El 'autobús
de Lewton' es un recurso muy empleado en el cine de suspense y de terror
que consiste en hacer irrumpir de improviso, en una secuencia en la que se ha
creado una gran tensión dramática, un elemento inofensivo pero que consigue
sobresaltar al espectador, que en ese momento está esperando un acontecimiento
trágico, precisamente por la forma abrupta en que se muestra, normalmente
acompañado de un sonido estridente o de una disonancia en la banda sonora
coincidiendo con una subida del volumen al estilo del primer anuncio de un
intermedio televisivo a media noche, que hace que se disparen las pulsaciones
del auditorio.
Por ejemplo, en una noche tormentosa, la
protagonista, que ha acudido con toda la cautela del mundo a cerrar una
ventana, en lugar de con un asesino despiadado armado con un cuchillo de
considerables dimensiones oculto detrás de la cortina, se tropieza con su gato
saltando desde el alero del tejado. Pero, en vez de darle un escobazo, lo deja
entrar en casa, con graves consecuencias para el animalito, que aparece
destripado dos secuencias después de haber estado a punto de provocar a su
dueña un paro cardiaco.
El nombre de este efecto tiene su origen
en el productor cinematográfico Val Lewton
y se asocia a una secuencia de la película ‘La
mujer pantera’, en la que uno de los personajes es acechado mientras camina
de noche por una calle solitaria. Pero, en esta ocasión, en vez de un felino,
se atraviesa en su camino un autobús que transita por la calle a gran
velocidad.
Y, en el mundo real, a veces, sucede lo
mismo. La humanidad está esperando el apocalipsis en forma de pandemia fuera de
control, contiene la respiración ante una alerta climática provocada por una
sucesión de fenómenos meteorológicos desbocados u observa atemorizada el
horizonte en dirección a una guerra en la que empiezan a escasear los
proyectiles convencionales, mientras las ojivas nucleares siguen dormitando
bajo tierra, y, de repente, la pantalla del móvil se ilumina con un tweet dando
cuenta de que un futbolista multimillonario ha ganado una pelota dorada o se
acaba de separar de su esposa o de que su novia tiene un nuevo pretendiente con
más pelotas doradas que su pareja anterior.
Lo malo es que, en la comunidad global
en la que vivimos, la irrupción de acontecimientos anodinos es tan frecuente
que, al final, uno terminaría por no hacerles caso. Así que, sus propagadores,
para evitar que esto suceda, empiezan a subir el volumen del noticiario y se
inicia una escalada de noticias tremebundas que no dejan de dar cuenta de
acontecimientos tan inocuos como un gato saltando desde el tejado, pero
buscando siempre el sobresalto y a riesgo de provocar algún que otro ataque al
corazón.
Mientras tanto, el asesino del gran cuchillo
afilado ya se ha colado en nuestra casa por la puerta de atrás y nos espera
escondido sin dejar más rastro de su presencia que las puntas de los zapatos,
mientras seguimos mirando la pantalla del móvil en la que Google Maps nos muestra, sin que seamos conscientes de ello, la
ruta menos concurrida hacia la cortina. Y, por su parte, el gato se dedica a
maullar reclamando nuestra atención hasta que el intruso le rebana el pescuezo
y coloca su cuerpo inerte en un lugar bien visible a ver si espabilamos de una
vez, que así no tiene la menor gracia matarnos, además de que tampoco
revestiría la menor dificultad.
Así que creo que la próxima vez que un felino
o cualquier otro sujeto con ganas de llamar la atención y distraerme de las
amenazas reales que se ciernen sobre nosotros, se empecine en importunarme con
cualquier clase de monserga, voy a hacer uso decidido de la escoba, que es el
arma convencional que tengo más a mano (salvo que se trate de una pantera, en cuyo caso saldría corriendo detrás del autobús), y sin soltar la barredera, después de
cerrar con cuidado la ventana para evitar que una lluvia torrencial termine por
inundarme el salón, también voy a descorrer las cortinas para poder enfrentarme
a lo que se oculta detrás de ellas, o dar su merecido al desaprensivo que se
dejó olvidados los zapatos en un sitio tan inapropiado, y dedicarme a observar
el cielo nocturno antes de que sea demasiado tarde, empiece a oscurecer y un
bosque de hongos gigantes comience a iluminarse en el horizonte o los platillos
volantes conviertan el jardín en una pista de aterrizaje de naves alienígenas,
que me he enterado por twitter de que
cada vez se producen más avistamientos, sin que el Gobierno haya tomado ninguna
medida hasta la fecha ni haya comparecido ante el Congreso a dar explicaciones
de su falta de previsión.
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