domingo, 30 de abril de 2023

Chequeo antidopaje anual

 

Hace dos semanas, me hice el chequeo médico anual, patrocinado por el servicio de prevención del organismo en el que trabajo. Suele consistir en un análisis de sangre y otro de orina y, por lo demás, en un examen rutinario que incluye una espirometría, una prueba ocular y otra auditiva, de las que cada año salgo peor parado, con un binocular que no se adapta ni queriendo a las lentes progresivas y una cabina insonorizada en la que, no obstante, puedo escuchar todo lo que sucede en el exterior, pero cada vez oigo peor esos pitidos inaudibles en frecuencias detectables sólo por perros y rapaces nocturnas. Ah, y últimamente, un electrocardiograma en el transcurso del cual me gusta imaginarme que soy un cyborg al que le están restaurando sus circuitos cibernéticos antes de enviarlo de vuelta a un entorno extraterrestre altamente hostil en el que su parte orgánica no lograría sobrevivir por sí sola.

No obstante, el año pasado, durante el transcurso de la entrevista con el médico, después de las habituales sobre consumo de alcohol, tabaco y práctica de ejercicio físico, la doctora empezó a hacerme preguntas del estilo de ¿tiene sensación de tristeza? ¿le parece, a veces, que la vida no tiene sentido o que no merece la pena de ser vivida? ¿se siente solo aunque esté rodeado de otras personas? A todas las cuales respondí negativamente, al mismo tiempo que me daba cuenta de que si fuera un cyborg nadie me haría esas preguntas y de que, en caso de existir alguna duda razonable sobre mi naturaleza humana, tendría un dispositivo enfocando directamente a la pupila y la doctora estaría preguntándome por un galápago patas arriba friéndose al sol en mitad del desierto.

Por otra parte, estoy pensando que el otro día, antes de preguntarme sobre el consumo de alcohol, también me preguntaron si consumía drogas, que, dado su poder adictivo, es tanto como preguntar sutilmente si eres un drogadicto. Aunque esta batería de preguntas te las hacen a toda velocidad, como para evitar que lo pienses y se te ocurra decir que si o contestar con otra pregunta, del tipo ¿qué entiende usted por drogas? Y, luego, descartadas la drogadicción y el alcoholismo, pasar a cuestiones menos importantes como el ejercicio físico y la alimentación variada. Qué, a veces, me dan ganas de inventarme un currículum a lo vieja gloria del rock y confesar que después de desengancharme del LSD, ya sólo tomo whisky en la proporción adecuada para mantener a raya la cirrosis hepática, salvo que los análisis que me acaban de hacer revelen que he equivocado la dosis, naturalmente.

Pues con las preguntas para descartar la paranoia y la depresión pasa un poco lo mismo. Lanzadas a bocajarro y cuando el consumo frecuente de frutas y vegetales estaba a punto de poner un colofón exitoso al chequeo anual, le da a uno apuro confesar que escucha voces en su cabeza cuando camina por la calle o que hace tiempo que encuentra singularmente acogedora la cornisa del edificio en el que vive y le gusta sentarse en el borde al atardecer, con una botella de Jack Daniels en una mano y un cigarrillo en la otra, y ponerse a pensar sobre la fugacidad de la vida y los ríos que van a parar a la mar.

Además, cuando me están auscultando y me preguntan por la práctica de ejercicio, para compensar la sensación de deterioro físico inevitable, después de quedar patente que no veo ni de lejos ni de cerca, y de que la audiometría ponga en entredicho mi futuro en los escenarios como bajista de una banda de rock, inspiro con fuerza y digo que soy corredor. Algo a lo que el personal sanitario no parece conceder demasiado mérito y si considerar un factor de riesgo añadido, con lo que me dan ganas de especificar que no soy corredor de bolsa y no frecuento el parquet, sino los parques y jardines de la ciudad. Pero, entonces, temo que me pregunten sobre el consumo de anabolizantes y sustancias dopantes en general, cuando creía que había superado el test de drogas.

La verdad es que si el chequeo fuera lo suficientemente exhaustivo, debería abundar más en estas y otras cuestiones y después de acostarte en la camilla para hacerte el electrocardiograma, tumbarte en un diván y preguntarte por los recuerdos de tu infancia en particular y el sentido de la vida en general. Claro que entonces igual tu entrevistador llegaba a la conclusión de que tus recuerdos son impostados y le daba por informarte de que, en contra de lo que habías creído durante tu corta pero intensa experiencia tratando de sobrevivir en entornos hostiles, no había ninguna araña con el cuerpo verde y las patas naranjas viviendo en un arbusto bajo tu ventana.

Y, en lo que se refiere al dopaje y por extensión al consumo de drogas, pues lo mismo. Porque, salvo en una asociación de adictos anónimos, nadie se declara alcohólico o consumidor habitual de esteroides. Por eso el médico, después de preguntarnos si nos consideramos personas felices y exitosas, debería indagar sobre si nos duchamos con agua caliente, bebemos vino, vamos a comer a restaurantes de moda, viajamos con frecuencia al extranjero, tenemos una casa en la playa, escuchamos música, nos gusta ir al cine o leemos habitualmente en nuestra butaca favorita o en lo alto de una cornisa al atardecer. Y, después de conseguir que nos sinceremos, decretar que nuestra felicidad es solo aparente y fruto de la adicción a sustancias potencialmente nocivas para la salud y hábitos poco saludables, invitarnos a desprendernos de nuestras riquezas y a abrazar el estoicismo y, en caso de negarnos a hacerlo, echarnos a patadas de la consulta por impostores, tramposos y drogodependientes.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Déjanos tu comentario