martes, 4 de marzo de 2014

¡Qué no pare la música!


            La otra tarde estuvimos jugando a la wii, las niñas y yo. Esta vez, mi hija mayor eligió el juego, con lo que me tocó esmerarme a fondo con el ‘Just Dance 2014’ y adaptarme a las preferencias musicales de mis dos hijas. Así que nada de música retro ni de coreografías facilonas. Con todo, no me fue mal y, aunque solo gané una vez, por lo menos, creo que estuve a la altura de las circunstancias.
            En esto del baile, he de decir que, aunque no he sido nunca el rey de la pista, en otros tiempos me desenvolvía bastante bien cuando se trataba de seguir el ritmo. Luego, con la Feria de Abril, y para no pasar dos veces por la experiencia de quedarme sentado en una silla, decidiendo si me gustaba el fino o, definitivamente, se trataba del caldo más asqueroso que había probado en mi vida, no me quedó más remedio que aprender algún baile regional y, hasta que la intolerancia al polvo de los tablaos y al paseo de caballos hizo acto de presencia, estuvimos zapateando en aquellas casetas en las que amigos ocasionales quisieron franquearnos la entrada.

            Esa época pasó, y hace años que ni voy a la feria ni me arranco por sevillanas, así que mi reencuentro con la música de baile ha sido sorpresivo y me ha pillado un poco desentrenado. Con todo, la experiencia siempre me resulta satisfactoria, quizá porque no puedo moverme al ritmo de la música si estoy triste o malhumorado; creo que porque no se trata de un mero ejercicio físico que se pueda ejecutar con más o menos eficacia. La música te obliga a implicarte emocionalmente si no quieres parecer un autómata; es algo que, normalmente, se practica en compañía; y aunque se esté poco cualificado, hace reír o, por lo menos, sonreír a quienes se atreven a dar tres pasos tratando de seguir el compás.
            Montando a caballo, me pasa algo parecido. Puedo llegar a la clase de equitación cansado o sin muchas ganas de montar, pero, cuando pongo de nuevo los pies en el suelo, estoy relajado y de buen humor. Y cuando mejor me salen las cosas es cuando he conseguido compenetrarme con mi montura, olvidándome un poco de la técnica y siguiendo mi instinto.

Lo de correr es otro cantar. Hace dos fines de semana, después de bastante tiempo, volví a coger el ipod para experimentar otra vez eso de escuchar música mientras haces ejercicio. El secreto supongo que está en elegir bien los temas y dar con un repertorio de canciones que te motiven lo suficiente, pero no demasiado. Nota: arrancar con ‘Jump’ de Van Halen es una mala idea, por lo menos si tienes intención de correr doce kilómetros.

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