domingo, 2 de octubre de 2022

Hombres blandengues

        Creo que siempre he sido un hombre blandengue, de esos que van cargados con la bolsa de la compra o empujando el cochecito del niño. Pero han tenido que pasar cuarenta años para que el Ministerio de Igualdad rescate una entrevista con El Fary y me haga consciente de ello. Yo que hasta ahora iba por ahí seguro de mi masculinidad y creyendo que nadie la había puesto en duda al verme salir de Mercadona empujando el carro de la compra y con un melón debajo del brazo como si fuera un balón de rugby, no para compensar con un gesto de viril deportividad el efecto de verme empujarlo con las ramas de apio asomando por un lado, sino porque el carro iba lleno hasta los topes y tenía miedo de aplastar los tomates que habían quedado arriba del todo.

        Además, tampoco se puede decir que sea un pedazo de tío, de esos que deben estar ahí. Ojo, no para acarrear bolsas de la compra ni empujar el cochecito del niño, sino sujetando una lanza, por si aparece una pantera o algún otro depredador peligroso doblando la esquina o irrumpe en el barrio otro pedazo de tío con ganas de iniciar un conflicto territorial o de secuestrar a algún ama de casa con carro y todo.

        Una vez tuve un subordinado que dudaba si jubilarse anticipadamente porque no quería dedicar el resto de su vida a llevarle a su mujer las bolsas de la compra. Así me lo dijo, textualmente. Así que supongo que temía convertirse en un hombre blandengue y prefería venir a la oficina a guerrear un poco cada mañana.

        Pero la verdad es que, desde que vi el anuncio, me he dado cuenta de que hay un montón más de hombres por ahí empujando carros de la compra y cochecitos de niño pequeño, como si tal cosa. Hasta ahora, claro, que ha regresado de entre los muertos un cantante con un nombre parecido a la marca del lavavajillas que suelen comprar en el supermercado, para hacerles conscientes de que son unos blandengues, mientras Don Limpio, un pedazo de tío, los mira con gesto burlón desde la estantería de los productos de limpieza.

        No obstante, lo que más me desconcierta del anuncio es ese joven con el pelo teñido de rubio y vestido con una camiseta sin mangas que aparece con gesto compungido al comienzo y al final del spot, desmintiendo categóricamente aquello de que los chicos no lloran, mientras una voz en off dice que cada día somos más los hombres blandengues construyendo una masculinidad más sana, más fuerte, para rematar el mensaje con un 'blancos responsables' (he tenido que subtitular el anuncio porque no me creía lo que estaba oyendo), Ministerio de Igualdad, Gobierno de España.

        Qué uno ya no sabe si de lo que se trata es de reivindicar una nueva masculinidad, de animar a los chicos jóvenes a expresar sus sentimientos, diciendo, ¡eh chicos, qué se puede ser joven y moderno sin dejar de ser un blandengue!, o, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, de abogar por la integración racial, pero haciendo un llamamiento específicamente a los blancos que, por lo visto, como El Fary, somos más propensos a adoptar comportamientos machistas.

        Personalmente, creo que el mundo se está llenando de hombres blandengues, de esos que salen corriendo hacia el paso fronterizo más cercano cuando su gobierno anuncia una movilización de 300.000 reservistas con destino a una guerra allende la estepa euroasiática. Así las cosas, no es extraño que el gobierno chino, considerando que los hombres jóvenes del país se han vuelto demasiado "femeninos", haya emprendido una cruzada con el objetivo de "cultivar la masculinidad de los estudiantes".

        Y estoy pensando que, desde que quitamos la mili, aquí vamos por el mismo camino Los cantantes de moda lloriquean en sus canciones a propósito de desamores que no siempre tienen un género determinado, o se pintan las uñas y aparecen vestidos con faldas y llamativos desmangados desde mucho antes de que Pedro Sánchez les invitará a ello diciendo que había que quitarse la corbata para no abusar del aire acondicionado, y hasta los héroes de los chicos de las nuevas generaciones van por la ciudad embutidos en maillots y mallas de licra de colorines dando saltos entre rascacielos con ayuda de una tela de araña, en lugar de poner los pies en el suelo y caminar como hombres de verdad con el sombrero calado y un Colt colgando del cinturón.

        Pero, seamos sinceros y sinceras, entre ese hombre blandengue empujando el carro de la compra y el que está ahí, apostado en la esquina tranquilamente, con su lanza en la mano o su Smith & Wesson, ¿quién tiene una actitud más masculina?

        Y, si estuviésemos en Troya aguardando el asalto de las murallas por parte de los griegos, ¿A quién querríamos ver comandando la defensa de la ciudad? ¿A Héctor o a Paris? Pero si hasta la mismísima Helena de Troya, si hubiera podido, habría escapado corriendo, para arrojarse en los brazos del joven rey de Esparta, al ver aparecer a Menelao, con el penacho de su yelmo al viento y las doradas grebas abrazando sus fornidas piernas, blandiendo un venablo en la mano derecha y alzando orgullosamente el escudo, reclamando a su amada esposa, sabiendo además que, antes de salir de su ciudad, se había prometido a sí mismo volver embrazando ese mismo escudo o tendido sobre él. Y, sin duda, ante visión semejante, habría dejado plantado al hermoso Paris que a esa hora seguramente estaría volviendo del ágora con las bolsas de la compra.

        Pero, en los tiempos que corren, este tipo de actitudes se consideran otros tantos ejemplos de masculinidad tóxica. Que ya no puede uno salir de casa con una lanza, aunque sea para comprar un litro de leche y un paquete de pañales, porque hasta los otros hombres lo mirarían raro. Así que lo de movilizar una flota para recuperar a la novia ni se nos pasa por la cabeza. Que yo no digo nada, pero el día que se escape un tigre del Bioparc, a ver qué hacen todos esos hombres cargados de bolsas de la compra. Y lo mismo digo de esos jovencitos de cuerpos musculados saliendo de gimnasios sin palestra, sacando bíceps con sus bonitas bolsas de deporte al brazo, pero sin ningún adiestramiento en lucha grecorromana.

        Pues para los que no lo sepan, Helena se volvió a Esparta con Menelao, aunque les costó una singladura de ocho años regresar al hogar, se reconciliaron y vivieron felices. Y se dice que, bendecidos por Hera, disfrutaron de la eternidad en los Campos Elíseos o, en el peor de los casos, yacen juntos, también por toda la eternidad, en un templo dedicado al rey espartano y su bella esposa, en Terapne, dónde acudían las nodrizas de las niñas feas, para pedirle que mudará su aspecto. Otro penoso estereotipo, lo sé. El templo debería estar consagrado a Paris para que allí pudieran acudir los entrenadores personales de los chicos para pedirle que los dotara de una masculinidad más fuerte y más responsable.

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