domingo, 17 de enero de 2021

Calles de fuego

            Las imágenes de la toma del Capitolio por un grupo de ciudadanos enfurecidos pasará a la posteridad y a formar parte de la historia reciente de Estados Unidos, pero ver las fotografías y los vídeos grabados durante el asalto sigue produciéndome una mezcla de incredulidad y bochorno a partes iguales. Creo que ni un telefilm barato de los que se pueden ver durante determinadas franjas horarias en la televisión habría sido capaz de retratar un episodio como ese de manera más grotesca. A su lado, el asalto al Congreso de los Diputados encabezado por un teniente coronel de la Guardia Civil con tricornio de charol y pistola en mano parece toda una gesta.

            El que más y el que menos sospechaba que en algunos rincones del primer mundo sobrevivían individuos con un dudoso sentido de la estética, ya no digamos del decoro, a los que tal vez no les gustaba ir a la peluquería, que creían que la esencia de su país se encontraba en una pradera por la que antaño cabalgaron figuras legendarias como Búfalo Bill, en la que las armas eran necesarias para salvaguardar la propia vida y defender sus posesiones de forajidos y tribus de indios salvajes. Lo que resulta más difícil de imaginar era que esos nostálgicos del lejano Oeste pudieran ponerse sus mejores galas y asaltar a punta de fusil una sede parlamentaria.

            Sin embargo, la primavera pasada, la prensa se hizo eco de la irrupción de decenas de manifestantes, algunos de ellos armados con rifles de asalto, en la sede del legislativo del Estado de Michigan para pedir el fin del estado de alarma, precisamente cuando los parlamentarios pretendían votar la extensión de la declaración de emergencia. Finalmente, el resultado de la votación fue contrario a la prórroga, cosa que el organizador de la ‘protesta’ calificó como una gran victoria. No obstante, a pesar de su gravedad, la noticia pasó con más pena que gloria por los medios de comunicación.

El Presidente de Estados Unidos que, venía azuzando las protestas en ese y otros Estados, además de incitar a los ciudadanos a levantarse contra su gobierno al grito de ¡Liberad Michigan!, expresó su apoyo a los manifestantes, calificó a los asaltantes de ‘muy buenas personas’ y los disculpó diciendo que estaban muy enojados, además de tener razones para estarlo, claro.

            Poco tiempo después, en el mes de octubre, el FBI abortó un plan para secuestrar a la gobernadora de dicho Estado, juzgarla en un zulo y tal vez, tras dicho proceso sumarísimo, en el más que probable supuesto de encontrarla culpable de traición, ejecutarla, mientras otro grupo de buenas personas enojadas secuestraba a miembros del gobierno, asaltaba la sede del legislativo (por segunda vez) y se hacía con el poder.

            Consiguientemente, nadie puede decir que no estábamos avisados. En realidad, los avisos se venían produciendo con asiduidad, cada vez que ese mismo Presidente lanzaba sus soflamas en mítines, actos de campaña o redes sociales. Ocurre, sin embargo que, a veces, el aspecto ridículo de un individuo nos hace juzgarlo menos peligroso, porque con su comportamiento extravagante invita a no tomárselo en serio o, incluso, a reírse de él. El problema es que, cuando nos damos cuenta del alcance de sus manejos, puede ser demasiado tarde.

            Ahora bien, a pesar de ser un mentiroso compulsivo, en una cosa tiene razón, hay una muchedumbre furiosa vagando por ahí con aspecto desaliñado, exhibiendo banderas y portando armas automáticas. Lo sabe muy bien porque él mismo se ha encargado de aumentar su furia. De esa muchedumbre, tal vez en este momento, sólo una parte sería capaz de movilizarse fuera de los cauces institucionales para imponer su voluntad a sus conciudadanos y ajusticiar a los traidores. Pero eso no significa que el resto no pudiera apoyar, por omisión, un golpe de mano, tal como lo atestigua el bochornoso silencio de la mayoría de miembros del partido republicano, con el Vicepresidente a la cabeza.

            Así que, en un país con tanto patriota de gatillo fácil, en el que hace meses que, en las tiendas de armas, escasean pistolas y fusiles y se han agotado las municiones, temo que los violentos todavía no hayan dicho su última palabra.

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