sábado, 29 de agosto de 2020

Los inmortales

 

            Tal vez estemos a un paso de conseguir la inmortalidad. Los avances de la ingeniería genética, la posibilidad de manipular el ADN para prevenir o curar enfermedades, regenerar tejidos o combatir de manera eficaz el envejecimiento celular nos están conduciendo paso a paso hasta el umbral de nuestra existencia terrenal.

            No obstante, a veces se nos olvida que no es lo mismo ser inmortal que ser invulnerable. Y en nuestro día a día nos conducimos, ya no sólo como si no fuéramos a morirnos nunca, sino como si fuésemos invulnerables. Es decir, que, además de poder vivir para siempre, pensamos que nada puede dañarnos. Es como si Terminator se dedicase a pasear por el borde del cráter de un volcán dando saltitos.

            Sólo eso puede explicar la indiferencia generalizada frente a la pavorosa devastación de las selvas, la sublimación silenciosa de los glaciares, la combustión estival de la tundra y la taiga y la aniquilación sistemática de los ecosistemas y de la biodiversidad. Y eso también explica porque proliferan los defensores a ultranza de la producción y el consumo, los avariciosos insaciables, los populismos suicidas, pero también una nueva tribu cada vez más numerosa de negacionistas.

            Puedo entender que Abraracurcix, aún temiendo más que cualquier otra cosa que el cielo le caiga sobre la cabeza, esté convencido simultáneamente de que eso no va a suceder mañana. Pero me cuesta trabajo que se puedan ignorar señales tan evidentes de que el firmamento entero se está precipitando sobre la nuestra a una velocidad creciente.

            La pandemia que azota el planeta constituye un buen ejemplo de cuanto digo. Ante el riesgo evidente de enfermar o de enfermar a otros, buena parte de la población se conduce como si la cosa no fuera con ellos, subestimando ese riesgo, inventándose coartadas que justifiquen su conducta irresponsable y, en el peor de los casos, dando pábulo a cualquier bulo conspiranoico de los que proliferan estos días en las redes sociales.

Por otra parte, la posibilidad de colonizar el cerebro humano ha dejado de ser una especulación fantasiosa para empezar a adquirir visos de verosimilitud y, con toda probabilidad, será una realidad mucho antes de que podamos colonizar otros mundos. El problema es que todo apunta a que en nuestro cerebro reside nuestra identidad y la conciencia de quienes somos, así que colonizar ese territorio inexplorado puede ser peligroso para quienes habitan en él, esto es, nosotros mismos.

Soy consciente de que eso de implantar chips en la gente sin su consentimiento no sólo está mal visto y además debería estar prohibido, sino que es un comportamiento moralmente reprobable, pero a veces pienso que no estaría tan mal aprovechar los avances de la neurotecnología para introducir alguna verdad universal en el subconsciente colectivo. Nada demasiado controvertido, cosas como que la tierra gira alrededor del sol, que las formas de vida más desarrolladas no pueden vivir sin oxígeno, que nosotros somos una forma de vida desarrollada, que algunos virus matan otras formas de vida, por muy desarrolladas que estén, y que hasta una aleación de titanio-tugsteno se deteriora de manera irreversible si se sumerge en una masa de rocas fundidas a elevadísima temperatura.

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