viernes, 14 de julio de 2023

Paseando a Mr. Hyde

 

Me considero una persona pacífica, de trato afable y poco dada a pelearme por una plaza de aparcamiento o por el turno en la pescadería. No soy de los que van por ahí avasallando o buscando pelea y, salvo que la persona que tengo enfrente me importe lo suficiente, tampoco soy aficionado a llevarle a nadie la contraria.

Pero, aun así, después de observarme a mí mismo con cierta perspectiva, me he dado cuenta de que, no muy a menudo, incluso muy de vez en cuando, se apodera de mí un extraño instinto pendenciero, una especie de súbita agresividad que, la mayor parte del tiempo, permanece larvada en un lugar oscuro de mi subconsciente, esperando el momento de manifestarse, siempre de improviso y por sorpresa.

Y la cuestión es que no hace falta que esté sometido a un gran estrés, o que mi equipo haya perdido el partido del domingo, para que Míster Hyde irrumpa en escena. Sólo es necesario un chispazo que tiene la virtud de provocar una reacción furibunda en cadena sin que dé tiempo a encender las alarmas que permitirían sofocar el conato de incendio.

La verdad es que, como no tengo más remedio que convivir con él, me gustaría poder controlar a Míster Hyde, aunque sólo fuera para decidir en qué momento abrirle la puerta de la jaula y luego, si eso, ya que haga lo que le dicte la adrenalina. Pero, igual que a Obélix, la pócima que debí ingerir en algún momento de mi tierna infancia tiene efectos permanentes en mí, aunque afortunadamente sólo se manifiestan de forma intermitente.

Así que, como no puedo controlarlo, estoy tratando de averiguar si sus apariciones estelares obedecen a algún patrón que pueda reconocer, con objeto de evitar, en la medida de lo posible, colocarme en una situación de riesgo. Y, de esta manera, he identificado algunos escenarios propicios a las manifestaciones de mi alter ego, que paso a exponer a continuación.

Número uno: Doctor Jekyll al volante de su utilitario.

Y es que, cuando hago uso de mi propio vehículo, la interacción reiterada con otros conductores excita mucho a Míster Hyde, y le hace expresarse con un lenguaje florido impropio de un doctor en medicina o, ya puestos, en derecho. Afortunadamente, hasta ahora, he conseguido evitar que Hyde se haga con los mandos de la máquina, porque, en esos momentos, por su mente perturbada pueden llegar a pasar ideas de una crueldad inusitada.

Número dos: reuniones de vecinos, de padres y madres de alumnos, reuniones de trabajo y reuniones en general.

He observado que la información prescindible, la reiteración de argumentos poco elaborados o sin sentido, la proliferación de ideas peregrinas, y la sobreabundancia de opiniones particulares sobre asuntos intrascendentes, provoca en mí una especie de bloqueo mental que me impide expresarme correctamente o, mejor dicho, con la corrección adecuada. Así que, cuando no me queda más remedio que asistir a uno de estos foros, he optado por no abrir la boca, para evitar que mi otro yo tome la palabra. Aunque temo que, si no le dejo hablar, Hyde recurra a otros métodos más expeditivos para expresar su disgusto y frustración, que ya lo he sorprendido fantaseando con irrumpir en la reunión al volante de nuestro coche.

Número tres: Idiotas de nacimiento.

Si hay algo que descompone a Míster Hyde es que aparezca en los medios de comunicación o en las redes sociales un gurú hablando de lo que no sabe o tratando de convencer a sus semejantes de cualquier majadería. Es en ese momento cuando se le tensan los músculos del cuello, se le crispa el rostro, y con los ojos inyectados en sangre, puede hacer una bola de papel con el periódico que tiene entre las manos, pero también arrojar el televisor por la ventana, arrancar la radio del salpicadero o triturar el teléfono móvil con los dientes y escupir los restos con el mismo efecto sobre el entorno más próximo que una bomba de racimo.

Número cuatro: Reggaeton.

Los efectos de escuchar Reggaeton pueden ser devastadores. Así que procuro evitarlo a toda costa, porque Hyde, que tiene un oído muy fino, se altera muchísimo solo con la primera nota. No obstante, es inevitable que, en las noches de verano, de vez en cuando pase un coche con las ventanillas bajadas dejando a su paso una estela que incita a Hyde a saltar por la ventana y arrojarse sobre el vehículo, abrir la portezuela del conductor, sacarlo a la fuerza del habitáculo y, después de arrojarlo al asfalto, destrozar los altavoces y pegarle fuego al vehículo con el resto de sus ocupantes dentro.

Número cinco: que me tomen por idiota de nacimiento.

Míster Hyde puede ser malhablado, irrespetuoso y, ocasionalmente, brutal, pero eso no quiere decir que sea tonto. O, al menos, no más tonto que el Doctor Yekyll, que, con sus maneras atildadas y su moderado discurso, se cree más listo que Hyde, porque la mayor parte del tiempo consigue engañar a sus semejantes.

Por eso, cuando se percata de un intento mal disimulado de insultar su primitivo intelecto, se le sube la sangre a la cabeza y, en ese momento, no hay barrera humana capaz de detener su instinto destructor. Por eso es conveniente evitar, en la medida de lo posible, la interacción con mentirosos y embaucadores en general, y con representantes del sector financiero, negacionistas climáticos y políticos sin escrúpulos en particular. Ya que, de lo contrario, una furia incontrolable puede arrasar el entorno en varios kilómetros a la redonda, derribando sucursales bancarias, reduciendo a escombros las sedes de partidos políticos, inutilizando las redes de distribución de energía eléctrica, destruyendo centrales térmicas, y cortando las vías de comunicación terrestre y aérea, con descarrilamiento de trenes y derribo de aviones comerciales incluidos.

Y es así que, evitando estas situaciones comprometidas, desde hace unos cuantos meses, he conseguido que mi irascible compañero se quede tranquilo en su cubil sin perturbar mi pacífica y, a veces, anodina existencia. Pero reconozco que, desde que no se deja ver, no he podido evitar el echar de menos su lógica elemental, su incorrección política y su incapacidad para maquillar la realidad con una pátina de falsa tolerancia. Y es por eso que, de vez en cuando, me asalta la tentación de buscar la llave de su jaula, dejar que se suba al coche e irme con él a dar una vuelta, a ver qué pasa.

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