Existen varias playas en el mundo en las
que, de vez en cuando, a veces con relativa frecuencia, aparecen zapatillas
depositadas por la marea en cuyo interior es posible encontrar los restos de un
pie humano.
Naturalmente, estos miembros amputados o
separados del cuerpo al que un día sostuvieron sobre la tierra se encuentran en
un estado lamentable porque en ellos ha hecho mella la putrefacción y el mar
salobre, y las criaturas que en él habitan han dado buena cuenta de los tejidos
blandos que recubrían los huesos.
Para dar algún sentido a este
inexplicable fenómeno, se han elaborado teorías de lo más variopinto, desde
ajustes de cuentas entre grupos criminales a la autoría de un asesino
sistemático, pasando por abducciones alienígenas con un puntito gore, eso sí.
Pero, lo que más me llama la atención es
que las zapatillas en cuestión no suelen ser unas zapatillas cualesquiera, sino
una zapatilla deportiva Asics, unas zapatillas Adidas azules o una Reebok
blanca y negra. Además, lo normal es que aparezca sólo una, indistintamente del
pie derecho o del izquierdo, circunstancia esta de la que tal vez sería posible
extraer alguna conclusión que permitiera desvanecer el misterio. Pero, en todo
caso, en algún lugar de esas costas debe de haber gente cojeando ostensiblemente,
valiéndose para caminar de una muleta o apurando un cubata de ron apoyada sobre
una pata de palo, mientras presume ante la parroquia de cómo logró escapar de
una pieza, bueno, de dos en realidad, tras un encuentro desafortunado con algún
depredador marino con cierta debilidad por las zapatillas deportivas de marca.
No obstante, si estamos buscando un
patrón, de lo que no cabe duda es de que los dueños de esos pies en avanzado
estado de descomposición debían de ser corredores. Aunque también es verdad que
hay gente que se gasta una pasta en zapatillas sólo para fardar. Pero, en ese
caso, no sueles irte a pasear a la playa con ellas, porque se llenan de arena
y, si vas paseando por la orilla y te despistas un poco, te puede alcanzar una
ola y, entonces, nunca vuelven a tener el mismo aspecto. Lo sé por experiencia.
Así pues, partiendo de esta hipótesis,
queda por resolver la cuestión de cómo terminaron esos runners solitarios
separados de una parte de su cuerpo que resulta imprescindible para practicar
la carrera continua. Y, llegados a este punto, nos empezamos a mover en el
terreno de la más pura especulación.
Por un lado, cabe la posibilidad de que,
en vez de encontrarse con un depredador marino, se cruzaran con alguien que
quisiera hacerse con ese espléndido material deportivo. Durante el forcejeo, la
cosa se le fuera un poco de las manos y, en lugar de limitarse a quitarle las
zapatillas, le arrancara un pie de cuajo y luego lo arrojase al agua y saliese
corriendo, dejando a su víctima tirada en la arena, desangrándose y a merced de
las gaviotas. Aunque eso no explica porque nunca se encuentra el resto del
cuerpo, salvo que la víctima se arrastrarse hasta el agua tratando de recuperar
su calzado deportivo y la hemorragia atrajese a algún escualo que, despreciando
el pie amputado, prefiriera zamparse el resto del runner malherido, que, al
faltarle una parte esencial de una de sus extremidades, no habría podido
regresar a la playa por sus propios medios. El punto débil de esta teoría es
que el agresor habría de tener una fuerza descomunal, lo cual no es improbable.
Y me estoy acordando de los crímenes de la calle Morgue. Aunque no es que
merodeen muchos orangutanes por la playa como no sea que nos encontremos en una
playa de Borneo.
Otra posibilidad es que nuestro
desgraciado atleta hubiera metido el pie en un cepo para osos (si no
descartamos del todo la tesis del orangután, lo del cepo para osos tampoco
parece tan descabellado) quedando atrapado en una playa desierta sin que nadie
pudiera auxiliarle y allí le hubiera alcanzado la marea, que muriese ahogado y
los carroñeros del mar terminasen dando cuenta de su cuerpo inerte,
arrastrándolo hasta las profundidades y el pie acabara liberándose del cepo y
volviendo a la playa sin el resto del cuerpo.
Pero todavía podemos imaginar un tercer
escenario, no más probable, pero tampoco menos verosímil. Y es que todo
corredor veterano sabe que el tiempo juega en contra suya y que la distancia
recorrida va dejando una secuela en el cuerpo que hace que cada kilómetro
añadido sea un poco más difícil de completar. Así que supongo que llega un
momento en el que a todos los corredores se les pasa por la cabeza cambiar de
disciplina. Otra en la que la gravedad no continúe castigando las
articulaciones. Y, llegado ese momento, la natación no es la peor de las
alternativas. Claro que lo normal, antes de meterse en el agua, sería quitarse
las zapatillas. Pero, ¿quién no se ha metido en el mar alguna vez sin llevar la
indumentaria adecuada? Y, ¿acaso no hay una cierta poesía en desprenderse de
las zapatillas mar adentro, al tiempo que el cuerpo toma contacto con el medio
marino y se adentra en las aguas abiertas? Pues bueno, a lo mejor andaba
nuestro hombre tratando de quitarse la segunda zapatilla, cuando le dió un
calambre y, bueno, la secuencia del tiburón acercándose a toda velocidad nos la
podemos ahorrar porque es común a cualquiera de las hipótesis que estamos
barajando.
Claro que, puestos a especular, hay toda
una teoría antropológica que sostiene que los homínidos, antes de colonizar la
tierra, tuvieron la tentación de adaptarse al medio marino y pasaron una larga
temporada en contacto permanente con el mar. Cabe, pues, la posibilidad de que
estos corredores desaparecidos fueran una especie de selkies con el poder del teriomorfismo,
que además de mudar de piel, decidieran desprenderse de sus extremidades
inferiores o, al menos, de sus pies, y cambiar su aspecto por el de un mamífero
marino, reescribiendo a su manera el cuento de la sirenita y dejando que sus
piernas vigorosas de corredor se fundieran en una cola capaz de batir con
fuerza el agua del mar y de conducirles más allá de la playa solitaria a la que
fueron a estrenar su último par de zapatillas.
Aunque también hay gente que se cae al
agua y, por muy buen corredor que sea, no domina la natación, que no todos
nacimos para ser triatletas, y se ahoga con las zapatillas puestas, luego viene
un tiburón, se come una zapatilla y escupe la segunda porque no le ha gustado
el sabor de la primera. Y. colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Ruego encarecidamente a quien lea esto que elija de entre estas cinco teorías la que les parezca más
convincente o, en caso de no sentirse seducido por ninguna de ellas, se
arriesgue a elaborar una alternativa propia que, por mi parte, prometo hacer
llegar la más votada a los agentes de la patrulla costera de Petone Beach,
Wellington, Nueva Zelanda, que es la playa que ostenta el récord absoluto en lo
que a hallazgos de zapatillas deportivas con inquilino se refiere.
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