Estos días anda en boca de todo el mundo
el fichaje multimillonario de Rafa Nadal como "embajador deportivo"
de Arabia Saudí, que el tenista ha justificado por su deseo de participar en un
progreso que, según sus propias manifestaciones, ha podido ver en ese país por
todas partes con sus propios ojos y del que confiesa que quiere formar parte.
He de reconocer que yo, no sólo no tengo
nada en contra del progreso, sino que también me encantaría formar parte de él
y progresar al mismo ritmo que hace progresar el dinero toda economía, incluida
la de cualquier particular, ya sea obrero de la construcción o jugador de
fútbol profesional.
Y, bueno, a muchos ciudadanos de este país
se les ha caído un ídolo. Y no sólo deportivo. Ya que este jugador de tenis,
por ejemplo, no había trasladado su domicilio fiscal al extranjero y venía
pagando religiosamente sus impuestos además de ir por ahí abanderando la marca
España, que, esto último, es algo que otros también hacen, menos cuando se abre
el plazo para presentar la declaración sobre la renta, circunstancia en la que
no tienen más remedio que soltar la bandera un momentito y luego, una vez
consumada la evasión fiscal, coger otra vez la enseña nacional para hacerla
ondear con más brío aún si cabe.
La cuestión es que hay gente que ha
decidido ponerle nombre a esta actividad tan extendida últimamente entre
futbolistas y otros ases del deporte y la competición, llamándola “blanquear
satrapías”, en lugar de llamarla de cualquier otra manera, cómo, qué sé yo, “participar
del progreso”, por ejemplo. Una nueva expresión con la que pretenden definir
este comportamiento y qué ha habido que acuñar sobre la marcha y a toda
prisa, dada la tendencia creciente de algunas federaciones deportivas a
trasladar sus competiciones al territorio dónde los sátrapas ejercen cómo tales
haciendo ostentación de su poder.
El último ejemplo, la Supercopa de España
de fútbol, que bien podría rebautizarse como Copa del Rey Emérito, teniendo en
cuenta la proximidad geográfica entre el territorio en el que se ha disputado
su última edición (vaya, otra vez Arabia Saudí. Y es que, cuando se pone de
moda una satrapía...) y el lugar de residencia de nuestro anterior monarca, y
puesto que este ya no puede sentarse en el palco de autoridades del Bernabéu
(para eso está su hijo) y además se vería raro, porque, bueno, no sólo los
sátrapas tienen una manera peculiar de entender la función del erario público y
hasta los reyes eméritos, aunque no hayan trasladado su domicilio fiscal fuera
del país (eso también se vería raro) pueden tener sus cosillas con Hacienda.
Al final, cómo le escuché decir una vez a
un abogado, después de apretarle las tuercas al administrador de una empresa
que se negaba a designar bienes con los que pagar a su cliente, para
rebajar la tensión y cuando la cosa parecía haberse convertido en algo
personal, es sólo dinero.
Quiero decir que me apostaría algo a que
ni Nadal, ni Ronaldo, ni Neymar, ni Benzema tienen ningún interés en blanquear
a nadie. De hecho, si un tirano opresor de cualquier nación en vías de
desarrollo les hubiera propuesto convertirse en embajadores deportivos de su
país de mierda, con toda probabilidad, le habrían dicho que no.
Pero el progreso, ah el progreso,
eso, amigos, es otra cosa. En realidad, no son los deportistas ni las
federaciones deportivas las que blanquean a los sátrapas. Lo hace el dinero.
Mucho antes de que un balón de fútbol empezara a rodar por las arenas del
desierto saudí, el petróleo había hecho crecer la hierba y el progreso había
convertido cada duna en un campo de fútbol. Y ¿quién puede resistirse a eso?
Porque eso, eso es el progreso, estúpidos.
Así que, dejémonos de blanqueamientos
(salvo los dentales, que no hay nada peor que un rico con los dientes
amarillos) y marchemos todos, yo el primero, por la senda del progreso
económico (y social).
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