jueves, 2 de mayo de 2019

Encontrando problemas


                Me parece sorprendente cómo es posible que cuestiones o asuntos que no le preocupaban, o ni siquiera le importaban lo más mínimo, a la inmensa mayoría de los ciudadanos normales y corrientes, puedan, de la noche a la mañana, convertirse en cuestiones de Estado e involucrar, en mayor o menor medida, a un número creciente de personas, que se sienten obligadas a opinar sobre ellas y a enzarzarse en un debate tan estéril como interminable.
                Por poner algunos ejemplos: la caza, que recientemente muchos de nuestros conciudadanos han descubierto horrorizados que consiste en una actividad a la que se dedican una serie de individuos, de dudosa catadura moral, que los fines de semana se echan al monte armados con rifles y escopetas para dar tiros a diestro y siniestro, cobrándose la vida de inocentes criaturas de cuya existencia, probablemente, tampoco eran conscientes. Pues bien, de repente, algunos de esos conciudadanos han decidido que hay que prohibirla, desde ya, y sin más consideraciones; además de eliminar de nuestro lenguaje expresiones tan poco afortunadas desde un punto de vista humanitario como ‘matar dos pájaros de un tiro’.
                Dos: la inmigración. De manera que hemos pasado, de ser un país, con sus prejuicios, como todos los demás, pero más bien tolerante con los extranjeros, con independencia de su procedencia, religión o de su origen racial o étnico, a percibir como una amenaza la entrada ‘masiva’ en nuestro territorio de personas procedentes de más allá de nuestras fronteras, y a vincular la inmigración con el tráfico de drogas, la prostitución, la violencia de género y la delincuencia en general; como sí en nuestro país estos fenómenos delictivos nos fueran completamente extraños antes de que empezáramos a acoger inmigrantes.
                Tres: la Constitución. Y aquí no hay medias tintas, o estás a favor o estás en contra. Si estás a favor, cualquier intento de reformarla para cambiar, por ejemplo, la Jefatura del Estado, la organización territorial del país, el sistema electoral o el color de la bandera, te convierte automáticamente en un enemigo declarado de la democracia. Pero si estás en contra, cualquier defensor del régimen constitucional debe ser para ti, en realidad, un nostálgico del tardofranquismo y un neoconservador de la peor calaña.
                Cuatro: las manifestaciones religiosas. Y aquí es mejor andarse con cuidado. Porque no se trata de sacarla del sistema educativo, sino que es necesario tomar medidas contra cualquier manifestación de esta naturaleza que trascienda más allá de la esfera estrictamente privada. Así que, cuidado con mantener capillas en determinados lugares públicos (el que quiera rezar que se vaya a su casa), con financiar la restauración de edificios dedicados al culto (los que se han quemado recientemente que se queden como están), con los cortes de tráfico para dejar paso a las procesiones de Semana Santa (me parece que las carreras populares van a ir detrás, que todos sabemos que para algunos el deporte no es más que una religión y una procesión se define como una sucesión o marcha de personas, animales o vehículos que deambulan ordenadamente por la calle o van de un lugar a otro formando una hilera) y también con colocar belenes en centros o edificios oficiales (los árboles de Navidad también tienen los días contados en cuanto alguien descubra su origen religioso, aunque, al tratarse de un culto pagano, mola bastante más).
                Cinco: el lenguaje inclusivo y lo políticamente correcto. Y, no nos equivoquemos, no se trata de evitar la discriminación por razón raza, religión, sexo u orientación sexual, sino de ser particularmente exquisito a la hora de calificar cualquier suceso o personaje, por insignificante que sea. Así, por ejemplo, toda palabra que termine en ‘o’ es sospechosa de esconder un prejuicio machista y ser heredera del heteropatriarcado. Así que toda la literatura infantil de todos los tiempos está sujeta a revisión, desde caperucita roja y la bella durmiente hasta el principito, pasando por el gato con botas.
                Y por estas y otras razones, cuando alguien empieza a hablar de cosas tan exóticas, hoy por hoy, en nuestra sociedad como liberalizar la venta de armas, se me ponen los pelos de punta. Será porque, como dijo Groucho Marx, la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

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