La 68ª edición del Festival de Eurovisión ha despertado un interés
inusitado, pero por motivos ajenos a la naturaleza del evento en sí, que vive
una nueva época de esplendor, después de haber transitado durante lustros por
la parte baja de las audiencias.
En esta ocasión, sin embargo, el interés
trae causa de la participación de Israel, muy cuestionada como consecuencia de
la invasión de la Franja de Gaza tras el ataque terrorista perpetrado por
Hamás, el 7 de octubre pasado. Teniendo en cuenta, además, que en las dos
últimas ediciones del festival se ha excluido a Rusia por causa de haber
invadido Ucrania.
Hay muchas cuestiones llamativas en torno
a esta polémica y, probablemente, analizarlas una por una requeriría más tiempo
y más detenimiento. Pero, por mí parte, no puedo resistirme a comentar algunas
de ellas
Lo primero que alguien podría preguntarse,
a la vista de los acontecimientos de esta polémica edición, es si el estado de
Israel ha secuestrado el Festival de Eurovisión, convirtiéndolo en un escaparate
para sus propias reivindicaciones. Lo cierto es que, polémicas aparte, algo que
tal vez sea necesario considerar es el hecho de que Moroccanoil, una marca de
cosméticos israelí, sea uno de sus principales patrocinadores. Lo cual tiene,
sin duda, su propio peso específico.
Pero, aun así, el papelón que ha jugado la
Unión Europea de Radiodifusión (UER) en este asunto no tiene precedentes, ni
próximos ni remotos. Y es que dejar participar a Israel en el festival después
de haber vetado por segundo año consecutivo a Rusia, puede ser cuestionable,
pero tratar por todos los medios de silenciar cualquier protesta o
manifestación en contra de la acción militar que está llevando a cabo el estado
hebreo en Gaza parece algo inaudito. Sobre todo teniendo en cuenta el historial
de reivindicaciones de toda índole que Eurovisión lleva a las espaldas. Y, por
otra parte, resulta francamente contradictorio con algunos de los objetivos de
la propia UER, como por ejemplo el de "salvaguardar y mejorar la
libertad de expresión e información, base de las sociedades democráticas",
o "potenciar la información plural y la formación libre de
opiniones", o "garantizar la diversidad cultural para promover
valores de tolerancia y solidaridad".
Pues bien, a pesar de tales principios,
desde el primer momento y, especialmente, desde que tuvo lugar la primera
semifinal de la edición de este año, la UER ha hecho lo imposible por acallar
hasta el más mínimo gesto de reproche a la acción militar de Israel en Gaza.
Desde sustituir la sonora pitada y los abucheos registrados en el audio de la
actuación de la cantante judía por aplausos enlatados, a prohibir la exhibición
de cualquier símbolo que pudiera constituir una muestra de solidaridad con el
pueblo palestino. Aun así, algunos participantes, además de expresar
públicamente su rechazo a la ofensiva militar de Israel, se las ingeniaron para
colar en sus actuaciones, guiños de apoyo a la población palestina, como en los
colores de las uñas de la cantante portuguesa, el maquillaje de la
representante de Irlanda (ambos censurados por la organización) o la
superposición del color negro del vestido sobre su bandera nacional de la
representante de Italia, que permitió ver por una ráfaga de segundo la bandera
palestina en el escenario.
Otros fueron más explícitos, como el
representante holandés, que por no morderse la lengua y no saber mantener
la boca cerrada, fue expulsado del certamen horas antes de que comenzase la
final, so pretexto de que había una investigación en curso sobre una presunta
amenaza a una cámara de la organización. Una motivación y ulterior decisión
cuestionables y manifiestamente contrarias al principio de presunción de
inocencia (todo sea dicho de paso).
Pero es que, además, parece ser que la
delegación israelí se ha dedicado, durante días, a hostigar impunemente a
miembros de las otras delegaciones nacionales que se habían expresado en contra
de los intereses de Israel en el concurso televisivo. Todo ello bajo la mirada
impasible de la UER, a pesar de las protestas de esas delegaciones (hasta
dieciséis) e incluso la amenaza de algunos participantes de entre los favoritos
de retirarse del evento, si no se tomaban medidas al respecto.
Con todo, la última edición del festival
se celebró con la única ausencia de Países Bajos, y llegado el momento álgido
de la retransmisión, cuando el voto popular podía decantar el resultado final
en favor de Israel, la audiencia contuvo el aliento ante el televisor esperando
durante tres interminables segundos para conocer el número de puntos que había
cosechado su representante, que fueron muchos. Hasta auparla, provisionalmente,
al primer puesto de la clasificación, aunque no suficientes para otorgarle el
triunfo.
Es improbable que la movilización de la
comunidad judía en Europa haya sido la única causa de tal apoyo expresado a
través del voto popular. Y resulta más que plausible que una buena parte del
voto emitido lo haya sido de simples ciudadanos europeos en respaldo explícito
del estado de Israel. Igual que hace dos años Ucrania recibió un apoyo masivo
de los eurofans que, esa vez sí, le permitió ganar aquella edición del
festival.
De hecho, el gobierno israelí ha
reconocido que habría financiado una campaña mediante la difusión de vídeos en
los que la representante de Israel pedía el voto en varios idiomas, y ello
después de haber realizado un minucioso estudio del público para su difusión.
No obstante, las razones que han
movilizado a estos votantes eurovisivos siguen siendo para mí un misterio.
Aunque las manifestaciones de algunos entusiastas en redes sociales, que se
vanagloriaban de haberse gastado más de veinte euros en el televoto,
considerándolos los veinte euros mejor invertidos de su vida, podría explicar
algunas cosas. Pero, al menos para mí, resulta incomprensible que alguien se
tome tantas molestias en expresar su apoyo incondicional a un estado que ha
mostrado su voluntad insobornable de culminar una ofensiva sin precedentes
sobre la Franja de Gaza, llevándola hasta sus últimas consecuencias, arrasando
el territorio palestino hasta sus cimientos, incluyendo infraestructuras
básicas, escuelas y hospitales, cortando el suministro de agua, electricidad,
alimentos y medicinas, y a una respuesta armada que, hasta el momento, ha
matado a veintinueve palestinos por cada israelita asesinado por Hamás.
Claro que la cadena israelí KAN ha
manifestado que la delegación de este país ha tenido que enfrentarse a
"una inmensa presión y una muestra de odio sin precedentes, en particular
de otras delegaciones y artistas, pública y colectivamente, únicamente por el
simple hecho de que somos israelíes y que estábamos allí”.
Así las cosas, no es tan extraño que la
organización del festival empezara prohibiendo la bandera palestina, luego la
de cualquier país no participante, continuara con la bandera no binaria y al
final terminará impidiendo la presencia hasta de la bandera de la propia Unión
Europea. Y ello, supongo yo, tal como están las cosas, porque la exhibición de
banderas de la Unión Europea acompañada de un coro de pitos y abucheos podría
haber llevado a considerar a algunos la 68ª edición del festival de Eurovisión
como una reedición de las concentraciones del partido nacionalsocialista en
Núremberg y el siniestro anuncio de la inminente aprobación de una renovada
legislación de pureza racial europea.
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