sábado, 1 de febrero de 2014

Seis kilómetros después de Navidad



Ayer salí otra vez a correr, para recuperar la costumbre y analizar mis sensaciones después de tanta inactividad. Y la primera sensación que tuve es que no me apetecía mucho calzarme las zapatillas y luego, ya en ruta, que la humedad tampoco me motiva demasiado a la hora de hacer ejercicio. Con todo, y como me suele pasar cuando llevo un tiempo sin correr, creo que empecé con un ritmo un poco más vivo de lo habitual; también porque no tenía intención de correr mucho tiempo y eso siempre te anima, al menos al principio. Conclusión: a los seis kilómetros solo estaba en condiciones de irme a la ducha y poco más.
 
         Mañana, segunda sesión de entrenamientos libres; ya sin excusas, así que procuraré moderar el ritmo de carrera al principio y a los seis kilómetros habrá que hacer de tripas corazón y ver si mejoran esas sensaciones.
Cuando llevo un tiempo corriendo de forma habitual, al principio de la carrera me duelen los tobillos. Es como sí se quejaran por obligarlos a salir ahí afuera, a amortiguar el golpeteo contra el suelo en cada zancada. Más tarde, al cabo de un rato, el dolor se traslada a otras partes del cuerpo y va subiendo poco a poco por las piernas; se instala brevemente en los gemelos y luego se hace el remolón en las rodillas. El cuádriceps apenas sufre, al menos en mi caso. Y alguna vez la cadera se ha resentido un poco al final de la carrera. Aun así, la verdad es que casi siempre termino mejor de lo que empiezo. A partir de un punto kilométrico indeterminado, mediada la distancia, el cuerpo se calienta y empieza a funcionar como un mecanismo bien engrasado. Parece que se resignara y, de alguna forma, entendiera que debe colaborar. Sin embargo, por otra parte, con frecuencia, cuando empiezo a notar el cansancio, tengo la sensación de que mis movimientos se vuelven menos armónicos, y me siento más pesado a medida que la calle se va quedando desierta y puedo escuchar con claridad el ruido que hacen mis zapatillas al impactar contra la calzada.
En esos momentos, aún sin poder verme realmente, me veo a mí mismo como un corredor poco dotado, al que se le nota el esfuerzo y las ganas de llegar a la meta. Entonces me da por pensar en Emil Zatopek, pero, aunque no llegue a retorcerme ni mi expresión se vuelva agónica, preferiría sentirme más liviano y mantener la compostura de mi cuerpo antes que mejorar cualquier marca personal. Otras veces pienso en los lobos que, una vez, escuche en un documental que son capaces de correr durante horas de manera habitual, y considero las pocas posibilidades que tendría contra una manada en una carrera campo a través. Bueno, espero que, si llegará a tener que competir en esas circunstancias, venga conmigo algún corredor menos dotado que yo y al que no le tenga en gran estima. Mientras tanto, me conformo con ser capaz de superar el reto que para mí supone cada día dejar la comodidad de mi casa para salir al frio y a la oscuridad a luchar contra el tiempo que nos arrasa inmisericorde.

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