Las
imágenes de la toma del Capitolio por un grupo de ciudadanos enfurecidos pasará
a la posteridad y a formar parte de la historia reciente de Estados Unidos,
pero ver las fotografías y los vídeos grabados durante el asalto sigue
produciéndome una mezcla de incredulidad y bochorno a partes iguales. Creo que
ni un telefilm barato de los que se pueden ver durante determinadas franjas
horarias en la televisión habría sido capaz de retratar un episodio como ese de
manera más grotesca. A su lado, el asalto al Congreso de los Diputados
encabezado por un teniente coronel de la Guardia Civil con tricornio de charol
y pistola en mano parece toda una gesta.
El
que más y el que menos sospechaba que en algunos rincones del primer mundo
sobrevivían individuos con un dudoso sentido de la estética, ya no digamos del
decoro, a los que tal vez no les gustaba ir a la peluquería, que creían que la
esencia de su país se encontraba en una pradera por la que antaño cabalgaron
figuras legendarias como Búfalo Bill, en la que las armas eran necesarias para
salvaguardar la propia vida y defender sus posesiones de forajidos y tribus de
indios salvajes. Lo que resulta más difícil de imaginar era que esos
nostálgicos del lejano Oeste pudieran ponerse sus mejores galas y asaltar a
punta de fusil una sede parlamentaria.
Sin
embargo, la primavera pasada, la prensa se hizo eco de la irrupción de decenas
de manifestantes, algunos de ellos armados con rifles de asalto, en la sede del
legislativo del Estado de Michigan para pedir el fin del estado de alarma,
precisamente cuando los parlamentarios pretendían votar la extensión de la
declaración de emergencia. Finalmente, el resultado de la votación fue
contrario a la prórroga, cosa que el organizador de la ‘protesta’ calificó como
una gran victoria. No obstante, a pesar de su gravedad, la noticia pasó con más
pena que gloria por los medios de comunicación.
El Presidente de
Estados Unidos que, venía azuzando las protestas en ese y otros Estados, además
de incitar a los ciudadanos a levantarse contra su gobierno al grito de
¡Liberad Michigan!, expresó su apoyo a los manifestantes, calificó a los
asaltantes de ‘muy buenas personas’ y los disculpó diciendo que estaban muy
enojados, además de tener razones para estarlo, claro.
Poco
tiempo después, en el mes de octubre, el FBI abortó un plan para secuestrar a
la gobernadora de dicho Estado, juzgarla en un zulo y tal vez, tras dicho
proceso sumarísimo, en el más que probable supuesto de encontrarla culpable de
traición, ejecutarla, mientras otro grupo de buenas personas enojadas
secuestraba a miembros del gobierno, asaltaba la sede del legislativo (por
segunda vez) y se hacía con el poder.
Consiguientemente,
nadie puede decir que no estábamos avisados. En realidad, los avisos se venían
produciendo con asiduidad, cada vez que ese mismo Presidente lanzaba sus
soflamas en mítines, actos de campaña o redes sociales. Ocurre, sin embargo
que, a veces, el aspecto ridículo de un individuo nos hace juzgarlo menos
peligroso, porque con su comportamiento extravagante invita a no tomárselo en
serio o, incluso, a reírse de él. El problema es que, cuando nos damos cuenta
del alcance de sus manejos, puede ser demasiado tarde.
Ahora
bien, a pesar de ser un mentiroso compulsivo, en una cosa tiene razón, hay una
muchedumbre furiosa vagando por ahí con aspecto desaliñado, exhibiendo banderas
y portando armas automáticas. Lo sabe muy bien porque él mismo se ha encargado
de aumentar su furia. De esa muchedumbre, tal vez en este momento, sólo una parte
sería capaz de movilizarse fuera de los cauces institucionales para imponer su
voluntad a sus conciudadanos y ajusticiar a los traidores. Pero eso no
significa que el resto no pudiera apoyar, por omisión, un golpe de mano, tal
como lo atestigua el bochornoso silencio de la mayoría de miembros del partido
republicano, con el Vicepresidente a la cabeza.
Así
que, en un país con tanto patriota de gatillo fácil, en el que hace meses que,
en las tiendas de armas, escasean pistolas y fusiles y se han agotado las
municiones, temo que los violentos todavía no hayan dicho su última palabra.
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