domingo, 11 de septiembre de 2022

Macguffin.

 

Un Macguffin es una excusa argumental que sirve para desarrollar una historia y que frecuentemente resulta irrelevante, en el sentido de que la trama avanzaría por los mismos derroteros sin alterar su esencia, aunque sustituyeramos ese elemento por otro distinto que pudiera servir igualmente de pretexto para contar la misma historia.

El cine y la literatura están llenos de macguffins y hay historias maravillosas que a todos nos encantan a pesar de que, analizadas con cierto rigor desapasionado, no resistirían una crítica mínimamente seria sobre la consistencia de su argumento.

Rosebud, el pequeño trineo de Charles Foster Kane, el millonario protagonista de ‘Ciudadano Kane’, se ha considerado uno de los Macguffin más importantes de la historia del cine. Pero mi favorito es, sin duda, el Arca de la Alianza de la película ‘En busca del arca pérdida’, cuyo argumento, por cierto, es diseccionado sin piedad por Amy Farrah Fowler en un episodio de la serie ‘Big Bang Theory’, a propósito de la irrelevancia del protagonista, el mísmisimo Indiana Jones, en el desenlace final de la aventura, dado que, aún sin su participación, resulta más que probable que los Nazis hubieran terminado encontrando el arca, abriéndola y convertidos en gelatina.

Desde mi punto de vista, no sólo el héroe de la saga es prescindible, sino que también resulta perfectamente sustituible el elemento entorno al cual gira toda la historia, ya que podría haber sido cualquier otra reliquia o tesoro oculto en las arenas de un desierto, en lo más intrincado de la selva amazónica o en el fondo del océano. De hecho, se supone que el Arca de la Alianza contenía las Tablas de la Ley, la vara de Aarón y una vasija de maná, por lo que se me ocurren otros objetos más adecuados para albergar maldiciones o elementos sobrenaturales capaces de aniquilar a cualquiera que no mantuviese los ojos convenientemente cerrados en el momento de su profanación, y que pudieran justificar igualmente una singladura que llevara a sus protagonistas desde Nepal hasta el mar Egeo, pasando por las pirámides de Guiza.

A veces pienso que la vida está llena de macguffins, circunstancias a las que otorgamos una relevancia de la que, en realidad, carecen. Y con frecuencia pensamos que un hecho aislado ha condicionado nuestra historia personal, que si no se hubiera dado tal o cual circunstancia, para bien o para mal, la vida nos habría conducido en otra dirección, pero no en todos los casos tendría porqué ser así.

Por ejemplo, un banquero, que haya dedicado toda su vida a amasar una gran fortuna, podría haber reunido una fortuna semejante o aún mayor si se hubiera esforzado en la misma medida por llevar una vida delictiva ejemplar, tal vez sin necesidad de arruinársela al mismo número de personas. O tal vez un asesino convicto y confeso, en determinadas circunstancias, podría haberse convertido en un soldado con la guerrera repleta de condecoraciones y, sin embargo, haber matado a sangre fría un sinnúmero de mujeres, ancianos y niños. Y un gurú de la economía podría mutar su trayectoria transformándose en un popular predicador televisivo y lanzando los mismos funestos augurios sobre el futuro inmediato de nuestra sociedad.

Pero también un esforzado funcionario habría podido, alternativamente, satisfacer las mismas necesidades de gentes anónimas gestionando de forma honesta su propio negocio o ejerciendo la abogacía conforme a un estricto código deontológico. También un menesteroso misionero, aún sin profesar ninguna fe, podría haber velado por los mismos necesitados militando en una ONG y aun sin ella. Y un científico eminente haber desarrollado su intelecto elaborando un pensamiento filosófico capaz de cuestionar los postulados de la ciencia y la tecnología, llegando a las mismas o parecidas conclusiones sobre el origen de la vida o los límites de la inteligencia artificial.

Ahora bien, esto no significa que todo elemento circunstancial se convierta necesariamente en un Macguffin. Con demasiada frecuencia, no principalmente las decisiones equivocadas, sino sobre todo las circunstancias sociales, económicas y culturales condicionan la trayectoria vital de las personas, privándoles de oportunidades que les habrían brindado una vida mejor, pero que no sólo han impedido hacer de ellas individuos exitosos, sino que también nos han privado a los demás de la oportunidad de participar del resultado de la explotación de sus capacidades. Y, en este sentido, cabe preguntarse cuántos científicos, artistas o intelectuales no han llegado a serlo porque no tuvieron la oportunidad.

A sensu contrario, avatares de diversa índole, a lo largo de la historia, han convertido a individuos funestos en azotes de la humanidad y frecuentemente, a nivel local, los azares del destino hacen que sujetos sin el menor talento, inteligencia o mérito reseñable alguno terminen ocupando tribunas y cátedras, copando escenarios o escribiendo titulares, para consternación de la comunidad que les vio nacer.  

Claro que, después de especular un rato sobre mis propias capacidades, me da por analizar el otro factor de la ecuación del arca perdida, es decir, la irrelevancia del protagonista de la película. Y es que toda historia tiene un protagonista y resulta descorazonador pensar que la nuestra pueda tener un protagonista prescindible. Porque, efectos mariposa aparte, uno no puede dejar de preguntarse en qué medida sus acciones o falta de ellas han influido en el curso de los acontecimientos o han condicionado el devenir de la vida de su comunidad.

Dependiendo del día, a veces me da por pensar que mi contribución al desarrollo de los acontecimientos del mundo que me rodea ha sido muy modesta y que, dejando a un lado los vínculos de sangre y vida en común que me unen a mis más allegados, si no hubiera estado por aquí tampoco se habría notado demasiado en el curso de la trama principal.

Pero cuando ya estoy convencido de la irrelevancia de mi contribución, algún canal de televisión programa ‘¡Qué bello es vivir!’  y entonces veo a George Bailey comprando una maleta para recorrer el mundo y, acto seguido, quedándose a vivir en Bedford Falls, y me doy cuenta de que en esta película no hay ningún Macguffin ni personaje prescindible y de que algunas historias transcurren en lugares anónimos y no necesitan de grandes escenarios en los que desplegar su metraje.

Con esto no quiero compararme con George Bailey, un héroe a cuya sombra palidecen todos los Indiana Jones del mundo, pero pienso que tal vez sin proponérmelo, en algún momento, conseguí fastidiar a algún Henry F. Potter y, con eso, me doy por satisfecho.

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