miércoles, 10 de julio de 2024

Fortuna audaces iuvat

Hace mucho tiempo que no veo partidos de liga, pero estoy siguiendo con interés la Eurocopa de fútbol masculino.

Siempre me ha gustado el fútbol de selecciones, a diferencia de las ligas nacionales que me dan pereza, y en las que el potencial económico de los clubes suele marcar la diferencia y decide el resultado de la competición casi antes de que se inicie la pretemporada.

Pero, el fútbol de selecciones es otra cosa. Y, aunque aquí también haya factores económicos en juego (vaya si los hay), los que compiten no lo hacen en defensa de sus clubes respectivos, ni para justificar unas fichas multimillonarias. Y es su grado de implicación y el gusto por el juego lo que puede marcar la diferencia.

En esta Eurocopa se enfrentan dos filosofías distintas. Una concepción utilitarista que lo fía todo a un planteamiento conservador en aras de la consecución de un resultado favorable que permita ir superando fases y eliminatorias, y, frente a este, una apuesta valiente por el juego, con argumentos atrevidos, que asume riesgos pero también ofrece espectáculo.

Y, también en esta competición, sobran ejemplos del primer caso, como los de Francia, Alemania o Inglaterra. Selecciones que, con una plantilla repleta de jugadores de primerísimo nivel, han apostado por unos planteamientos tácticos pacatos, que no arriesgan un desmarque y aburren hasta a sus hinchas más entusiastas. Francia, por ejemplo, pese a haber llegado a semifinales, hasta que se enfrentó a España, no había marcado ni un solo gol en juego y había ganado los partidos gracias a goles en propia puerta de sus rivales y a base de transformar penaltis. Una pena máxima que, en otros tiempos, algunos de los mayores defensores de este deporte consideraban que habría que tirar fuera, porque otorgaba una ventaja excesiva al equipo a cuyo favor se había señalado.

Pues, hete aquí que una selección que Jens Lehmann, exportero de Alemania, había considerado poco más que un equipo juvenil (claro que esto fue antes de que eliminara a su país), se ha abierto paso hasta la final marcando catorce goles, todos ellos en juego (y uno en propia puerta).

Cómo decía Jay Pritchett, el patriarca de la familia protagonista de la serie Modern Family, a mí me gustan los deportes en que pasan cosas. Y, viendo jugar a jovenzuelos como Nico Williams o Lamine Yamal, haciendo gala de un desparpajo y una insolencia propia de su edad, encarando a sus defensores una y otra vez, desbordando por las bandas, acelerando, tirando a puerta, y celebrando sus diabluras bailando al son de una música que sólo ellos parecen escuchar, uno no puede sino recuperar el gusto por el fútbol.

En la semifinal contra el equipo francés, la selección española hizo lo más difícil, que fue obligar a Francia a jugar al fútbol,  cosa que parecía que se le había olvidado, después de tres empates (dos de ellos a cero goles) y dos victorias por la mínima. No recuerdo una apuesta más rácana en la fase final de un torneo, máxime tratándose de los actuales subcampeones del mundo.

Sin embargo, podría haberle funcionado, después de un gol a favor en el minuto ocho. El primero en juego después de cuatrocientos cincuenta minutos de tiempo reglamentario y una prórroga. Pero afortunadamente no fue así y veinte minutos más tarde Francia estaba en la lona, fulminada en dos acciones vertiginosas que hicieron saltar por los aires un entramado defensivo levantado para destruir el juego, en vez de construirlo.

Dicen que los equipos que consiguen ganar títulos marcando la diferencia, pueden influir en la concepción del juego y ser imitados por sus competidores. Ojalá sea así y esta selección consiga contagiar su filosofía a otros. Ganará el fútbol. Ganaremos todos.

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