Tal
vez estemos a un paso de conseguir la inmortalidad. Los avances de la
ingeniería genética, la posibilidad de manipular el ADN para prevenir o curar
enfermedades, regenerar tejidos o combatir de manera eficaz el envejecimiento
celular nos están conduciendo paso a paso hasta el umbral de nuestra existencia
terrenal.
No
obstante, a veces se nos olvida que no es lo mismo ser inmortal que ser
invulnerable. Y en nuestro día a día nos conducimos, ya no sólo como si no
fuéramos a morirnos nunca, sino como si fuésemos invulnerables. Es decir, que,
además de poder vivir para siempre, pensamos que nada puede dañarnos. Es como
si Terminator se dedicase a pasear
por el borde del cráter de un volcán dando saltitos.
Sólo
eso puede explicar la indiferencia generalizada frente a la pavorosa
devastación de las selvas, la sublimación silenciosa de los glaciares, la
combustión estival de la tundra y la taiga y la aniquilación sistemática de los
ecosistemas y de la biodiversidad. Y eso también explica porque proliferan los
defensores a ultranza de la producción y el consumo, los avariciosos
insaciables, los populismos suicidas, pero también una nueva tribu cada vez más
numerosa de negacionistas.
Puedo
entender que Abraracurcix, aún temiendo más que cualquier otra cosa que el
cielo le caiga sobre la cabeza, esté convencido simultáneamente de que eso no va
a suceder mañana. Pero me cuesta trabajo que se puedan ignorar señales tan
evidentes de que el firmamento entero se está precipitando sobre la nuestra a
una velocidad creciente.
La
pandemia que azota el planeta constituye un buen ejemplo de cuanto digo. Ante
el riesgo evidente de enfermar o de enfermar a otros, buena parte de la
población se conduce como si la cosa no fuera con ellos, subestimando ese
riesgo, inventándose coartadas que justifiquen su conducta irresponsable y, en
el peor de los casos, dando pábulo a cualquier bulo conspiranoico de los que
proliferan estos días en las redes sociales.
Por otra parte, la
posibilidad de colonizar el cerebro humano ha dejado de ser una especulación
fantasiosa para empezar a adquirir visos de verosimilitud y, con toda
probabilidad, será una realidad mucho antes de que podamos colonizar otros
mundos. El problema es que todo apunta a que en nuestro cerebro reside nuestra
identidad y la conciencia de quienes somos, así que colonizar ese territorio inexplorado
puede ser peligroso para quienes habitan en él, esto es, nosotros mismos.
Soy consciente de que
eso de implantar chips en la gente sin su consentimiento no sólo está mal visto
y además debería estar prohibido, sino que es un comportamiento moralmente reprobable,
pero a veces pienso que no estaría tan mal aprovechar los avances de la
neurotecnología para introducir alguna verdad universal en el subconsciente
colectivo. Nada demasiado controvertido, cosas como que la tierra gira
alrededor del sol, que las formas de vida más desarrolladas no pueden vivir sin
oxígeno, que nosotros somos una forma de vida desarrollada, que algunos virus
matan otras formas de vida, por muy desarrolladas que estén, y que hasta una
aleación de titanio-tugsteno se deteriora de manera irreversible si se sumerge
en una masa de rocas fundidas a elevadísima temperatura.
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