sábado, 1 de febrero de 2014

Un cocodrilo en la alfombra

Este fin de semana hemos terminado de poner las alfombras para tratar de protegernos del frío que, poco a poco, va invadiendo nuestra casa. El acontecimiento, que se repite año tras año, nos recuerda que el invierno se acerca y es el momento ideal para que mis hijas abandonen, por un momento, sus dispositivos móviles y recuperen sensaciones de antaño, cuando no existía Internet y los juegos virtuales no habían desplazado todavía a las peleas de cachorros.
Después de retirar los muebles, se extiende el tapiz en el que, antes de devolver butacas y demás mobiliario a su sitio, se desarrolla la escena de caza, o el rodeo. El reparto de papeles  está claro desde el principio; y a mí, como no podía ser de otra manera, me toca dar vida a la bestia. Las niñas corretean por la cenefa de la alfombra, mientras el cocodrilo aguarda en el centro del felpudo y finge dormitar a la espera de su oportunidad. Luego, se añaden cojines  que hacen las veces de piedras y que salpican el pantano aquí y allí y las niñas saltan de una a otra mientras el saurio las observa con los ojos entornados.
Estas son las reglas: el cocodrilo no puede salir del agua, pero si, por audacia o simple imprudencia, alguna de las exploradoras se mete en la charca,  el desenlace será fatal para la incauta.
Este año el reptil atrapó  a las dos exploradoras, pero el toro salvaje sólo consiguió descabalgar a una de ellas, y no sin esfuerzo.
A veces, me pregunto cuánto tiempo de juego nos queda y pienso que cualquier año de estos el cocodrilo no volverá a la alfombra de mi salón porque ya no habrá ninguna pequeña exploradora dispuesta a atravesar el pantano, donde el peligro acecha. Otras veces, pienso que jugar es inherente a la condición humana y que el juego no sabe de edades (acaso no vuelvo yo todos los años a la ciénaga). Quizá solo cambie el juego o tal vez cambien sus reglas. Esta vez el cocodrilo terminó envuelto en una improvisada red y esto era impensable que sucediera hace tres o cuatro años. Ojalá sea así y podamos seguir, durante mucho tiempo, explorando pantanos, selvas o desiertos recónditos sin la ayuda de mapas o gráficos de videojuego. 

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