jueves, 9 de junio de 2016

Desdoro

Esta semana, mi hija menor anda a vueltas con un trabajo en grupo en el que, como suele ser habitual, la mitad de sus integrantes no solo no han hecho la parte de la tarea que tenían encomendada, sino que se niegan a realizarla, pese a los reiterados requerimientos, de quien sí ha cumplido con su cometido, para que la ultimen antes de que venza el plazo de entrega. De la misma manera, compañeros de clase de mi hija mayor se excusan ante los profesores por no haber hecho los deberes esgrimiendo argumentos tan peregrinos como que les daba pereza. Y ayer, sin ir más lejos, mi mujer me mostraba el nulo contenido de alguno de los trabajos de fin de grado que tiene que evaluar como miembro de un tribunal académico en la Universidad; pero que, sorprendentemente, ha merecido una alta calificación por parte del profesor que, se supone, habría de dirigir su elaboración, y que, a juzgar por las apariencias, ni siquiera se ha leído o, lo que es peor, muestra un olímpico desprecio hacia la responsabilidad que le corresponde como profesor universitario y una mayor despreocupación por el desdoro que el hecho de avalar tales trabajos supone para el prestigio de la universidad en la que trabaja.

          Yo, por mi parte, cuando daba clases en esa misma Universidad, me enfrentaba cada curso a las pretensiones de alumnos que, no habiendo acreditado un mínimo conocimiento de la materia y obteniendo en el examen final de la asignatura pésimas calificaciones, reclamaban ante el departamento de Derecho Privado, para que se revisara su nota, no dudando en apurar todos los resortes que el reglamento de régimen académico ponía a su alcance. Y, más de una vez, tuve que atender requerimientos en los que se me pedía que justificara pormenorizadamente dichas calificaciones, incluso en supuestos en los que la reclamación se había formalizado fuera de plazo o el alumno en cuestión ni siquiera se había molestado en acudir a la revisión de su examen ante el profesor de la asignatura, en estos casos, yo mismo.

          Así las cosas, no resulta sorprendente que, una vez superado el periodo de enseñanza obligatorio, o no obligatorio, prolifere en nuestro país una caterva de pseudoprofesionales, en manos de los cuales pueden recaer en el futuro tareas o cometidos para los que se les supone preparados, pero que, al margen de que hayan encontrado la motivación para trabajar que no hallaron durante su precedente etapa de formación, podrían no tener la menor posibilidad de afrontar con éxito.

          Por desgracia, a veces, la cosa no termina ahí, sino que, observando un poco a nuestro alrededor, podemos ver como personajes carentes de la más mínima cualificación y absolutamente faltos de aptitud para ello, copan puestos de responsabilidad, muchas veces sin tener que recurrir ni siquiera al nepotismo, sino perseverando en sus aspiraciones, hasta encontrar un lugar lo suficientemente cómodo y bien remunerado como para colmar su ambición, que muchas veces no les falta, aunque sea inversamente proporcional a sus merecimientos; que, como si de una cadena de favores perversa se tratara, podrán encumbrar en el futuro a otros tan carentes de cualificación y aptitudes como ellos mismos.

          Por si fuera poco, esa laxitud moral en el trabajo, que no valora el esfuerzo y ningunea la capacidad de sacrificio, con sus logros, contribuye a generar un estado de ánimo proclive al escaqueo, en el que la responsabilidad de cada uno se diluye en el anonimato de un grupo informe, difícil de motivar; de forma que la implicación en la tarea y la asunción de responsabilidades se convierten en una rara avis a la que algunos desaprensivos no dudarían en dar caza en cuanto tomaran conciencia de que hace peligrar ese estatus acomodaticio o pone en evidencia sus incapacidades.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Déjanos tu comentario