He
leído hace poco en la prensa que la Junta de Andalucía, con motivo de la
tramitación del Anteproyecto de Ley de Función Pública, se está planteando la
posibilidad de utilizar un sistema de inteligencia artificial para recopilar y
analizar comentarios de sus funcionarios en redes sociales o a noticias
publicadas en Internet, con el loable objetivo de disponer de una base de datos
que compendie los intereses e ideas de cada empleado público, para poder saber
lo que le interesa, pero también lo que le preocupa, tomar conocimiento de lo
que realmente sabe hacer y, de esta manera, perfilar sus intereses y poder facilitarle
un puesto de trabajo acorde a sus preferencias y capacidades.
La
base de datos ha sido bautizada con el nombre de “genoma del funcionario” (no
es broma) y, una vez implementada, permitiría, a la hora de resolver un
concurso y antes de adjudicar la plaza correspondiente, disponer de nuevos
elementos de juicio, además de los consabidos certificados de méritos que, como
todos sabemos, no son muy esclarecedores en lo que al mérito y capacidad del
candidato se refiere (en cada concurso, todo el mundo dispone, por lo menos, de un par de ellos, uno para los méritos
generales y otro para los específicos) y haría posible prescindir de la
entrevista personal que, además de ser un engorro, sólo sirve para que la gente
mienta descaradamente y se atribuya unos méritos de los que carece, cosa que
por otro lado también suele hacer en las redes sociales.
Naturalmente,
una vez conocido el proyecto, se han alzado voces en contra de esta novedosa
iniciativa que algunos consideran que vulneraría los principios de mérito y
capacidad que, por mandato constitucional, deben presidir el acceso a la
función pública y, por ende, la promoción profesional en el ámbito de la Administración.
Y
yo me pregunto, ¿acaso no tiene mérito opinar libremente, con criterio o sin
él, en Facebook sobre la actualidad social y política de nuestro país, o deslizar
en Twitter comentarios sarcásticos sobre la intervención del candidato del
partido del Gobierno en el último debate electoral televisado, aún a riesgo de
ser linchado y descuartizado en la plaza pública mediática? ¿No es acaso digno
de valoración, a la hora de adjudicar por ejemplo una plaza de bombero, el peligro
que algunas personas están dispuestas a correr haciéndose un selfie extremo
para subirlo a su cuenta de Instagram? ¿Es que los haters no merecen que se
valore adecuadamente el grado de resentimiento hacia sus semejantes antes de
adjudicarles por méritos propios una plaza que implique dirección de equipos
humanos?
No
sé vosotros, pero mañana mismo pienso ponerme a actualizar mis perfiles en
redes sociales, no sea que un día de estos alguien tenga que valorar cuales son
mis inquietudes e intereses, analizar lo que realmente me gusta y decidir para
qué cometido estoy verdaderamente capacitado con objeto de adjudicarme un
puesto de trabajo idóneo. Aunque estoy pensando que lo mismo dejo las cosas
como están porque, a lo mejor, hay por ahí una plaza vacante en una playa
semidesierta con una jornada flexible, que lo mismo obligue a dar cuenta de la
hora del amanecer que del momento exacto en que el sol toca cada tarde la línea
del horizonte, en el que, para cumplir adecuadamente con las prescripciones en
materia de prevención de riesgos laborales, sea obligatorio lleva un sombrero
de paja y una camisa de lino para protegerse de ese mismo sol y que también
requiera caminar largas distancias por la arena para tomar nota del curso de la
marea.
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