domingo, 25 de febrero de 2018

Correr en paños menores y otras formas de pasar frío

            En la cruzada contra la discriminación sexista que triunfa últimamente en los medios, las fotos publicadas de Jennifer Lawrence llevando un escotado traje negro con una abertura a la altura del muslo con motivo de la promoción de la película ‘Gorrión rojo’ han suscitado un arduo debate en redes sociales sobre el machismo que revelaba el hecho de que, mientras ella lucía de esta guisa, sus compañeros de reparto iban vestidos con ropa de abrigo, más acorde con las temperaturas propias del invierno londinense. De forma que la propia actriz ha tenido que salir al paso de la polémica defendiendo su derecho a vestir como le dé la gana y, también, a pasar frío si le apetece.
            Menos mal, porque una reacción menos inteligente y más timorata podría habernos adentrado también un poco más en esa fronda espesa a la que nos ha conducido un, desde mi punto de vista, mal entendimiento del derecho a la igualdad entre los sexos, que parece empeñado en censurar cualquier exhibición del cuerpo femenino más allá de las estrictas exigencias del guion, o incluso dentro del guion.
            En las carreras de fondo, y también en otras disciplinas atléticas, algunas atletas utilizan prendas deportivas que dejan al descubierto la mayor parte de su cuerpo. Pero a mí siempre me ha parecido una equipación estética y también puede considerarse adecuada, por mucho frío que haga. De hecho, cuando corres a cinco o seis grados, la sensación térmica provocada por el ejercicio físico se incrementa en unos quince grados, con lo cual te parece estar corriendo en un día de primavera, mientras ves al público tiritando de frío, al paso de los corredores, a pesar de abrigos, gorros y bufandas.
            Yo mismo he estado tentado alguna vez de comprarme un pantalón corto de corredor, de esos que dejan todo el muslo al aire, y una camiseta de tirantes de sisa baja para correr el maratón. Y si no lo he hecho ha sido porque me parecía que esa equipación se vería un poco pretenciosa en un corredor que sale desde el cajón de las cuatro horas. Y no es que pase calor cuando corro con camiseta de manga corta y mallas. Pero, después de una preparación intensa que me obliga a correr cuatro o cinco días a la semana durante tres meses, haga frío o calor, con lluvia o con viento, el día de la carrera me apetecía mostrar el cuádriceps trabajando a pleno rendimiento y el tren superior acompañando con el braceo cada zancada.
            Pienso que el cuerpo humano es algo bonito y que se exhiba durante una carrera, moviéndose armónicamente, me parece que permite asistir a un espectáculo estético y de una enorme plasticidad. Pero siempre habrá alguien que opine que las atletas que corren en paños menores están sometidas a una exigencia impuesta por una sociedad machista que incurre en discriminaciones injustificadas a cada paso.
            Hace tiempo leí en el periódico un artículo que hablaba del atractivo del exministro de finanzas griego Yanis Varufakis, y el efecto que causó en su día su visita a Alemania con motivo de la negociación de la deuda griega y su, en palabras de una socióloga británica, capital erótico. En dicho artículo, la periodista se preguntaba cuál habría sido la reacción a los titulares de la prensa sobre Varufakis si éste hubiera sido una mujer. Para está socióloga el capital erótico de las mujeres constituye una gran ventaja histórica y estratégica que los posicionamientos feministas ‘tradicionales’ podían echar a perder, colocando, paradójicamente, a las mujeres en una situación de desventaja frente a los hombres, que pueden rentabilizarlo sin que se les juzgue o cuestionen por ello su capital económico, social o cultural.

            Me horrorizan las cruzadas, porque entre los cruzados siempre militan los intolerantes, los defensores de credos que no admiten disidencias, inquisidores que, en defensa de la causa, condenan a cualquiera que no se adhiera a su ideario al primer toque de campana. Hay que huir de ellos, pero, en ocasiones, no hay más remedio que cortarles el paso, si no queremos que nos gobierne la intolerancia.

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