Según un estudio publicado en la revista
Nature, podría haber un número
incalculable de planetas errantes viajando a la deriva por nuestra galaxia.
Estos planetas no orbitan alrededor de
una estrella y, desde que se separaron de sus sistemas solares, vagan en la
oscuridad del universo siguiendo una trayectoria en forma de arco por el centro
de la Vía Láctea.
Cuando pienso en un planeta errante me
lo imagino como una isla desierta que flotara en la inmensidad del océano a
merced de las corrientes marinas. Pero parece ser que en estos planetas
solitarios no hay amaneceres ni atardeceres y, a pesar de que su núcleo está
fundido, las gélidas temperaturas hacen de su superficie un erial congelado
incapaz de albergar vida.
No obstante, en la comunidad científica
también hay quien cree que los planetas vagabundos no son más que estrellas
fallidas, incapaces de mantener reacciones nucleares continuas de fusión en su
núcleo, que siguen brillando por un tiempo debido al calor residual de las
reacciones y a la lenta contracción de la materia que las forma.
Por otra parte, he leído que podría
haber hasta cuatro civilizaciones alienígenas hostiles en nuestra galaxia
potencialmente interesadas en colonizar nuestro planeta, lo cual no deja de ser
una estimación aventurada pero que se basa en el comportamiento de la raza
humana a lo largo de la historia.
Lo malo es que a esta estimación se une
la posibilidad, que ya han apuntado algunos, de que los planetas vagabundos
sean utilizados como plataformas interestelares que permitirían viajar por el
espacio sin necesidad de desarrollar una tecnología enormemente costosa. A lo
que se suma la dificultad de detectar un planeta errante que no tenga un tamaño
suficientemente grande (al menos como Júpiter) hasta que se encuentre peligrosamente
cerca de la Tierra.
En suma, que si una civilización hostil
se ha encalomado a uno de estos mundos errantes y se está aproximando
sigilosamente a la Tierra, tenemos muchas posibilidades de que nos pille
desprevenidos, con los ejércitos del aire y del espacio enzarzados en luchas
estériles, sobreexplotando nuestros limitados recursos, deforestando el entorno
natural, provocando una elevación acelerada de la temperatura del planeta,
alterando el clima y desatando pandemias capaces de diezmar poco a poco la
población autóctona.
En todo caso, ahora puedo entender lo
que debieron sentir los pacíficos habitantes de Alderaan cuando vieron aparecer
en el cielo vespertino un siniestro planeta aparentemente desprovisto de vida
pero dispuesto a amargarles la existencia durante unos breves instantes antes
de borrarlos definitivamente de la faz del universo.
Claro que cuando pienso en una
civilización alienígena, por muy hostil que me la pueda imaginar, veo unos
seres de aspecto humanoide movidos por nuestras mismas pasiones, y por lo tanto
deseando abandonar la estéril superficie de su mundo errante para quitarse la
escafandra y ponerse el traje de baño. También creo que les resultaría molesto
que los mejores alojamientos a pie de playa estuvieran reservados desde hace
meses o en manos de otros colonizadores, como algún matrimonio jubilado
británico, tener que hacer cola en el supermercado o buscar aparcamiento
durante horas para estacionar sus naves espaciales utilitarias.
Así que, en su lugar, yo también haría
un uso moderado de mi potencial poder destructor para convencer a los
terrícolas de la conveniencia de colaborar. Previamente, les daría una sesión
informativa a propósito de los efectos devastadores del cambio climático sobre
mi planeta de procedencia con abundante material fotográfico y los obligaría a
ir andando a todas partes para reducir el consumo de combustibles fósiles, y
también a ducharse con agua fría, a llevar mascarilla en presencia de sus
visitantes del más allá y a consumir más verduras y menos carne.
A los más remisos los confiaría durante
una docena de semanas en una macro granja y a los reincidentes les pondría a la
firma un tratado que les permitiría abandonar el protectorado alien conservando
todas sus normas y tradiciones, incluido el derecho a portar armas por la calle
ocultas en los sobacos sin dar explicaciones y a levantar un muro para evitar
el trasiego de otras formas de vida indeseables, y por último pondría a su
disposición una flota estelar con un itinerario preestablecido en el navegador
que les permitiera colonizar su propio planeta.
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