martes, 21 de mayo de 2024

Diversión con banderas

 

La 68ª edición del Festival de Eurovisión ha despertado un interés inusitado, pero por motivos ajenos a la naturaleza del evento en sí, que vive una nueva época de esplendor, después de haber transitado durante lustros por la parte baja de las audiencias.

En esta ocasión, sin embargo, el interés trae causa de la participación de Israel, muy cuestionada como consecuencia de la invasión de la Franja de Gaza tras el ataque terrorista perpetrado por Hamás, el 7 de octubre pasado. Teniendo en cuenta, además, que en las dos últimas ediciones del festival se ha excluido a Rusia por causa de haber invadido Ucrania.

Hay muchas cuestiones llamativas en torno a esta polémica y, probablemente, analizarlas una por una requeriría más tiempo y más detenimiento. Pero, por mí parte, no puedo resistirme a comentar algunas de ellas 

Lo primero que alguien podría preguntarse, a la vista de los acontecimientos de esta polémica edición, es si el estado de Israel ha secuestrado el Festival de Eurovisión, convirtiéndolo en un escaparate para sus propias reivindicaciones. Lo cierto es que, polémicas aparte, algo que tal vez sea necesario considerar es el hecho de que Moroccanoil, una marca de cosméticos israelí, sea uno de sus principales patrocinadores. Lo cual tiene, sin duda, su propio peso específico.

Pero, aun así, el papelón que ha jugado la Unión Europea de Radiodifusión (UER) en este asunto no tiene precedentes, ni próximos ni remotos. Y es que dejar participar a Israel en el festival después de haber vetado por segundo año consecutivo a Rusia, puede ser cuestionable, pero tratar por todos los medios de silenciar cualquier protesta o manifestación en contra de la acción militar que está llevando a cabo el estado hebreo en Gaza parece algo inaudito. Sobre todo teniendo en cuenta el historial de reivindicaciones de toda índole que Eurovisión lleva a las espaldas. Y, por otra parte, resulta francamente contradictorio con algunos de los objetivos de la propia UER, como por ejemplo el de "salvaguardar y mejorar la libertad de expresión e información, base de las sociedades democráticas", o "potenciar la información plural y la formación libre de opiniones", o "garantizar la diversidad cultural para promover valores de tolerancia y solidaridad".

Pues bien, a pesar de tales principios, desde el primer momento y, especialmente, desde que tuvo lugar la primera semifinal de la edición de este año, la UER ha hecho lo imposible por acallar hasta el más mínimo gesto de reproche a la acción militar de Israel en Gaza. Desde sustituir la sonora pitada y los abucheos registrados en el audio de la actuación de la cantante judía por aplausos enlatados, a prohibir la exhibición de cualquier símbolo que pudiera constituir una muestra de solidaridad con el pueblo palestino. Aun así, algunos participantes, además de expresar públicamente su rechazo a la ofensiva militar de Israel, se las ingeniaron para colar en sus actuaciones, guiños de apoyo a la población palestina, como en los colores de las uñas de la cantante portuguesa, el maquillaje de la representante de Irlanda (ambos censurados por la organización) o la superposición del color negro del vestido sobre su bandera nacional de la representante de Italia, que permitió ver por una ráfaga de segundo la bandera palestina en el escenario.

Otros fueron más explícitos, como el representante holandés, que por no morderse la lengua y no saber  mantener la boca cerrada, fue expulsado del certamen horas antes de que comenzase la final, so pretexto de que había una investigación en curso sobre una presunta amenaza a una cámara de la organización. Una motivación y ulterior decisión cuestionables y manifiestamente contrarias al principio de presunción de inocencia (todo sea dicho de paso).

Pero es que, además, parece ser que la delegación israelí se ha dedicado, durante días, a hostigar impunemente a miembros de las otras delegaciones nacionales que se habían expresado en contra de los intereses de Israel en el concurso televisivo. Todo ello bajo la mirada impasible de la UER, a pesar de las protestas de esas delegaciones (hasta dieciséis) e incluso la amenaza de algunos participantes de entre los favoritos de retirarse del evento, si no se tomaban medidas al respecto.

Con todo, la última edición del festival se celebró con la única ausencia de Países Bajos, y llegado el momento álgido de la retransmisión, cuando el voto popular podía decantar el resultado final en favor de Israel, la audiencia contuvo el aliento ante el televisor esperando durante tres interminables segundos para conocer el número de puntos que había cosechado su representante, que fueron muchos. Hasta auparla, provisionalmente, al primer puesto de la clasificación, aunque no suficientes para otorgarle el triunfo.

Es improbable que la movilización de la comunidad judía en Europa haya sido la única causa de tal apoyo expresado a través del voto popular. Y resulta más que plausible que una buena parte del voto emitido lo haya sido de simples ciudadanos europeos en respaldo explícito del estado de Israel. Igual que hace dos años Ucrania recibió un apoyo masivo de los eurofans que, esa vez sí, le permitió ganar aquella edición del festival.

De hecho, el gobierno israelí ha reconocido que habría financiado una campaña mediante la difusión de vídeos en los que la representante de Israel pedía el voto en varios idiomas, y ello después de haber realizado un minucioso estudio del público para su difusión.

No obstante, las razones que han movilizado a estos votantes eurovisivos siguen siendo para mí un misterio. Aunque las manifestaciones de algunos entusiastas en redes sociales, que se vanagloriaban de haberse gastado más de veinte euros en  el televoto, considerándolos los veinte euros mejor invertidos de su vida, podría explicar algunas cosas. Pero, al menos para mí, resulta incomprensible que alguien se tome tantas molestias en expresar su apoyo incondicional a un estado que ha mostrado su voluntad insobornable de culminar una ofensiva sin precedentes sobre la Franja de Gaza, llevándola hasta sus últimas consecuencias, arrasando el territorio palestino hasta sus cimientos, incluyendo infraestructuras básicas, escuelas y hospitales, cortando el suministro de agua, electricidad, alimentos y medicinas, y a una respuesta armada que, hasta el momento, ha matado a veintinueve palestinos por cada israelita asesinado por Hamás.

Claro que la cadena israelí KAN ha manifestado que la delegación de este país ha tenido que enfrentarse a "una inmensa presión y una muestra de odio sin precedentes, en particular de otras delegaciones y artistas, pública y colectivamente, únicamente por el simple hecho de que somos israelíes y que estábamos allí”.

Así las cosas, no es tan extraño que la organización del festival empezara prohibiendo la bandera palestina, luego la de cualquier país no participante, continuara con la bandera no binaria y al final terminará impidiendo la presencia hasta de la bandera de la propia Unión Europea. Y ello, supongo yo, tal como están las cosas, porque la exhibición de banderas de la Unión Europea acompañada de un coro de pitos y abucheos podría haber llevado a considerar a algunos la 68ª edición del festival de Eurovisión como una reedición de las concentraciones del partido nacionalsocialista en Núremberg y el siniestro anuncio de la inminente aprobación de una renovada legislación de pureza racial europea.

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