otra manera, consideró que era más importante salvaguardar la identidad europea sufragando la reconstrucción del templo que evitar que los incendios de la Amazonia aceleren todavía más el cambio climático y conviertan este planeta en un erial inhabitable, sembrado, eso sí, de bonitas catedrales. Y yo me pregunto, ¿qué política medioambiental se puede esperar que lleve a cabo un ayuntamiento presidido por un individuo que ‘razona’ en estos términos?
            Por desgracia es solo un ejemplo entre otros muchos posibles. En el mundo en que vivimos asistimos a una proliferación de líderes defensores de causas que chocan con el sentido común más elemental, capaces de defender sin complejos posiciones absurdas, decisiones llamativamente injustas o antidemocráticas, o políticas sencillamente autodestructivas. Lo más triste es que muchos de ellos han sido encumbrados o han adquirido notoriedad a partir de los votos de unos ciudadanos a los que un discurso trufado de mentiras ha movilizado porque les decía aquello que les apetecía escuchar. Y es esa estupidez la que nos conduce hacia el precipicio mientras sonreímos haciéndonos un selfie extremo, ondeando una bandera o negando alegremente que la tierra gire alrededor del sol.

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