La toma de posesión del nuevo presidente
de Colombia ha dado una nueva oportunidad a la polémica sobre la monarquía
española y ha permitido posicionarse a los detractores y partidarios de la
institución en los lugares que ya venían ocupando respectivamente mucho antes
de que el rey permaneciera sentado al paso de la espada de Simón Bolívar
durante la ceremonia de investidura, en la que otros dignatarios si se
levantaron de sus asientos con un gesto reverencial que se ha echado de menos
en el Jefe del Estado.
En mala hora para nuestra institución se
le ocurrió a Gustavo Petro pedir que le llevaran la reliquia al acto de su toma
de posesión, máxime cuando España todavía no se ha decidido a pedir perdón por
los atropellos cometidos durante la conquista de América. Y es que hay quien
considera que este gesto viene a echar sal en las heridas causadas por la
propia mano otrora poderosa del rey de todas las Españas y parece más propio de
un conquistador, en horas bajas, ante la visión del arma blanca que nos
desangró en otra época paseándose por delante de sus narices, al que solo le
habría faltado espetarle al representante de México en esa misma ceremonia un
¡por qué no te sientas!, para poner de manifiesto su resentimiento.
Este incidente me recuerda aquella otra
ocasión en la que el por entonces jefe de la oposición permaneciera igualmente
sentado sobre sus posaderas al paso de la bandera de nuestro amigo y aliado,
Estados Unidos. Aunque, curiosamente, algunos de los que denostaron entonces su
conducta, no sólo consideran irreprochable el comportamiento observado por el
actual monarca, sino que, en ciertos casos, han reclamado que se retiren de la
vía pública las estatuas del libertador. Bueno, pues parece que hay patriotas a
los que ya se les ha olvidado el incidente del Maine y el papel de
nuestro ‘amigo’ en el declive final del imperio patrio.
Luego están los que asocian el suceso a
la institución monárquica y aprovechan la ocasión para reivindicar un
presidente para la república. Cómo si tuviéramos asegurado de antemano que el
Presidente de la III República española, fuera quien fuese, tuviera que saltar
como un resorte de su asiento al paso de la bandera o de la espada
correspondiente. Que ya me estoy imaginando a alguno en funciones de gobierno
pidiendo, al mismo tiempo que arrancaba de sus pedestales las estatuas de
Bolívar y San Martín, que se trajera a la ceremonia de inauguración de unos
hipotéticos Juegos del Mediterráneo a celebrar en España, la espada del Cid
Campeador, para poner a prueba la capacidad de reacción a tales estímulos de
las extremidades inferiores de los dignatarios de los países del Magreb.
De la misma manera, me imagino que, si,
para no herir susceptibilidades, hemos sido capaces de cambiarle el nombre a la
ensaladilla rusa de un menú servido durante la cumbre de la OTAN, en las
circunstancias actuales, nadie reprocharía a nuestros líderes que permanecieran
en postura sedente, al paso de la bandera rusa o de la espada del mismísimo
Aleksandr Nevski.
Es curioso esto de los símbolos,
porque, a veces, los mismos a los que les molesta mucho que alguien se meta con
los suyos, suelen encontrar justificación para las faltas de consideración
hacia los de los demás. Claro que también están los que reniegan de los propios
y el día de la fiesta nacional se quedan en la cama igual, pero luego les
parecen estupendas las demostraciones de apego de los demás a sus tradiciones.
Pero, es lo cierto que, por razones no
siempre fáciles de comprender, mucha gente se identifica con himnos, banderas,
escudos y tradiciones; y que es mucho más fácil de lo que uno se imagina herir sensibilidades,
echándole por ejemplo guisantes a la paella o, a lo mejor, también cambiándole
el nombre a la ensaladilla. Así que tal vez lo mejor sería relativizar la
importancia de algunos símbolos y evitar de esta manera que la gente termine
identificándose más con el escudo de un equipo de fútbol que con sus congéneres
del equipo contrario; pero, mientras conseguimos diferenciar a los amigos,
aunque sean potenciales, de las banderas que los representan, guardar la compostura
cuando nuestros semejantes exhiben símbolos que consideran relevantes, por
mucho que para nosotros carezcan de relevancia.
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