Cómo todos los años en
esta época, hace una semana, vino a visitarnos la tía Mildred. Aventurera
infatigable, siempre viaja con poco equipaje y está tan delgada que apenas
llena la ropa que lleva puesta. Además, este año, mientras estuvo en nuestra
casa, decidió prescindir de su peluca blanca, siempre despeinada como si
hubiera estado expuesta a todos los vientos del océano, lo que le da un aspecto
todavía más demacrado que de costumbre.
No suele quedarse con nosotros más que
unos días y se pasa la mayor parte del tiempo sentada junto a una ventana.
Tampoco habla mucho y parece que se conformara con que le hagamos compañía. De
vez en cuando se queda dormida y se le cae un brazo o le da un espasmo y se le
tuerce la cabeza, pero casi todo el rato permanece en la misma postura
mirándonos desde su butaca, mientras sonríe mostrando sus dientes perfectamente
alineados.
Nunca tiene prisa por irse a dormir,
pero si te levantas temprano, es fácil que la encuentres ya despierta, vestida
con una camisa larga, en actitud meditativa y mirando el espacio vacío mientras
empieza a clarear. A esa hora de la mañana, su rostro tiene un tono ceniciento
y si te coge de la mano puedes contar todos los huesos de la suya, que está
fría como el hielo, tanto que ese tacto helado te acompañará durante horas,
aunque luego haga calor o te pongas unos guantes de lana.
La tía Mildred come como un pajarito,
pero nunca te dirá que no si le ofreces algo de beber. A veces, está tan rígida
que parece que vaya a partirse por la mitad si le da por estornudar. Otras
veces, en el silencio de la noche, me parece oír su respiración pausada, que se
podría confundir fácilmente con el sonido del viento pasando a través de la
ranura de una ventana mal cerrada y que, de vez en cuando, se interrumpe,
dejando el tiempo en suspenso, para reanudarse acto seguido con un pequeño
ronquido.
Una mañana, de improviso y sin decirle
nada a nadie, la tía Mildred desaparece igual que había llegado, sin dejar
rastro ni apenas un recuerdo de su presencia. Sin embargo, este año, cuando
fuimos en su busca, encontramos un sombrero encandilado de fieltro, una
camisola y una pistola de un sólo disparo. Junto a esas pertenencias había una
nota ilegible escrita al pie de un tosco dibujo de lo que parecía ser una isla,
un viejo barco de vela y una rosa de los vientos.
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