La semana pasada, mi hija mayor disputó
un partido de fútbol femenino con las chicas de su clase, dentro de una
liguilla que se ha organizado en el instituto. Y, no sé si será por la novedad
en una actividad tan de chicos, pero el acontecimiento suscitó gran interés
entre el alumnado, que se agolpaba entorno a la cancha, llegando a invadir el
campo de juego en algunos momentos del encuentro.
La
verdad es que no le ha ido nada mal. Primero, el equipo de su clase ganó el
partido, aunque fuera por la mínima, y, por lo que me ha contado, en cuanto a
colocación al menos, fueron netamente superiores. Además, ha descubierto que se
le da bien jugar de lateral derecho, achicando balones y repartiendo juego
desde la banda. Ya solo le falta sumarse al ataque y probar a tirar a puerta.
Por
su parte, mi hija pequeña ha dado un paso más en su aprendizaje musical y practicando
un día tras otro, se ha inventado una melodía que dice que le recuerda al
verano y, no sé porque, a Rydell, el instituto de la película ‘Grease’.
Además,
este fin de semana, animados por el buen tiempo, cogimos otra vez las
bicicletas y nos fuimos a dar un paseo. Y eso, y el cambio de hora, ha hecho
que me decida a volver a correr por el parque, ahora que no hay riesgo de que
se me haga de noche y tenga que terminar mi recorrido a la luz de la luna.
Por
lo demás, los prolegómenos de la Semana Santa llenaron la tarde-noche del
sábado de redobles de tambor y las bandas de música salieron a la calle acompañando
a los humildes pasos de las cofradías del barrio, todavía desprovistas del fasto
de las que, a partir del domingo, colapsarán el centro de la ciudad.
Y
todo esto me recuerda que ha llegado la primavera, a la que pronto seguirá el
verano, dejando definitivamente atrás los rigores del invierno, y, con ella,
los paseos por el campo a caballo y los fines de semana en la playa, con el
agua del mar invitándonos a tomar el primer baño de la temporada.
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