En
la cruzada contra la discriminación sexista que triunfa últimamente en los
medios, las fotos publicadas de Jennifer Lawrence llevando un escotado traje
negro con una abertura a la altura del muslo con motivo de la promoción de la
película ‘Gorrión rojo’ han suscitado
un arduo debate en redes sociales sobre el machismo que revelaba el hecho de
que, mientras ella lucía de esta guisa, sus compañeros de reparto iban vestidos
con ropa de abrigo, más acorde con las temperaturas propias del invierno
londinense. De forma que la propia actriz ha tenido que salir al paso de la
polémica defendiendo su derecho a vestir como le dé la gana y, también, a pasar
frío si le apetece.
Menos
mal, porque una reacción menos inteligente y más timorata podría habernos adentrado
también un poco más en esa fronda espesa a la que nos ha conducido un, desde mi
punto de vista, mal entendimiento del derecho a la igualdad entre los sexos,
que parece empeñado en censurar cualquier exhibición del cuerpo femenino más
allá de las estrictas exigencias del guion, o incluso dentro del guion.
En
las carreras de fondo, y también en otras disciplinas atléticas, algunas
atletas utilizan prendas deportivas que dejan al descubierto la mayor parte de
su cuerpo. Pero a mí siempre me ha parecido una equipación estética y también
puede considerarse adecuada, por mucho frío que haga. De hecho, cuando corres a
cinco o seis grados, la sensación térmica provocada por el ejercicio físico se
incrementa en unos quince grados, con lo cual te parece estar corriendo en un
día de primavera, mientras ves al público tiritando de frío, al paso de los
corredores, a pesar de abrigos, gorros y bufandas.
Yo
mismo he estado tentado alguna vez de comprarme un pantalón corto de corredor,
de esos que dejan todo el muslo al aire, y una camiseta de tirantes de sisa
baja para correr el maratón. Y si no lo he hecho ha sido porque me parecía que
esa equipación se vería un poco pretenciosa en un corredor que sale desde el
cajón de las cuatro horas. Y no es que pase calor cuando corro con camiseta de
manga corta y mallas. Pero, después de una preparación intensa que me obliga a
correr cuatro o cinco días a la semana durante tres meses, haga frío o calor,
con lluvia o con viento, el día de la carrera me apetecía mostrar el cuádriceps
trabajando a pleno rendimiento y el tren superior acompañando con el braceo
cada zancada.
Pienso
que el cuerpo humano es algo bonito y que se exhiba durante una carrera,
moviéndose armónicamente, me parece que permite asistir a un espectáculo
estético y de una enorme plasticidad. Pero siempre habrá alguien que opine que
las atletas que corren en paños menores están sometidas a una exigencia
impuesta por una sociedad machista que incurre en discriminaciones
injustificadas a cada paso.
Hace
tiempo leí en el periódico un artículo que hablaba del atractivo del exministro
de finanzas griego Yanis Varufakis, y el efecto que causó en su día su visita a
Alemania con motivo de la negociación de la deuda griega y su, en palabras de
una socióloga británica, capital erótico. En dicho artículo, la periodista se
preguntaba cuál habría sido la reacción a los titulares de la prensa sobre
Varufakis si éste hubiera sido una mujer. Para está socióloga el capital
erótico de las mujeres constituye una gran ventaja histórica y estratégica que
los posicionamientos feministas ‘tradicionales’ podían echar a perder,
colocando, paradójicamente, a las mujeres en una situación de desventaja frente
a los hombres, que pueden rentabilizarlo sin que se les juzgue o cuestionen por
ello su capital económico, social o cultural.
Me
horrorizan las cruzadas, porque entre los cruzados siempre militan los
intolerantes, los defensores de credos que no admiten disidencias, inquisidores
que, en defensa de la causa, condenan a cualquiera que no se adhiera a su ideario
al primer toque de campana. Hay que huir de ellos, pero, en ocasiones, no hay
más remedio que cortarles el paso, si no queremos que nos gobierne la
intolerancia.
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