Este
fin de semana, nuestras dos hijas se vinieron con nosotros a correr al parque
que hay cerca de casa. Ha sido una experiencia interesante, aunque nuestras
hijas, como buenas adolescentes, se muestran reacias a cualquier actividad
física que las obligue a salir de casa un domingo cualquiera con un destino
inconcreto y sin más objetivo que hacer algo de ejercicio aprovechando la buena
temperatura y un cielo despejado.
Y
no puedo censurarlas por ello, aunque no recuerdo cuales eran mis inclinaciones
cuando tenía su edad en lo que a hacer ejercicio durante mi tiempo de ocio se
refiere, porque estar en casa les ofrece ahora montones de posibilidades de
dejar pasar el tiempo sin más ocupación que rastrear el Whatsapp en busca de
vida inteligente o navegar sin rumbo en un océano de imágenes y sonidos más o
menos agradables o atractivos, con solo deslizar un dedo sobre la pantalla
táctil de sus dispositivos móviles.
No
obstante, abandonarlas a su suerte en ese mundo virtual, me temo que les
depararía, al menos a medio plazo, la misma sensación de hastío que nos
producía a nosotros pasar horas delante de la televisión a merced de la
programación del fin de semana.
La
única diferencia es que ahora se puede ser más selectivo, porque la oferta es
más variada. No obstante, todos tendemos a abundar en las temáticas que más nos
interesan, y eso, con frecuencia, nos conduce a un callejón sin salida, repleto
de personajes, escenarios, argumentos y melodías que empezamos a conocer
demasiado bien como para que puedan resultarnos, no solo estimulantes, sino
verdaderamente interesantes.
Y,
para salir de ese círculo vicioso, solo se me ocurre convertirnos en
exploradores, aún a costa de incomodidades y decepcioness o algún resbalón
ocasional. Se puede recorrer una senda mil veces, sin reparar en la vegetación
que crece a uno y otro lado del camino, beber siempre de la misma fuente y
elegir la misma hora del día para dar un paseo; o se puede arriesgar algo
variando el itinerario, deteniéndose a mitad de la ruta o cambiando la hora de
levantarse o de irse a dormir; porque explorar consiste, a veces, nada más que
en tratar de ver y hacer las cosas de otra manera, pero, en todo caso, obliga a
cambiar algún hábito o modificar una rutina.
Sea
como fuere, los beneficios son incontables, porque un pequeño cambio, aunque
sea de vez en cuando, nos obliga a estar alerta y, por eso, nos vuelve más
receptivos, rompe la monotonía y también nos saca del amodorramiento que se
apodera de nosotros cuando, inconscientemente, renunciamos a explorar nuestro
entorno y nos volvemos acomodaticios y perezosos; pero, sobre todo, nos da la
posibilidad de descubrir algo nuevo cada día y de sorprendernos, a veces maravillarnos,
con cada pequeño o, a veces, gran descubrimiento.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu comentario