El
miércoles pasado el Ministerio sufrió un ciberataque que ha dejado inoperativos
todos los sistemas. Como consecuencia de ello, llevamos diez días sin acceso a
las aplicaciones corporativas ni posibilidad de conectarnos a internet y con
los equipos apagados. No obstante, pasada una semana, desde los servicios
centrales de mi organismo, para evitar males mayores, se ha tomado la decisión
de prohibir el teletrabajo, sin perjuicio de la obligación de todo el personal
de permanecer en sus puestos de trabajo hasta nueva orden. Todo lo cual nos ha
dejado aislados en una especie de trinchera, a la espera de que se restablezcan
las comunicaciones, ya que hasta los teléfonos han dejado de funcionar. Además,
los expertos informáticos del Ministerio y del Centro Criptológico Nacional han
calificado la situación como ‘incidente crítico’, lo cual significa, poco más o
menos, que pueden pasar varias semanas antes de que se restablezca la
normalidad.
Parece
ser que el virus en cuestión podría ser el mismo que colapsó hace tres meses el
sistema informático del Servicio Público de Empleo, un ransomware (secuestrador de datos) que, después de traspasar nuestras
líneas, se habría instalado en algún escondrijo a la espera de instrucciones,
permaneciendo desde entonces en estado latente, activándose exactamente a los
tres meses de producirse el primer ataque informático.
Aunque
nada se sabe en relación a su autoría, en su momento, alguien puso nombre al secuestrador responsable de este desaguisado, que se
llama Ryuk, lo cual, analizando el
asunto con cierta perspectiva, no deja de resultar revelador. Y es que, en la
serie de manga Death Note, Ryuk es un Shinigami, una especie de ser sobrenatural o dios de la muerte que
un día, por puro aburrimiento, decide arrojar al mundo de los humanos un cuaderno
en el que se contienen unas instrucciones con arreglo a las cuales, escribiendo
en sus páginas el nombre completo de una persona mientras se visualiza su
rostro, es posible provocarle la muerte de manera instantánea.
Naturalmente, no pasa
mucho tiempo antes de que un humano encuentre el cuaderno, lea las
instrucciones y se plantee la posibilidad de seguirlas con los efectos
consiguientes. No obstante, Ryuk no
interfiere en las decisiones del portador del cuaderno, pero lo acompaña
permanentemente y se muestra proclive a colaborar con él solo en el caso de que
las consecuencias de sus actos le parezcan divertidas. Así pues, Ryuk no mata a nadie, solo deja que la
naturaleza humana determine las decisiones del poseedor del cuaderno que es
quien decide sobre la vida y la muerte de sus semejantes.
Visto
así, el ransomware tampoco ha matado el
sistema informático del Ministerio, sino que han sido los funcionarios que
decidieron abrir algún enlace sospechoso los que, por puro aburrimiento, sin
saberlo, arrojaron al mundo de los vivos un cuaderno de instrucciones capaz de
colapsar ese sistema informático que servía de soporte a la actividad que su
administración tiene encomendada.
En
la serie del Death Note, hay un sagaz
detective, llamado ‘L’, cuya inteligencia le lleva a intuir la
existencia de un asesino en serie que puede eliminar a cualquier persona sin ni
siquiera ponerle un dedo encima y que, con su tesón, conseguirá averiguar la
identidad del autor de un rosario de muertes sin conexión aparente pero
igualmente inexplicables.
Por
desgracia, parece que por ahora no disponemos de nadie con semejantes
cualidades, lo cual nos deja a expensas de la iniciativa, o falta de ella, de
unos responsables de la administración miopes en su percepción y lentos de
reflejos, torpes custodios de los intereses de la ciudadanía, a los que Ryuk debe estar observando divertido
desde su escondrijo, esperando el momento en que alguien escriba otro nombre en
el cuaderno de tapas negras al tiempo que imagina su rostro contraído bajo los
efectos de un súbito ataque al corazón.
Mientras
tanto, en la trinchera, la moral de la tropa sigue alta, aunque empiezan a
escasear las mascarillas y algunos miran de soslayo a los que acuden con
demasiada frecuencia a la máquina de agua para saciar su sed. La provisión de folios
parece suficiente por ahora, pero hace días que le cambiamos el tóner a la
impresora y no quedan más cartuchos. Esperemos que no vuelva a atascarse el wáter
de las chicas, aunque la última vez fue por arrojar demasiado papel higiénico a
la taza y de este último tampoco queda demasiado.
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