Me
parece sorprendente cómo es posible que cuestiones o asuntos que no le
preocupaban, o ni siquiera le importaban lo más mínimo, a la inmensa mayoría de
los ciudadanos normales y corrientes, puedan, de la noche a la mañana,
convertirse en cuestiones de Estado e involucrar, en mayor o menor medida, a un
número creciente de personas, que se sienten obligadas a opinar sobre ellas y a
enzarzarse en un debate tan estéril como interminable.
Por
poner algunos ejemplos: la caza, que recientemente muchos de nuestros
conciudadanos han descubierto horrorizados que consiste en una actividad a la
que se dedican una serie de individuos, de dudosa catadura moral, que los fines
de semana se echan al monte armados con rifles y escopetas para dar tiros a
diestro y siniestro, cobrándose la vida de inocentes criaturas de cuya existencia,
probablemente, tampoco eran conscientes. Pues bien, de repente, algunos de esos
conciudadanos han decidido que hay que prohibirla, desde ya, y sin más
consideraciones; además de eliminar de nuestro lenguaje expresiones tan poco
afortunadas desde un punto de vista humanitario como ‘matar dos pájaros de un
tiro’.
Dos: la
inmigración. De manera que hemos pasado, de ser un país, con sus prejuicios,
como todos los demás, pero más bien tolerante con los extranjeros, con
independencia de su procedencia, religión o de su origen racial o étnico, a
percibir como una amenaza la entrada ‘masiva’ en nuestro territorio de personas
procedentes de más allá de nuestras fronteras, y a vincular la inmigración con
el tráfico de drogas, la prostitución, la violencia de género y la delincuencia
en general; como sí en nuestro país estos fenómenos delictivos nos fueran
completamente extraños antes de que empezáramos a acoger inmigrantes.
Tres:
la Constitución. Y aquí no hay medias tintas, o estás a favor o estás en
contra. Si estás a favor, cualquier intento de reformarla para cambiar, por
ejemplo, la Jefatura del Estado, la organización territorial del país, el
sistema electoral o el color de la bandera, te convierte automáticamente en un
enemigo declarado de la democracia. Pero si estás en contra, cualquier defensor
del régimen constitucional debe ser para ti, en realidad, un nostálgico del
tardofranquismo y un neoconservador de la peor calaña.
Cuatro:
las manifestaciones religiosas. Y aquí es mejor andarse con cuidado. Porque no
se trata de sacarla del sistema educativo, sino que es necesario tomar medidas
contra cualquier manifestación de esta naturaleza que trascienda más allá de la
esfera estrictamente privada. Así que, cuidado con mantener capillas en
determinados lugares públicos (el que quiera rezar que se vaya a su casa), con
financiar la restauración de edificios dedicados al culto (los que se han
quemado recientemente que se queden como están), con los cortes de tráfico para
dejar paso a las procesiones de Semana Santa (me parece que las carreras
populares van a ir detrás, que todos sabemos que para algunos el deporte no es
más que una religión y una procesión se define como una sucesión o marcha de
personas, animales o vehículos que deambulan ordenadamente por la calle o van
de un lugar a otro formando una hilera) y también con colocar belenes en
centros o edificios oficiales (los árboles de Navidad también tienen los días
contados en cuanto alguien descubra su origen religioso, aunque, al tratarse de
un culto pagano, mola bastante más).
Cinco:
el lenguaje inclusivo y lo políticamente correcto. Y, no nos equivoquemos, no
se trata de evitar la discriminación por razón raza, religión, sexo u
orientación sexual, sino de ser particularmente exquisito a la hora de
calificar cualquier suceso o personaje, por insignificante que sea. Así, por
ejemplo, toda palabra que termine en ‘o’ es sospechosa de esconder un prejuicio
machista y ser heredera del heteropatriarcado. Así que toda la literatura
infantil de todos los tiempos está sujeta a revisión, desde caperucita roja y
la bella durmiente hasta el principito, pasando por el gato con botas.
Y por estas
y otras razones, cuando alguien empieza a hablar de cosas tan exóticas, hoy por
hoy, en nuestra sociedad como liberalizar la venta de armas, se me ponen los
pelos de punta. Será porque, como dijo Groucho Marx, la política es el arte de
buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después
los remedios equivocados.
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